UPD: las preguntas incómodas

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En el principio, una perplejidad. No se entiende el nacimiento de UPD si no se ha asistido al espectáculo, genuinamente español, de unos partidos que se proclaman de izquierda y que defienden tesis nacionalistas. Una combinación insostenible en los principios. A lo largo de la historia la izquierda ha luchado por la extensión del ideal de ciudadanía, por la eliminación de cualquier privilegio vinculado al origen, al linaje, al sexo, al color de la piel o a la clase social. Los nacionalistas asientan sus argumentos en la presunción de que la pertenencia a una comunidad cultural es un criterio legítimo para otorgar derechos especiales y para trazar fronteras. Además, cuando las comunidades míticas no se corresponden con la realidad cultural, como sucede en España, el antiigualitarismo empieza con los más cercanos, al convertir las características culturales, en particular la lengua, en fuente de discriminación. Lo dicho, agua y aceite. Pero es lo que hay.

De modo que los mimbres para el nacimiento de UPD no faltan. Pero, salvo intervención divina, que algo sea conveniente no lo convierte en posible. La necesidad de la que UPD surge como sensata respuesta no asegura el éxito del proyecto. Cualquier prospección acerca de su futuro debe empezar por tasar su ideario y su programa, la materialización del ideario en unas determinadas circunstancias. Pero también debe tener en cuenta las posibilidades de inserción en el juego político. Cuando escribo estas líneas no dispongo de materiales suficientes para encarar la primera tarea. De modo que me ceñiré a la segunda, no sin advertir que el género de la prospección política favorece la ilusión de precisión. Aunque los puntos y aparte adquieren la rotundidad de los teoremas, la argumentación está plagada de supuestos escamoteados y siempre faltan los datos. Queda hecha la advertencia.

Que las cosas le vayan bien a UPD depende, fundamentalmente, de las reglas del juego electoral, de lo que pase en este tiempo en el patio político y de sus propias acciones en ese tiempo, de cómo responda a las dos primeras circunstancias.

Las reglas del juego electoral no propician la aparición de un tercer partido nacional en condiciones de influir parlamentariamente. Nos lo recuerda cada cuatro años iu, con más votos y menos escaños que los nacionalistas. UPD quiere cambiar esas reglas, pero antes ha de jugar con ellas y salir bien parado. Prescindiendo de esa consideración, que ya es mucho prescindir, se pueden hacer algunas conjeturas acerca de la procedencia de los posibles votos de UPD.  La pregunta sobre dónde esperan “robar los votos” se la han hecho hasta la fatiga a sus dirigentes. Y su respuesta no puede ser más respetuosamente democrática: los votos pertenecen a los ciudadanos, no a los partidos. Además, añaden, muchos se abstienen.

Con todo, aunque con formulación incorrecta, la pregunta merodea un problema inevitable: la procedencia de los votantes. A falta de datos, podemos hacer conjeturas. Empecemos por las seguras. Entre quienes votaron en las últimas elecciones, no cabe pensar que UPD atraiga a ningún nacionalista, incluso puede que su aparición movilice a algún nacionalista relajado o dubitativo que vea en peligro lo suyo. Dicho de otro modo, entre los que votaron, el voto a UPD irá en menoscabo del voto al PSOE y al PP. ¿Y entre los que se abstienen? Aunque aquí no hay conjetura que no sea una temeridad, no cabe esperar que propuestas como “la reforma de la constitución” arrastren fervorosamente a las urnas a los abstencionistas clásicos, que, llanamente, pasan. Otra cosa son los abstencionistas circunstanciales, los desencantados. Una parte importante de ellos, seguramente la mayoría, son votantes que se sienten de izquierdas pero se muestran críticos con los coqueteos nacionalistas del PSOE. Han dejado de votar al PSOE pero, por diversas razones, no votarán al PP.

Sea como sea, el debilitamiento de los partidos nacionales debería compensarse con una presencia parlamentaria lo bastante importante como para convertir a UPD en parlamentariamente relevante. De otro modo, se podría producir el paradójico escenario de que, debilitados, los dos grandes partidos acaben por depender todavía más de los nacionalistas. Desde el punto de vista electoral, los rivales de UPD no son los nacionalistas. Su rivalidad con los nacionalistas es política. Si se quiere, matrimonial. UPD no aspira a gobernar, a ser el partido más votado, sino a ser decisivo para el que tenga posibilidades de gobernar, es decir, aspira a sustituir a los nacionalistas, a convertirse en un partido “bisagra”, para decirlo con el léxico de ferretería ya consolidado. Pero es una bisagra con una complicada relación con la puerta. Tiene que abrirse su camino disputando con partidos a los que no le gustaría ver definitivamente debilitados.

