El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue hasta hace poco el decano de los partidos en el poder, capaz de conservar la Presidencia de la República en elecciones periódicas aun después de que el resto de América Latina había transitado a un nuevo régimen político y aun después de que el resto del mundo se adaptara a la caída del Muro de Berlín. El pasado domingo 2 de julio, en una jornada pacífica y soleada, el PRI perdió las elecciones presidenciales por primera vez en su historia.
Menos de dos décadas atrás, como resultado de los comicios de 1985, se había confirmado una vez más que el mapa electoral de México era de un solo color y que, además, probablemente permanecería así indefinidamente a pesar de una tradición memorable de luchas municipales en Juchitán y Mérida, en Guerrero y Baja California. Entre aquellas elecciones federales de 1985 y las del 2000 se fueron incorporando al Padrón Electoral unos 26 millones de nuevos ciudadanos, alrededor del 40% de los 59,579,492 hombres y mujeres adultos inscritos para votar este 2 de julio. Mientras transcurría este proceso demográfico, el país político cambió y se volvió más plural.
La transición a un nuevo sistema de partidos políticos, más competitivos, capaces de derrotar al PRI, primero a
nivel local, y desde 1989 en Baja California a nivel estatal, no ha sido ni lineal ni progresiva, pero no se ha detenido desde las elecciones presidenciales de 1988.
El descenso paulatino de los porcentajes históricos de votos obtenidos por el PRI representa una tendencia evidente en el periodo 1985-2000, pero lo es también, paralelamente, el número relativo menor de sufragios con el que los presidentes de la República han ido siendo elegidos: Vicente Fox es el primer presidente que gana con menos del 50% del voto en la época moderna.
El 2 de julio no representa el fin de la Historia; no sólo por la capacidad de respuesta potencial del PRI (todavía el partido con el mayor número de diputados, senadores y gobernadores en el poder), sino por la volatilidad del electorado, que ha cambiado y cambia su sentido del voto a favor de uno u otro partido político. Los acomodos y reacomodos continuarán desde ahora en prácticamente todas las elecciones, locales y federales, hasta el 2003 y el 2006. Lo que parece definitivo es el fin de la presidencia imperial, que difícilmente volverá a recuperar el control de ambas cámaras del Congreso, la totalidad de los gobiernos de los estados y el manejo de los órganos y poderes autónomos.
Documentar la historia de la transición no es una tarea sencilla, a pesar de la existencia de varios bancos de datos electorales y algunas investigaciones académicas serias. Ningún trabajo muestra por sí solo la composición política en los tres niveles de gobierno a través del tiempo; tampoco la construcción de todos los contrapesos territoriales que en los últimos quince años han ido acotando el poder presidencial.
Antes de 1991 es la prehistoria, y aun después, para ciertas elecciones, los datos históricos no son totalmente confiables. Sin embargo, en cualquier caso es posible concebir esta tarea gracias a referencias como las Estadísticas de las elecciones federales, 1991, 1994, 1997 del Instituto Federal Electoral, la información estadís-tica con la que cuenta el Centro de Estudios Municipales (Cedemun) de la Secretaría de Gobernación, los informes de resultados electorales de los institutos o consejos electorales de las 32 entidades de la República, y el Banco de datos electorales a nivel municipal, 1980-1999 de Alain de Remes (CIDE, 2000).
Los mapas que a continuación se presentan son cortes, un tanto artificiales, determinados por las fechas de las elecciones federales. Los resultados que se muestran sobre la integración de los congresos estatales y la votación obtenida por los partidos políticos en las elecciones municipales atienden a los resultados inmediatos anteriores a cada elección federal. Estas seis fotografías (1985, 1988, 1991, 1994, 1997 y 2000) no permiten ver del todo el dinamismo que, principalmente a partir de 1988, se refleja en las elecciones municipales y estatales donde la oposición va obteniendo triunfos que, gráficamente, apenas aparecen en mapas tres años más tarde.
