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En una reciente entrevista, el profesor Carlos García Gual, helenista ejemplar, constataba la desaparición de los mitos clásicos como referentes sociales y su sustitución por simulacros mediáticos. Traduzco: ningún universitario sabe ya quién era Epimeteo, pero todos conocen a Beckham. No tiene la menor importancia. Sin embargo, perdida la perspectiva mítica, flotamos en un tiempo detenido en la pura actualidad, es decir, vivimos un instante. Y sin pretérito no puede conjugarse el futuro.
     Por eso aproveché el verano para ver qué ha sido de nuestros relatos míticos fundacionales: Iliada y Antiguo Testamento. Hasta los años setenta del pasado siglo, una mayoría de ciudadanos con estudios superiores tenía como leyenda original la muerte del guerrero Aquiles ante las murallas de Troya, un relato que canta la dignidad, el honor y el destino. Junto a Aquiles, el segundo relato cuenta el pavoroso deambular del pueblo elegido, castigado por un Dios cruel e incomprensible, en busca del perdón y la gracia. Ambos mitos se fundieron en Occidente. La vida heroica y bella de Aquiles se prolongó hasta los posters del Che Guevara que se exhibían pomposamente en las casas burguesas. El nihilismo judío, la vida insignificante a la que sólo el Verbo puede dar sentido, vivificó el pensamiento occidental desde Spinoza hasta Walter Benjamin.
     Ambos mitos, precisamente ahora que ya desaparecen de nuestra civilización, han sido sometidos a fuerte revisión gracias a la moderna investigación arqueológica, la cual ha corregido extensamente la interpretación filológica. El dictamen científico invierte el juicio sobre lo que hay de “verdad histórica” en uno y otro relatos.
     Como sería imposible resumir los argumentos, me limito a recomendar dos fuentes de la mayor seriedad: para el Antiguo Testamento, el aniquilador estudio de Israel Finkelstein y Neil Asher, La Biblia desenterrada (Siglo XXI); y para la Iliada, el fascinante trabajo de Joachim Latacz, Troya y Homero (Destino). Finkelstein dirige el Instituto de Arqueología de Tel Aviv; Latacz colabora con los equipos que trabajan en la colina troyana y coedita los Studia Troica. Obsérvese que los especialistas bíblicos son judíos de Israel.
     La creencia clásica suponía que el relato homérico era una fantasía poética con exiguo suelo histórico, una obra de arte sin referencias “reales”. Por el contrario, la exactitud geográfica y gentilicia de la Biblia sugería que, en efeto, aquella había sido la historia real del pueblo judío, y buena prueba de ello son las exigencias nacionalistas del actual gobierno de Israel. Nuestros arqueólogos opinan todo lo contrario. Nunca hubo un exilio judío en Egipto, nunca existió Moisés o Abraham o los patriarcas, el pueblo elegido fue politeísta hasta mucho más tarde de lo que dice la Biblia, en fin, las escrituras sagradas son un fabuloso monumento construido durante el reinado de Josías, hacia el siglo VII a.C., con fines políticos y sin el menor rigor histórico. Si Sharon lo lee, le da un ataque.
     En cambio, según Latacz, la guerra de Troya, en efecto, tuvo lugar. A partir del siglo XV a.C., el progresivo enfrentamiento entre el reino de Micenas y el imperio hitita de Asia Menor culminó en una guerra de tremendas consecuencias cuyo relato se conservó gracias al rigor del hexámetro y el arte de los aedos. Lo que llamamos “Homero” es la trascripción en escritura alfabética de un espléndido fragmento que forma parte de un relato mucho mayor y cuidadosamente “histórico”.
     Ahora que nuestros mitos originales desaparecen y nuevos mitos están fundando una civilización mestiza y diversa, armada por múltiples razas, dioses, lenguas y mitos, una sociedad que en pocos años no se parecerá en absoluto a la anterior, bueno es verlos alejarse sabiendo que el poema griego canta un suceso real, y el Libro judío expone un drama espiritual.
     Dicho con mayor propiedad: la civilización occidental nació de un compromiso raro: nos dio cuerpos tan verdaderos, bellos y mortales como los de Aquiles y Briseida, Agamenón y Helena, pero también las torturas y desolaciones anímicas de esos cuerpos insatisfechos, errantes, extranjeros en busca del Verbo capaz de darles un sentido que no fuera tan sólo bello y mortal. Ignoramos cómo serán los próximos cuerpos, ni las torturas anímicas que les esperan. ~

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