La obra de Miguel Ángel Granados Chapa es una admirable muestra de los frutos que nos puede dar el árbol de la democracia. Desde sus juveniles luchas por abrir las puertas a nuevos aires en un diario tan corrupto como lo era el Excelsior de los años sesenta del siglo pasado hasta su intensa labor cotidiana en la Plaza pública del diario Reforma, Granados Chapa fue el gran ejemplo de la importancia del periodismo crítico como una de las bases de un sistema político democrático. Además, en Granados Chapa encarnaron dos tradiciones: la del periodista analítico y la del intelectual público. Esta mezcla no dejó de incomodar a muchos. Los periodistas tradicionales siempre se han sentido incómodos ante los intelectuales que invaden sus territorios. Por su parte los intelectuales académicos se suelen irritar por el aura de publicidad y fama que genera la labor periodística. Y si embargo, es en esta franja fronteriza, en la que coinciden el trabajo periodístico y la labor intelectual, donde crecen las mejores aportaciones críticas necesarias para que un sistema político funcione de manera moderna. No puedo encontrar de ello mejor ejemplo que el de Granados Chapa, el columnista, el académico universitario, el analista crítico. Él solo reunía un conjunto de ideas e información sobre el poder mucho más rico que el que albergan muchas facultades universitarias de ciencias políticas, aunque sin el fárrago de la palabrería especializada, aunque a veces con el exceso de solemnidad que venía posiblemente de su formación como abogado.
Coincidí por primera vez con él en esa franja crítica que se abrió con el diario Unomásuno, donde trabajamos a fines de los años setenta. Allí Granados Chapa, después de haber estado en la revista Proceso, publicaba su columna y yo contribuía semanalmente como articulista. En aquella época me embarqué en una breve pero intensa aventura periodística como director de El Machete, una revista mensual del Partido Comunista, que fue muy bien vista y apoyada tanto por Granados Chapa como por quienes dirigían el Unomásuno. En 1984 continué el viaje con Granados Chapa cuando abandonamos el Unomásuno y acompañamos a Carlos Payán en la fundación de La Jornada. Cinco años después, en 1989, recibí el caluroso apoyo de Granados Chapa cuando el director de La Jornada me propuso que transformase los suplementos culturales del diario en una revista semanal. Cuando fui propuesto, Carlos Payán me advirtió que debía consultar a Granados Chapa, quien con entusiasmo celebró la idea y se sumó a las reuniones previas en las que preparamos la nueva época de La Jornada Semanal como revista, con portada a color y engrapada. Debo decir que gracias a ambos tuve plena libertad e independencia para hacer el semanario cultural. Unos años después, en 1992, Granados Chapa se presentó como candidato a sustituir a Carlos Payán en la dirección del periódico, pero no tuvo el apoyo suficiente y se alejó de La Jornada. Con la salida de Granados Chapa la franja crítica de ese diario comenzó a estrecharse, y cuando en 1995 apareció la sucesora a la dirección, que representaba el periodismo más atrasado, la revista cultural fue cerrada para volver al formato tabloide y yo abandoné el diario. La Jornada acabó como un diario que apoya causas tan atrasadas como el régimen castrista cubano o la ETA terrorista. Para colmo, entabló un juicio contra la libertad de expresión de Letras Libres en una defensa conservadora de su “honor” lastimado; en la Suprema Corte de Justicia este diario perdió su ridículo alegato.
