Gabriel Ferrater en su desmesura

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Cuando se ha cumplido el 35o aniversario de su suicidio (pastillas, ginebra y la connivencia de bolsa de plástico), resulta difícil huir del biografismo para recordar a este intelectual de talento extraordinario de quien Jaime Gil de Biedma dijo que con los mismos defectos pero con menos cualidades hubiera hecho mayor fortuna. La exaltación hagiográfica, en la que muchos han caído (incluso aquellos que lo acusan de no ser poeta aduciendo en él poco oído, aunque a la contra, son asimismo sus víctimas), es un escollo difícil de salvar en estos tiempos que corren, a tenor de la casi inexistencia de una crítica textual ajena a la autoría. Hoy, si Sainte-Beuve levantara la cabeza, la proliferación de mercaderes en el templo de la literatura le devolvería la imagen de un biografismo aplastante. Pero no somos Proust para enmendarle la plana, de modo que en esta fecha señalada nos conformaremos con decir en breves líneas que algo más que una vida llena de excesos (libros, alcohol, mujeres) es la que vivió Gabriel Ferrater (Reus, 1922-Sant Cugat del Vallès, 1972).

Ferrater había llegado de provincias a una Barcelona pobretona y amedrentada para cursar Ciencias Exactas, pero no tardó en cansarse de ellas, aunque al final de su corta vida la lingüística lo devolvería al cientificismo, un ámbito en el que su rigor investigador le hacía encontrarse muy cómodo. En esos dubitativos años de encauzamiento, siendo un joven larguirucho y de estética algo apolillada, Gabriel frecuenta a algunos artistas que llegarían a ser relevantes y recala en la crítica pictórica y, al poco, en la literaria. En la mítica revista Laye, gestada en el ámbito universitario, hallamos sus primeras aportaciones; apunta alto en estos textos primerizos y anuncia grandes logros, ratificados con presteza y que se leen en volúmenes como Sobre pintura, Foix i el seu temps, La poesia de Carles Riba o Escritores en tres lenguas. Eran años en que los “niños de la retaguardia” (en expresión de García Hortelano refiriéndose a los poetas de la generación de los cincuenta) tenían poco más de veinte años y frecuentaban el vientre de la Ciudad Condal: callejuelas que olían, y huelen, a orines, prostitución, hampa callejera… Juan Goytisolo retrató en tonos sepia esos ambientes en algunas de sus novelas tempranas y en Coto vedado, y el propio Ferrater lo hizo en la novela policíaca que escribió a cuatro manos con un amigo poeta y pintor, José María de Martín: Un cuerpo o dos.

A las puertas de los años sesenta, un Ferrater renovado que pronto lucirá jeans y calzado deportivo, ya inscrito por derecho propio en el grupo de la llamada Escuela de Barcelona (el citado Jaime Gil, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo…), vive volcado en la traducción y en los informes de lectura, recogidos póstumamente en Noticias de libros. Es en el seno de la editorial Seix Barral, izquierdista y agitadora (fundamental en los prolegómenos predemocráticos), donde cobra sus mejores piezas (ante todo Gombrowicz) y participa asimismo en maniobras culturales de gran relevancia como el Premio Formentor (Einaudi, Cela y otras grandes figuras de las letras traficando con la literatura en la costa mallorquina). Los revolucionarios sesenta suponen su eclosión como poeta; en concreto entre 1960 y 1966 publica su breve pero intensa obra, tres libros memorables, que en 1968 recoge en un volumen bajo el título Les dones i els dies (Las mujeres y los días), canto a su preocupación por el tiempo y a su pasión por las féminas que he tenido el placer de traducir al castellano. Pocas veces la literatura catalana ha dado en tan condensado tiempo una obra tan rotunda, acaso junto a la de Salvat-Papasseit por su muerte precocísima.

Inaugurados los setenta, cuando ya es un hombre divorciado y mellado por el alcohol, desengañado, lo encontramos dando clases en la Universidad Autónoma, en las afueras de Barcelona, donde Fabián Estapé le ha conseguido una plaza, una especie de carta verde a un artista que la necesita y merece. Los alumnos, y sobre todo las alumnas, escuchan embelesados a ese quijote de pelo gris cortado a cepillo, gafas oscuras, con un defecto en el habla y que es un pozo de sabiduría; ahora se exhibe en público el conversador locuaz y refulgente que siempre fue. En esos años cuajan los ensayos que su hermano recogerá en Sobre el llenguatge. Llegó a ser un lingüista que prometía grandes aciertos y un poeta admirado fervientemente por la minoría. Murió unos días antes de cumplir los cincuenta, por miedo a oler a viejo, como él mismo anunció. ~

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