Pero en su conjunto muestran el doble fenómeno del crecimiento de la pluralidad electoral y, a la vez, del acotamiento del poder presidencial. –
A pesar de la crisis en la economía, cuyas secuelas abarcarían prácticamente toda la década, en las elecciones intermedias del gobierno de De la Madrid el PRI obtuvo un triunfo abrumador como lo hacía rutinariamente hasta entonces. El país entero mostraba, con excepciones, el dominio absoluto del partido tricolor. Los porcentajes de participación y votación obtenida por el PRI a nivel estatal y municipal dan constancia de ello. El impacto que la inflación y la recesión provocarían al interior y al exterior del PRI todavía no era evidente, a pesar de que la sociedad comenzaba a buscar nuevas vías de participación democrática.
El sistema electoral y las fórmulas de representación no reflejaron, en la integración de los cargos públicos, la extensión del movimiento de oposición que, vía el Partido Acción Nacional (PAN) y, más ampliamente, el Frente Democrático Nacional (FDN), que agrupó a varios partidos hasta entonces apenas membretes de camarillas minúsculas, surgió durante la elección presidencial de 1988. La suspensión, y posterior manipulación, en el cómputo de votos arrojó cifras oficiales que dieron fin a la credibilidad del sistema electoral. Pero ni la integración de la Cámara de Senadores o la integración de los órganos locales demuestra el tamaño de la oposición al PRI; sólo la Cámara de Diputados dio muestra de la emergente pluralidad.
Mientras en las elecciones federales pasadas se había revelado su vulnerabilidad, en los comicios intermedios del gobierno de Carlos Salinas el PRI demostró su enorme capacidad organizativa.
Incluso en entidades donde la oposición había obtenido la mayoría en 1988 como Michoacán y el Distrito Federal el PRI se recuperó. En la Ciudad de México el partido del gobierno ganó la mayoría en la Asamblea Legislativa, en lo que apareció como un plebiscito sobre la recuperación económica. El PRI, sin embargo, había perdido en Baja California el primer estado en su historia.
En los comicios presidenciales de 1994 el mapa electoral lucía menos homogéneo gracias al triunfo del PAN en Chihuahua y el interinato adjudicado a ese partido en Guanajuato, que se sumaron a su control de Baja California, así como a un número importante de municipios, incluyendo varias capitales estatales. El país electoral comenzaba a separarse en urbano y rural, en norte y sur, de acuerdo a la fuerza relativa del PRI y a la presencia de su principal oposición (ya sea el PAN o el PRD) en distintas partes del país. A nivel municipal el crecimiento de la oposición se mostraba en estados como Jalisco y Baja California Sur.
Cuando se celebraron las elecciones intermedias del gobierno de Ernesto Zedillo, la oposición gobernaba en los estados de Baja California, Chihuahua y Jalisco (en los tres casos por el PAN).
Como resultado de esos comicios, además, el PAN obtuvo las gubernaturas de Aguascalientes, Querétaro y Nuevo León, y el PRD ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal en la primera ocasión en que hubo elecciones en la capital del país. Significativamente, el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y la mayoría calificada en la Cámara de Senadores. El Congreso aparecía plural como nunca antes. En este periodo se evidencia la caída significativa en el porcentaje de la votación del PRI a nivel municipal.
El 2 de julio se dio la alternancia en el poder presidencial a través de unas elecciones pacíficas y legales. Ninguna fuerza partidista tiene ahora la mayoría en las cámaras del Congreso, lo que obliga a la negociación y al diálogo para gobernar. El PRD conservó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal y la mayoría de las delegaciones, pero perdió la mayoría en la Asamblea Legislativa. Antes de esta elección ya había obtenido el triunfo en las elecciones para gobernador en Baja California Sur, Nayarit, Tlaxcala y Zacatecas. El PAN volvió a ganar en Guanajuato y aumentó con Morelos un estado más a los que gobierna. El PRI es el partido con mayor número de diputados y de senadores en el Congreso y gobierna en veinte estados. La alternancia vino acompañada del pluralismo y el poder presidencial de equilibrios y contrapesos.