El acontecer político de aquí a las elecciones, sobre el que poco o nada puede hacer el nuevo partido, es otra de las circunstancias que condicionará sus resultados. Aquí lo decisivo es lo que pasa y, no menos, cómo reaccionan a lo que pasa los otros partidos. En principio, a UPD le irán bien las cosas si, en el día a día, seguimos dándole vueltas a los problemas que están en su origen. Algo que no ignora Zapatero, al que no falta talento para las escaramuzas. Sus propuestas de estos últimos meses, precipitadamente calificadas como sociales, cumplían la función, entre otras cosas, de alejar el debate de los problemas que quiso resolver y que nos ha devuelto amplificados: el territorial y el terrorista. Y no le iba mal hasta que Ibarretxe levantó la mano y preguntó acerca de lo suyo: el referéndum sobre la autodeterminación con fecha fija. Era previsible: los nacionalistas tienen que colocar sus mercancías en sus particulares zocos. Para el nuevo partido, no es mala cosa el recordatorio de que los nacionalistas nunca dan por caducados sus productos. Sus predicciones se confirmarían. Eso en un primer momento. Más tarde, según reaccione el Gobierno, las cosas pueden estar menos claras. Incluso, como en el jiu-jitsu, el presidente podría rentabilizar la acometida nacionalista. Podría lanzar un doble mensaje que muchos estarían deseosos de creerse: he hecho lo posible por contentar a los nacionalistas, ahora hay que hacerles saber que el Gobierno de España no está dispuesto a ceder a los chantajes. Se acabó lo que se daba. Que sea verdad o no, la sinceridad del mensaje, resulta irrelevante: las elecciones están lo bastante cerca como para que no haya tiempo más que para las grandes palabras, para la pirotecnia. Después de lo corrido, quizá podemos pensar que mucha tendría que ser la buena fe, o la fe sin más, de los hipotéticos votantes socialistas, pero, a qué engañarnos, la digestión de ruedas de molinos no ha sido nunca un problema para ellos.

Sobre el paisaje de fondo enmarcado por esas dos coordenadas se tiene que desenvolver el nuevo partido. No puede controlar ni el estado del terreno de juego ni la táctica del rival, pero sí su modo de jugar. Tiene que encontrar su lugar entre el PSOE y el PP. Su inserción en el espacio político es peculiar. Por una parte, atendiendo a la procedencia de sus promotores, la izquierda es su marca de origen. Por otro, atendiendo a su mensaje, mantiene importantes coincidencias con un PP que, no sin ambigüedades e incoherencias, se ha mostrado crítico con la carrera estatutaria y que, por lo demás, sabe que lo tendrá muy difícil para pactar con unos nacionalistas cebados en pretensiones por Zapatero. UPD parece dudar entre presentarse como un partido de izquierda o como un partido “transversal”, en el que caben todos, izquierdas y derechas. Un partido en el que caben todos es distinto de un partido que se dirige a todos. Para aclararnos, Sarkozy levanta un proyecto de derechas al que se adscriben, más tarde, personajes que proceden de la izquierda (¿o es que nos hemos olvidado del equidistante Bayrou, que tantos entusiasmos despertó?). En UPD, desde el principio, han acogido a todos. Vargas Llosa no suscribe un proyecto de otros sino que está en la presentación del proyecto con sus propias ideas. La tentación es alta: recoger votos de todas partes. Pero también los riesgos: alejar la fuente de votos más promisoria, los abstencionistas desengañados del PSOE, que no encontrarían un mensaje suficientemente diferenciado del PP y que no se reconocen en un partido con liberales como Vargas Llosa, al tiempo que no se consigue atraer a unos votantes de derechas que, por lo que se sabe, se mantienen bastante fieles al PP y que no acabarán de creerse la imagen de la derecha que la propia competencia política obligaría a cultivar (¡Dios nos conserve la Educación para la ciudadanía!). El otro perfil con el que UPD se puede presentar es el de un partido de izquierda que se resiste a desmontar un Estado en el que ve, antes que la cristalización de eternas esencias, un instrumento de realización de la justicia, una garantía de igualdad entre todos los ciudadanos. Seguramente, con ese mensaje atraería no sólo a los votantes del PSOE descontentos, sino a otros, también de izquierda, instalados en la abstención, aquellos que ya no votan al PSOE y que “nunca votarían al PP”. Esa clarificación de ubicación, además, evitaría una indefinición ideológica que puede complicar el propio funcionamiento, atascándolo en inacabables polémicas “de fundamentos” , y puede facilitar una elemental cohesión interna que, más allá de las consideraciones programáticas, siempre deudoras de las circunstancias, evita la necesidad de andar cada día buscando diferencias respecto a un PP que está lejos de ser un partido ultramontano, al menos no menos que lo es una parte importante de la izquierda europea con problemas para digerir no ya el matrimonio homosexual sino hasta las parejas de hecho.

La resultante de tales fuerzas se verá en las próximas elecciones. Todo lo demás son especulaciones, incluidas las líneas anteriores. Es poco lo que podemos establecer con certeza. Eso sí, hay una cosa segura, la aparición de Ciudadanos y ahora de UPD ha recuperado las preguntas incómodas. Ya no valen los conjuros vacíos de “la riqueza de la diversidad” o la “España plural”. Se acabó el silbar. ~

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(Barcelona, 1957) es profesor de economía, ética y ciencias sociales en la Universidad de Barcelona.


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