Yoani SĆ”nchez, la valerosa disidente cubana que con la intensa actividad en su blog y su cuenta de Twitter (@yoanisanchez) ha despertado la conciencia de cientos de miles de lectores sobre el drama de su paĆs, pasĆ³ unos dĆas en MĆ©xico. Su estancia fue parte de una gira de tres meses por varios paĆses de Europa y AmĆ©rica (RepĆŗblica Checa, Estados Unidos, EspaƱa, Argentina, entre otros). Yoani no es una activista revolucionaria: es una testigo de la historia que desde hace muchos aƱos, en condiciones de permanente acoso profesional, psicolĆ³gico y aĆŗn fĆsico (ha sido amenazada, detenida, agredida), decidiĆ³ ejercer el derecho elemental (conculcado en Cuba) de expresar en pĆŗblico lo que piensa, lo que ve, lo que cree.
En una conversaciĆ³n me narrĆ³ una anĆ©cdota reveladora. Su padre (un ferrocarrilero partidario de Castro, hasta que Castro ejecutĆ³ al general Arnaldo Ochoa, acusĆ”ndolo de agente del narcotrĆ”fico), llevaba a sus pequeƱas hijas a sus viajes. En un trayecto atisbaron metros adelante una vaca amarrada, cuya cabeza -no su cuerpo- entraba en la vĆa. Cuando el tren arrollĆ³ al pobre animal Yoani se horrorizĆ³, pero su padre le explicĆ³ lo que habĆa ocurrido: bajo pena severa, los campesinos en Cuba no pueden tocar siquiera a sus propias vacas. Por eso las sacrifican de ese modo. Si la muerte sobreviene por un "accidente", los campesinos pueden obtener permiso oficial a comer la carne de su propia res.
Cientos de miles de anĆ©cdotas similares conforman dĆa tras dĆa la pesarosa vida en Cuba. AnĆ©cdotas de privaciĆ³n, de colas para conseguir el pan o peripecias para ganar unos dĆ³lares que completen el magro salario oficial (donde aĆŗn opera). Si hubiese que resumir en una palabra lo que falta en Cuba serĆa muy sencillo: libertad. Pero para quien vive en libertad es a veces difĆcil imaginar la vida en un lugar donde no la hay. Ćsa es una de las razones por las que la Cuba de los hermanos Castro, inverosĆmilmente, sigue convocando devociones a pesar de sus fracasos y su inadmisible permanencia de mĆ”s de medio siglo en el poder: sus adeptos fuera de Cuba (turistas revolucionarios que suelen visitar la isla y darse lujos que los propios cubanos no sueƱan) prefieren no imaginar lo que serĆa su vida si en sus paĆses de origen faltara no una, sino todas las libertades.
La libertad econĆ³mica, por ejemplo. Y no me refiero a la libertad de las grandes empresas sino a la elemental libertad de comercio. En el pueblo mĆ”s pobre de AmĆ©rica Latina, los indĆgenas reviven, semana tras semana, la milenaria instituciĆ³n del mercado que en Cuba, para todos los efectos prĆ”cticos, se aboliĆ³ por dĆ©cadas y ahora aparece tĆmidamente, como un mal necesario en la isla de la fantasĆa. No hay mĆ”s negocio cubano que el Estado, propiedad privada de los hermanos Castro (que no por nada eran hijos de un riquĆsimo hacendado gallego). Los que sĆ pueden existir y prosperar son los grandes negocios en manos de extranjeros, que gracias a la supresiĆ³n absoluta de libertad sindical cuentan con la mano de obra cautiva de los cubanos. En Cuba tampoco hay libertad de movimiento, de manifestaciĆ³n, reuniĆ³n, organizaciĆ³n, expresiĆ³n. Menos aĆŗn de elecciĆ³n. A travĆ©s de los CDR (ComitĆ©s de Defensa de la RevoluciĆ³n), Big Brother vigila las conversaciones, la fidelidad polĆtica y la pureza ideolĆ³gica de los vecinos. El Estado cubano ha desarrollado un sofisticado mĆ©todo (que exporta a otros paĆses) de linchamiento mediĆ”tico. La disidencia en Cuba se ha castigado con el ostracismo, la persecuciĆ³n, la cĆ”rcel y no pocas veces con el asesinato. La misteriosa muerte en un accidente automovilĆstico de Oswaldo PayĆ”, el opositor mĆ”s notable de la isla, prueba que Cuba es (junto con Norcorea) el Ćŗltimo bloque del Muro de BerlĆn.
Yoani se ha opuesto a ese LeviatĆ”n. Es una mujer de 37 aƱos, menuda, grĆ”cil, bonita. Una formidable trenza negra la envuelve como una serpiente amaestrada. En su rostro apacible y risueƱo aparece por momentos una sombra de tristeza. Es quizĆ” la convicciĆ³n de que la lucha por la libertad serĆ” aĆŗn larga, incierta y penosa. Desde el piso 14 de un edificio en La Habana donde vive con su marido (un periodista al que el Estado no le permite ejercer) y su hijo Teo (un muchacho de 18 aƱos aficionado a la mĆŗsica), Yoani describe la vida. Su profesiĆ³n de filĆ³loga la preparĆ³ para descodificar el universo orwelliano que la rodea. Su prosa fluye, transparente y precisa. Un dĆa cualquiera, uno puede leer en su timeline de Twitter la denuncia sobre la desapariciĆ³n de un compaƱero disidente, la convocatoria a un pequeƱo curso sobre el uso de las redes sociales o un comentario irĆ³nico sobre los medios oficiales (prensa, radio, televisiĆ³n) presos de su propio y gastado discurso. O uno puede contemplar, publicada en su Instagram, una foto de La Habana al amanecer.
Los diarios mexicanos, con alguna excepciĆ³n honrosa, cubrieron su paso torcidamente. En vez de entrevistarla a fondo y celebrar su lucha por la libertad de expresiĆ³n (raĆz y razĆ³n de la prensa), privilegiaron la alharaca de unos cuantos militantes que voceaban consignas "antiimperialistas" contra Yoani. Ella contestĆ³ a los energĆŗmenos con tuits elocuentes y directos: "NingĆŗn insulto va a callarme, podrĆ”n enviar a un coro de gritos y a las huestes de la difamaciĆ³n pero no dejarĆ© de hablar ni de opinar", "Y lo que mĆ”s feliz me hace es el marco democrĆ”tico que permite estas protestas […] cĆ³mo me gustarĆa algo asĆ en Cuba".
Mientras la izquierda latinoamericana no vea de frente el fracaso del rĆ©gimen cubano (un cruel experimento antropolĆ³gico practicado por un caudillo sobre varias generaciones de cubanos), no podrĆ” resolver su esencial contradicciĆ³n: reclamar para sĆ la democracia y consentir para Cuba la dictadura. No sĆ© si esa autocrĆtica sea posible. Si alguna vez ocurre, deberĆ” incluir un reconocimiento y un desagravio a Yoani SĆ”nchez.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆo.