Soy un milagro español.
Una batahola de perdices negras
palmea el sudor y no me caigo.
Soy un milagro español.
Por las mayólicas del patio, un amasijo
de enebros, ovejas y tazones me reclama.
Soy un milagro español.
Reviento fieramente el para qué, la lluvia
en vuelo de patos con candados.
El cobre de mujer, el pecho doble
de mujer, la golosina infinita de pieles,
manos y radios de mujer, en frecuencias
prudentemente moduladas por dientes impecables,
me adicta y sigo siendo cráter.
Soy un milagro español.
Alahámbrico, panderetil, mediterráneo,
uvas me pongo en traje de mil jacas,
cebollas frescas me crecen sin recato.
Ahora me pidan las tardes con fino paso blanco,
el palco y la moneda,
la antigua moneda del fenicio.
Ahora me desaten el cuello de paloma,
la manga con canciones,
el prolegómeno tierno de untarse el calcetín
con la mañana don rodriga.
No hundo la ceja ni esconderé la alforja,
no reverbero en cruz ni salto por la espada:
soy un milagro español que sube a la semilla.
Una retorta rubia de sales exitosas
anuncia la tarea con gesto de cuchara
(nadie se toma por eso la cabeza).
Hoy mi recreo es la granada
abierta en la pared, la gaita y la maleta:
el cuero del milagro español que soy
en unos labios de maravedí,
de fino litoral de los presagios.
Y están las banderolas, las blusas, los cruzados
del trompo, las moviolas del cuervo,
de zorro y comadreja,
el gran sexteto birlando castañuelas.
Soy un milagro español
en el centro del viento.
Las sílabas goteando su alambique
y un precursor paseo por la losa del toro,
por el ojo tajante de una aceitera lacia,
un vendaval de gruesas tortillas, pañoletas
de moros en la fiesta andaluza.
Anda, Lucía, y diles que se callen,
que silencien el trapo, la voz
de la solapa, cuando la punta
de este lápiz va nevando. ~