De nuevo una Persona Poco Instruida ha confundido una obra de arte expuesta en la Tate Britain con un montón de basura, y la ha tirado al cubo de los desperdicios. Ya sucedió con una instalación de Damien Hirst hace tres años. Es un clásico. Sin embargo, para el aficionado al arte del siglo XX, estos desastres son caza mayor. Cada vez que sucede algo semejante, nos frotamos las manos. Trataré de explicarles la razón.
Vean, primero, cómo se presentó el asunto. Dos periódicos españoles de tipo “serio” daban la noticia con una sonrisita de superioridad. El País decía que la Persona Poco Instruida era “un empleado de la limpieza”; para La Vanguardia se trataba de una empleada, como para el mexicano La Crónica de Hoy, que titulaba: “Afanadora tiró obra de Metzger a la basura.” Ningún diario citaba la fuente, aunque se deduce que fue la propia galería la que el 28 de agosto informó sobre un suceso acaecido el 30 de junio, si bien El País dio la noticia como si acabara de suceder. ¿Por qué tardó tanto en informar la Tate? ¿Trataba de atraer más público a su exposición sobre el arte de los años sesenta? ¿Quería protegerse legalmente? Todavía nadie lo ha aclarado. Ni parece inquietar a los periodistas. Para aumentar el misterio, esta obra (Recreation of the first public demonstration of Auto Destructive Art) es el simulacro de un original que data de 1959 (según El País) o de 1961 (según La Crónica). Ningún otro periódico español fue más explícito. Todos recogieron la noticia con el tonillo zumbón de un labriego enriquecido: “¡A mí me van a engañar…!”
La prensa seria británica fue algo más exacta, pero The Guardian, por ejemplo, no se apartó mucho de la versión española. Quien le dedicó más espacio fue la prensa sensacionalista y de extrema derecha. El indescriptible The Sun lo utilizó para un experimento. Eligió a una Persona Poco Instruida (el empleado de la limpieza Terry Torpe, 45 años, aspecto de hincha del Liverpool), y lo sometió a cruel prueba. Los señoritos del periódico imitaron cinco obras de arte contemporáneo y las pusieron junto a cinco piezas auténticas. Eran las siguientes: un montón de ladrillos y un Carl André; un montón de basuras urbanas y un Tim Noble; un amasijo de papel y un Martín Creed; una habitación caótica y un Damien Hirst; finalmente, una bolsa llena de papeles y la pieza de Gustav Metzger que hoy nos ocupa. Algo salió mal. La Persona Poco Instruida adivinó cuatro de las cinco piezas auténticas. Sólo se equivocó con la de Hirst. Yo también.
Los informadores de los diarios (y no los empleados de la limpieza) son las verdaderas Personas Poco Instruidas de esta historia. Porque el percance de Gustav Metzger es interesante por razones absolutamente contrarias a las que suponen estos caballeros. Hay una verdadera justicia artística en la destrucción de la obra de Metzger, pero no por los motivos que ellos imaginan. Intentaré resumirlo.
Gustav Metzger es, hoy en día, un anciano de 78 años (nació en 1926), superviviente de un familia judeo-polaca establecida en Nurenberg y aniquilada en los campos de exterminio. Gustav y su hermano Mendel, como tantos otros niños alemanes, fueron acogidos en 1939 por la comunidad judía británica y lograron escapar a la muerte. Para él, por tanto, los términos “destrucción” y “violencia” tienen un significado notablemente concreto.
Su entrada en el art world se produjo en 1959, cuando dio su primera conferencia sobre el Arte Autodestructivo. Muchas manifestaciones de este movimiento artístico tuvieron lugar en los sesenta y los setenta, en simpatía con otros grupos herederos del dadaísmo como los accionistas vieneses o el grupo Fluxus. En alguna de las acciones participó John Lennon junto con Yoko Ono.
Activista radical, pero no sólo antifascista sino también (y eso era más raro en la época) antiestalinista, Metzger proponía la destrucción de todas las obras de arte (las suyas las disolvía con ácido hidroclorhídrico) para acabar con la creciente y peligrosa mercantilización. En sus panfletos, como el fundacional Auto-Destructive Art (1960), Metzger proponía la realización de obras efímeras o bien (rasgo de tolerancia) capaces de aguantar un máximo de veinte años. De ese modo se vendría abajo el mercado artístico por falta de materia prima, o de fuerza de trabajo, según se mire. En otro panfleto posterior, Art Strike (1974), abogaba por una huelga general y mundial de artistas que durara lo suficiente como para arruinar a todos los galeristas y marchantes del planeta. Metzger seguía pensando así en 1996, cuando leyó en Oxford su conferencia On Destruction and Destructivity. Todavía no había abdicado de ninguno de sus principios más radicales.
Ya imaginan ustedes a dónde quiero llegar. El simulacro de Arte Autodestructivo (recuerden su título: Recreation) que se exponía en la Tate no sólo carecía de sentido por no ser una obra original, sino que era la negación misma de todo aquello que simboliza el nombre de Gustav Metzger y por lo cual obtiene su valor artístico y aparece en los libros y en las revistas especializadas. En consecuencia, la Persona Poco Instruida actuó como la mano de la Verdad y de la Justicia cuando tiró a la basura el simulacro. Era la única manera de salvar a Metzger de sí mismo y a su obra de la trivialidad. No se trataba de un error o de una confusión de Persona Poco Instruida. Era la única lectura realmente seria, artísticamente seria, que permitía la obra. –
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