Gordon Matta-Clark: Los edificios son para comer

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Creando complejidad espacial, leyendo nuevas grietas contra viejas superficies”, escribía Gordon Matta-Clark (Nueva York 1943-1978) en el 71, trazando la directriz teórica de sus acciones y perfilando ya sus trabajos posteriores y más conocidos, los cuttings: edificios seccionados, desmembrados, apropiados; intervenciones escultóricas sobre arquitectura ya existente.

Sí, “leer” nuevas aperturas es la formulación exacta, pues la lectura es siempre interpretación, y es a través de la “interpretación expresiva” como el artista, según Matta-Clark, se enfrenta al mundo. Transformar el espacio es interpretarlo, asimilarlo vívidamente y ofrecer nuevas perspectivas del mismo. No es casual que en muchas de las obras de Matta-Clark el boquete practicado en el muro permita la entrada de un destello de luz que la arquitectura funcional mantenía reprimido. La luz que se filtra a través de sus “cortes” revela nuevas formas de ver y entender la construcción; la arquitectura, como en el principio, tiene a la vez la medida del hombre y del mundo: no sólo el individuo se ha reapropiado del espacio, sino que los elementos naturales inciden de nuevo en éste. Así, por ejemplo, en Day’s End (obra que le valió la persecución legal del estado de Nueva York, por okupar el espacio en que fue realizada), a un galpón portuario se le practica una incisión en el suelo y el agua se vuelve visible, un corte en la pared y la luz irrumpe convirtiendo el vetusto inmueble abandonado en un verdadero templo; “el universo viene a habitar su casa”, dice Gaston Bachelard, que en otro pasaje de La poética del espacio parecería estar describiendo el motor creativo de Matta-Clark: “La casa vivida no es una caja inerte. El espacio habitado trasciende el espacio geométrico”.

La obra de Matta-Clark obliga a re-pensar la habitabilidad del espacio urbano contemporáneo transgrediéndolo, forzando la mirada más allá de la funcionalidad, abriendo nuevas perspectivas y llamando la atención sobre los rincones olvidados que escapan a la lógica voraz del tardo-capitalismo. Su crítica social, en este sentido, coincide (también en el tiempo) con la del Arte Povera.

Hijo del pintor surrealista de origen chileno Roberto Matta, Gordon pasó su infancia entre Nueva York, París y Chile, y por si esta abundancia de contextos y referencias familiares no hubiese bastado para acercarle al mundo del arte, fue ahijado del genial Marcel Duchamp. Estudió arquitectura en la Universidad de Cornell, Ithaca, donde entró en contacto con Dennis Oppenheim y Robert Smithson, representantes del Earth Art que compartieron su interés por la modificación del paisaje a gran escala. Durante su periodo de estudiante realizó una primera obra escultórica monumental, pero al volver a Nueva York en 1969 se volcó en dimensiones y materiales más modestos: sus fotografías polaroid fritas con pan de oro pertenecen a esta etapa. Trabajó también con fragmentos de vidrio y basura durante esos primeros años, consiguiendo texturas que recuerdan a los primeros cuadros de Dubuffet, una indagación de la suciedad que se acumula en los bordes del camino.

La primera obra a gran escala que fue documentada (no quedó constancia alguna de aquella de sus años de estudiante), fue Splitting, de 1974: una casa cortada por la mitad y posteriormente inclinada hacia uno de sus lados, abriéndose así el ángulo de la fisura practicada. Es el inicio de la “anarquitectura”, término acuñado por el propio Matta-Clark para referirse a sus intervenciones sobre edificios. El prefijo “an” de tal vocablo apunta a las sustracciones, los cortes realizados sobre techos, paredes y suelos, pero también –aventuro– se refiere a las zonas invisibles de la ciudad; de ahí sus incursiones al subsuelo de París, más allá del metro, buscando, otra vez, el elemento suprimido, ignorado, de la urbe, el lodo y la diversidad inaprensible sobre la que ésta se erige; del mismo modo que antes, a través de la basura, experimentó con materiales “marginales” que preferimos ignorar en la vida diaria.

Si se atribuye a John Cage el haber hecho del silencio un elemento primordial y constitutivo de la música, tenemos que decir que Matta-Clark hace lo mismo respecto del vacío y la arquitectura; o del urbanismo: sus obras, al forzar la mirada y la interpretación del entorno, descubriendo relaciones poéticas y modos de vida que exceden y desbordan los planteamientos económicos, recuerdan a la “psicogeografía” de los situacionistas, que defendieron también una ciudad que incorporase elementos lúdicos y una relación con el mundo no mediada por el espectáculo.

Las acciones –sus cuttings– fueron documentadas con videos y fotografías, pero más allá del papel testimonial, los resultados, expuestos hasta principios de octubre en el MNCARS, comparten en muchos sentidos las mismas preocupaciones estéticas de los cuttings. Las fotografías rara vez ofrecen una visión “objetiva” y general del edificio cercenado, más bien se superponen en collages que transmiten la misma sensación fragmentaria e incompleta que emana del objeto fotografiado; como si también las fotos, los collages y los videos se encargasen de inaugurar y mostrar perspectivas inéditas del espacio urbano. Muchas veces, al margen de su papel documental, las fotografías retratan espacios deteriorados (y no intervenidos por el artista) como intentado testimoniar un proceso de descomposición irreversible, una mutabilidad vertiginosa: se nos muestran paredes carcomidas, tranvías siniestrados y casas arrasadas por huracanes o sismos. Quizás Godfrey Reggio, director de Koyaanisqatsi (secuencia de imágenes documentales en torno a la destrucción en las ciudades modernas, con música de Philip Glass), conocía las impactantes fotografías de Matta-Clark, pues también sus frenéticos filmes parecen hurgar en los vertederos de la historia urbana en busca de experiencias estéticas que nos digan algo sobre nuestra actitud hacia el espacio.

La diferencia es que en Matta-Clark la reivindicación de una arquitectura “humana” y una visión lúdica y poética del espacio pasa por una apropiación individual, un proceso casi orgánico de asimilación del entorno que hace equiparables sus acciones a un proceso digestivo: “los edificios –dice Matta– son para comer”. Y si a continuación añade: “construir para alimentar a los gusanos”, es porque sólo podemos apropiarnos del espacio mientras vivimos, después, es seguro que la fragilidad y la incesante mutabilidad de nuestras creaciones termine engullida por el cauce de los acontecimientos, recubierta de agua, aire, tierra, luz y todos esos elementos a los que Matta-Clark reabrió las puertas de la habitación humana. Y por si sus palabras no fuesen contundentes, hay que añadir que todos los cuttings fueron realizados sobre edificios condenados a la demolición, de forma que el propio artista juega con lo efímero de su obra.

La prematura muerte de Gordon Matta-Clark, a los 35 años, cortó una de las trayectorias artísticas más interesantes de la segunda mitad del siglo XX, pero aun así tuvo tiempo de incorporar la destrucción (¿o la deconstrucción?) a nuestro nutrido catálogo de acciones creativas y de revolver las concepciones tradicionales de arquitectura, urbanismo y espacio. Acaso su propia historia de vida –en la que una tuberculosis infantil, un importante accidente de tráfico, el suicidio de su hermano y el cáncer definitivo configuraron una inquebrantable sucesión de siniestros– se reflejó en la vertiente catastrófica de su propia obra. ~

+ posts

(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: