Guía de libros fabulosos

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(Segunda entrega de la Guía de libros fabulosos)

El libro indescifrable

En una bóveda cerrada de la Sección Beinecke de Libros y Manuscritos Raros de la biblioteca de la Universidad de Yale se encuentra un volumen cuya descripción en el catálogo reza: “Manuscrito cifrado. Texto científico o mágico, en lengua no identificada, en lengua secreta. Europa Central (?), siglo XV hasta finales del siglo XVI (?)”. Quien desee ojearlo deberá consentir que su consulta se limite a una hora y que sea la bibliotecaria quien, con manos enguantadas y gesto adusto, pase las hojas. Se trata de un libro que consta de 262 páginas escritas en un idioma desconocido, o acaso inexistente, que se asemeja en ciertos rasgos al sánscrito, y las cuales están delicadamente ilustradas con plantas que ningún botánico ha atinado clasificar, símbolos astrológicos que ningún astrónomo sabe reconocer, y mujeres desnudas que nadie ha conseguido identificar. Dado que su título resulta igualmente incomprensible, se le denomina El Manuscrito Voynich, en honor al anticuario polaco Wilfried Voynich, quien lo adquirió en 1912 en el colegio jesuita de Frascati, una pequeña ciudad italiana, al norte de Roma. Mucho se ha especulado acerca de su autor y sus insondables intenciones al concebir semejante volumen, sin que hasta la fecha las investigaciones hayan llegado más allá de las consabidas teorías conspirativas y las consecuentes imaginaciones calcinadas. ¿Se trata acaso del trabajo de un iluminado, perteneciente a una secta secreta? ¿O de una broma colosal de Francis Bacon, a quien además, por cierto, se le atribuyen los dramas de Shakespeare? ¿Es posible que sea el último libro escrito en un idioma extinto? ¿O el primero perpetrado en una lengua futura? Sea como fuere, ese libro críptico logra como pocos uno de los cometidos últimos de la escritura: exacerbar nuestra fantasía.

El libro redundante

Con razón, los lectores exigentes de ingenio bilingüe llaman littleratura a lo que los autores de best-sellers suelen producir. Sin embargo, algunas veces los autores de ese infragénero pueden contribuir a que otros, aunque no sean escritores, logren crear un libro inmortal. Tal es el caso de la novela El resplandor, de Stephen King, que, al ser llevada a la pantalla por Stanley Kubrick, dio pie a que el más obsesivo de los directores del cine mundial ideara un libro cuyas páginas todas repiten, una y otra vez, la misma, salmódica, oración. Me refiero al manuscrito que Jack Torrance, el personaje de la novela, interpretado en la película con infamia insuperable por su homónimo Nicholson, escribe durante su estancia en el siniestro hotel Overlook. Y es justamente ese manuscrito el que, al ser leído subrepticiamente por su esposa, desata la furia homicida del monómano escritor. Es interesante remarcar que la frase repetida, página tras página, renglón por renglón, diverge en las versiones que Kubrick hizo rodar para los diferentes países. Así, mientras que en el inglés original reza “All work and no play”, la toma española muestra un legajo de hojas con la reiterativa inscripción “Al que madruga, Dios le ayuda”, que si bien poco, o nada, tiene que ver con la anterior, resulta compatible con la italiana (“Il mattino ha l’oro in bocca”), aunque vuelve a distanciarse de la francesa (“Un tiens vaut mieux que deux tu l’auras”), y más aún de la alemana (“Was Du heute kannst besorgen, das verschiebe nicht auf morgen”). Lo que es realmente admirable es que en las secuencias tomadas de la misma escena, todas las páginas del manuscrito fueron realmente escritas, según se cuenta, por Kubrick mismo, sirviéndose de una máquina automática. Esa ocurrencia, que falta en el original de King, merece toda nuestra atención pues ¿no es esa oración repetida, como una letanía sin dioses, la cual se vuelve cada vez más pavorosa conforme se la lee, lo que nos revela la verdad horrenda de la littleratura?

– Salomón Derreza

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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