En contraste, Granados Chapa se asoció a las tendencias más abiertas, democráticas y avanzadas del periodismo. Yo diría que ha habido al menos dos Granados Chapa en una sola persona. Uno es el escritor lúcido, crítico, informado y racional. Otro es el periodista dispuesto e incluso inclinado a dirigir o encabezar proyectos. Esta última línea fue accidentada, tensa y quebrada, en contraste con la firmeza continua y tersa de su vocación como columnista. Es comprensible: el poder en los medios periodísticos genera muchas confrontaciones y rencillas. La carrera de Granados Chapa por ello tiene varias bifurcaciones. Hoy podemos imaginar que otra hubiese sido la historia del periodismo en México si, por ejemplo, un Granados Chapa hubiese dirigido el Excelsior en 1976; o encabezado la revista Proceso en 1977; o ganado la dirección de La Jornada en 1992. Podríamos agregar, ya puestos a imaginar, que la política del Estado de Hidalgo sería hoy muy diferente si Granados Chapa hubiese sido electo gobernador. Nada de ello fue posible, como sabemos. Cuando a Granados Chapa se le cerraba el camino hacia las instancias de dirección y mando, redoblaba sus esfuerzos como columnista crítico e informado, con muy buenos resultados.
En la vida periodística de Granados Chapa –como he dicho– se entrelazan una zigzagueante lucha por encabezar proyectos editoriales con una línea recta como analista político. Seguramente cada línea alimentó a la otra. Sin embargo, creo que hoy podemos concluir que lo mejor de su obra es lo que ha quedado en sus textos, que fueron un espacio invaluable para la reflexión y sin duda serán una fuente de información para los historiadores que en el futuro quieran entender nuestra época.
Quiero poner un ejemplo que se refiere a un área de la política en que no estuvimos de acuerdo. Estoy seguro que él no me perdonaría si yo dejase de mencionar que teníamos divergencias importantes. Creo que en las muchas líneas que dedicó a explicar y apoyar las luchas de la izquierda los historiadores podrán rastrear las causas de la tragedia que ha sumergido a las corrientes progresistas en un pantano peligroso que amenaza con ahogarlas. El peso excesivo de un liberalismo autoritario, que encarnó en el PRI, ha cargado a la izquierda de pesados lastres que han desplazado sus vetas más democráticas. Las columnas de Granados Chapa sin duda ayudarán a entender las tensiones y los dramas de una izquierda a la que se le dificulta enormemente el tránsito hacia la modernidad.
Sus artículos, cuando sean recopilados y vueltos a publicar, permitirán observar cómo el trabajo de los columnistas teje una densa red de vasos comunicantes entre el poder y los lectores. Los diferentes grupos en las élites políticas necesitan filtrar información, con el ánimo de influir en la opinión pública. Esta información a veces forma y a veces deforma a los lectores, y el oficio de un buen columnista consiste en hilar con habilidad los filamentos para darles a los lectores una guía que les permita pensar. Al mismo tiempo, el columnista transmite ideas y sentimientos hacia los dirigentes y las élites. Todavía hay políticos que saben leer y que son capaces de entender que no todo el panorama aparece dibujado en las encuestas de opinión pública. El conjunto de articulistas, junto con quienes escriben artículos en las secciones editoriales y hacen comentarios en la radio o la televisión, forman lo que despectivamente se ha llamado una opinocracia. No quiero cerrar los ojos ante el hecho de que puede haber allí mucha corrupción. El poder tiene muchas goteras y quienes bajo su techo recogen las fugas de datos a veces están tentados a corromperse.
Ante esto, quiero decir que Granados Chapa fue un gran ejemplo de honestidad y transparencia. En sus columnas se aprecia siempre un gran esfuerzo por equilibrar la información y la opinión. También en ellas se puede comprobar la presencia de un compromiso político. No son las reflexiones de quien quisiera producir ensayos químicamente puros, despojados de toda liga con las fuerzas que se mueven en la sociedad. Son los escritos de quien no dejó de insertarse en la realidad política, aún a riesgo de contaminarse. Pero mantuvo siempre puntos sólidos de independencia en sus juicios y sus interpretaciones. A Granados Chapa debemos rendirle homenaje y reconocer que su obra es una valiosa criatura de la democracia, la que se incubó durante el largo periodo del autoritarismo como la que despuntó en los tiempos de transición que vivimos.
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.