Si usted no ha oรญdo hablar del fracking, pronto lo harรก. Esta incรณmoda palabra inglesa, para la que no tenemos todavรญa una traducciรณn elegante, designa una prรกctica de extracciรณn de gas para muchos tambiรฉn incรณmoda, desconocida para la mayorรญa y prometedora para unos pocos. Su padre, el ingeniero texano George Mitchell, ha fallecido hace unas semanas, mientras en Espaรฑa el gobierno prepara una legislaciรณn que permita las primeras prospecciones, y en Gran Bretaรฑa se conocen sonoras protestas contra su despliegue inicial. O sea, que el fracking no es todavรญa entre nosotros, los europeos continentales, un asunto de conversaciรณn pรบblica, pero empieza a serlo.
Hay razones para ello. Ahora que el cambio climรกtico ha sido aceptado como una realidad cientรญfica con consecuencias en el plano de las polรญticas pรบblicas, por mรกs lentos que sean los avances prรกcticos, la bรบsqueda de alternativas a los combustibles fรณsiles ha cobrado una decisiva importancia y constituye, tambiรฉn, una atractiva oportunidad de negocio. A ello hay que sumar el viejo deseo geopolรญtico de liberar a Estados Unidos y Europa de su dependencia respecto del petrรณleo y el gas de socios tan poco fiables como los productores de Oriente Prรณximo, Rusia o Venezuela; paรญses que, como su sola enumeraciรณn sugiere, bien pueden tener en esa abundancia a la vez su bendiciรณn y condena. Thomas Friedman, el afamado columnista del New York Times, formulaba con claridad este propรณsito en su libro sobre el particular: “Hoy en dรญa no se puede ser ni un realista eficaz en polรญtica exterior ni un idealista eficaz en promover la democracia sin ser tambiรฉn un ecologista eficaz a la hora de ahorrar energรญa.” En el mejor de los mundos posibles, los imperativos estratรฉgicos y energรฉticos van de la mano.
Desde ese punto de vista, el fracking parece arrojar resultados esperanzadores, aunque no constituya una alternativa radical al sistema energรฉtico existente. En Estados Unidos, que lleva dรฉcadas experimentando a pequeรฑa escala con el mismo y รบltimamente lo ha impulsado de forma decidida, los yacimientos de roca producen ahora una cuarta parte del gas natural de todo el paรญs, cuando a comienzos de este nuevo siglo apenas representaban el 1%; el precio del gas se ha abaratado en consecuencia. Para el caso espaรฑol, el Colegio de Ingenieros de Minas calcula que nuestro suelo alberga gas para 39 aรฑos de consumo, lo que serรญa una noticia bienvenida en un paรญs que importa el 99% del mismo. Es verdad que estas proyecciones pueden desviarse fรกcilmente; tambiรฉn se albergaron esperanzas con los biocombustibles, si bien eso de generar energรญa quemando alimentos nunca pareciรณ una idea demasiado brillante. Pero la promesa del fracking, a la vista de los datos norteamericanos, parece mรกs sรณlida.
¿Cuรกl es, entonces, el problema? ¿Contra quรฉ protestan quienes protestan? Para ser exactos, el fracking consiste en la fractura hidrรกulica de las rocas situadas bajo el subsuelo, a una alta presiรณn y con una mezcla de agua, arena y agentes quรญmicos, creando grietas a travรฉs de las cuales el gas es liberado y extraรญdo. Hay, naturalmente, riesgos asociados. ¡Pero es que la realidad es asรญ! Tal como decรญa la cuarta de las leyes de la ecologรญa formuladas por el conservacionista Barry Commoner, there is nothing like a free lunch, o sea: nada es gratis. En este caso, los principales riesgos tienen que ver con la posibilidad de que el ascenso de los gases a la superficie pueda contaminar los pozos de agua, siendo especialmente problemรกtico el caso del metano, gas altamente contaminante y contribuyente neto al cambio climรกtico. Menos credibilidad parece merecer la vinculaciรณn entre el fracking y los movimientos sรญsmicos. Por otro lado, una buena parte de las protestas se refiere al daรฑo al paisaje o constituye eso que los anglosajones llaman nimbiyism: rechazo a soportar en la propia vecindad las molestias que acarrean la extracciรณn de recursos o la actividad industrial. Y es que, si no nos gustan los vecinos ruidosos, cรณmo vamos a aceptar de buen grado que el progreso itself acampe junto a nuestra casa.
Aunque las investigaciones al respecto no son todavรญa concluyentes, parece que el fracking no plantea problemas que justifiquen una prohibiciรณn prematura. Es verdad que, incluso queriendo hacer las cosas bien, con las cautelas medioambientales correspondientes y una regulaciรณn severa, esas mismas cosas pueden salir mal. Pero, al igual que sucede con la energรญa nuclear, se trata de proceder a una evaluaciรณn racional de los costes y los beneficios asociados a una tรฉcnica concreta, no de rechazar automรกticamente las alternativas a lo conocido, aunque no supongan, como en este caso, una revoluciรณn. Ademรกs, no debe olvidarse que el gas natural es mรกs limpio que los combustibles clรกsicos, como el carbรณn. El fracking puede ser un aliado contra el cambio climรกtico; quizรก no el mรกs eficaz, pero sรญ el mรกs realista. Y desde luego, constituye un buen ejemplo de cรณmo la innovaciรณn humana acaba encontrando soluciones allรญ donde no parecรญa haberlas, proceso de descubrimiento que no puede desarrollarse sin el juego de pruebas y errores que conduce a escoger aquello que mejor funciona y desdeรฑar aquello que no funciona en absoluto. El propio Tim Jackson, adalid contemporรกneo del decrecimiento, reconoce que la posibilidad de una revoluciรณn tecnolรณgica en el plano energรฉtico no puede descartarse, pero esta no puede llegar si no dejamos que lo haga.
No obstante, va de suyo que la soluciรณn mรกs expeditiva en la lucha contra el cambio climรกtico serรญa el desmantelamiento de la sociedad contemporรกnea y la transiciรณn hacia una forma de vida colectiva libre de emisiones de diรณxido de carbono; asรญ lo ven, al menos, ecologistas y anticapitalistas radicales. Por esa misma razรณn, se mostrarรกn insatisfechos con cualquier alternativa energรฉtica que no pase por un empleo masivo de las renovables y vaya acompaรฑada por ese “cambio de valores” que todos invocamos sin saber muy bien a quรฉ nos referimos: debe de ser algo asรญ como acostarnos egoรญstas y amanecer generosรญsimos. Es interesante, por cierto, que la izquierda clรกsica condene el fracking, pero defienda la minerรญa, siendo ambas cosas mรกs o menos la misma. Es interesante, pero no sorprendente, ya que las disputas en torno a la cosa medioambiental son una fรกbrica natural de paradojas. Sin ir mรกs lejos, el padre del fracking, George Mitchell, fue un temprano defensor del crecimiento verde, llegando a construir en 1974 una comunidad, The Woodlands, con objeto de combatir los problemas de la dispersiรณn urbana. Y el propio Karl Marx vio con mรกs claridad que nadie, en sus Manuscritos de 1866, que la relaciรณn entre el hombre y la naturaleza se basa en la adaptaciรณn de aquel a esta mediante su apropiaciรณn tecnolรณgica y simbรณlica, con la subsiguiente constituciรณn de un metabolismo socionatural.
Dicho esto, tambiรฉn la conversaciรณn pรบblica, como la ingenierรญa constitucional, depende en buena medida de un adecuado sistema de pesos y contrapesos. En ese sentido, la insatisfacciรณn crรณnica de los verdes radicales, asรญ como la mรกs ocasional de los moderados, constituye una voz necesaria dentro del debate medioambiental; entre otras cosas, compensa la agresividad de quienes responden a meros intereses particulares y dejan de lado la cualidad pรบblica de los recursos naturales. En ocasiones, la sentimentalizaciรณn y el alarmismo al que tienden los primeros produce un daรฑo irreparable en la opiniรณn pรบblica, que antepone la emociรณn a la razรณn en asuntos tales como la energรญa nuclear. Es memorable el hecho de que la Orquesta de Baviera se negase, tras el accidente de Fukushima, a viajar a Tokio, donde debรญa actuar, por miedo a las concentraciones de uranio en la atmรณsfera de la capital nipona; luego resultรณ que el aire de Mรบnich albergaba mรกs uranio que el de Tokio.
Si el ecologismo moderado quiere ser, como sostiene el historiador alemรกn Joachim Rรคdkau, la Nueva Ilustraciรณn, tiene que anteponer la evaluaciรณn racional al impulso emocional. El problema es que, en cualquier asunto polรญtico, es mรกs fรกcil obtener apoyos recurriendo a lo segundo que enarbolando la primera. En este contexto, serรญa deseable que el fracking fuera objeto de una ponderaciรณn razonable; por desgracia, nada garantiza que no suceda lo contrario. ~
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).