Humor y libertad

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El chiste era muy negro y cruel, pero todos los presentes en la mesa se rieron. Algunos se taparon la boca, pero no podían ocultar la risa. Uno de ellos, en cambio, se indignó, hizo un reproche y se cambió de sitio. Su gesto dio importancia y seriedad a un chiste. Si no se hubiera sentido ofendido, habría pasado desapercibido en apenas unos minutos. Probablemente pensó que su indignación era una buena manera de censurar moralmente la broma, y por consiguiente la realidad que representaba. Un chiste suele tener unas normas que lo diferencian de un juicio de valor. Incluso en sus ejemplos más crueles, no es más que una pequeña ficción ingeniosa. Su objetivo es provocar risa, pero también puede ofender. A veces la indignación que crea resulta ridícula y denota falta de sentido del humor.

En otras ocasiones, uno de los problemas de un chiste cruel es su impertinencia: quizá Irene Villa, que perdió las piernas en un atentado de eta, no se ofende con los chistes que se hacen sobre ella, e incluso le parecen graciosos. Pero no se me ocurriría contar uno frente a ella.

La risa del humor negro suele ser culpable. Es espontánea y sincera, y a veces parece una confesión impúdica involuntaria. Como escribe Andrés Barba en La risa caníbal (Alpha Decay, 2016) a propósito del humor tras el 11-s, los estadounidenses tenían más miedo a reírse con un chiste sobre el atentado que a contar ellos mismos el chiste: “La risa era precisamente el gesto delator frente a los demás.” Su fuerza expresiva puede resultar violenta. No deja lugar al matiz. A veces puede parecer que la risa tras un chiste cruel es una manera de ratificar moralmente la realidad a la que alude. Es algo cuestionable. “La risa que nos provoca el chiste –escribe Barba– es superficie pura, no añade nada, no sirve para nada en el sentido de que no podemos extraer de ella más conclusión que la risa que ha producido.” Si cuentas un chiste obsceno o desagradable sin su componente de juego lógico, de sorpresa y ocurrencia, es probable que no cause risa. Lo que hace gracia es su ingenio. Explicar un chiste es quitarle la gracia, y explicar un chiste cruel es reducirlo solo a la crueldad. Aunque hay muchos chistes que reflexionan sobre la realidad, un chiste no es una parodia, una sátira o una ironía, que suelen tener como objetivo, según Barba, darnos una nueva y diferente percepción del mundo. Un chiste es más una pequeña ficción que una reflexión sobre la realidad.

Quizá un chiste siempre es inocente, pero no siempre lo es quien lo cuenta. La intención es clave. Un supremacista blanco puede contarle un chiste racista a un negro y el verdadero problema no será el chiste, sino la intención del supremacista. No busca hacerle reír sino ofenderle. Piensa que el chiste señala una realidad, y no cree que haga gracia por ser una exageración o un acertijo ocurrente. Ve el chiste como un arma arrojadiza, y su risa no es desinhibidora sino acusadora. ¿Y un rico contando un chiste sobre pobres? Tras los atentados de Charlie Hebdo, un diario español pidió a varios humoristas que definieran qué era para ellos el humor y que reflexionaran sobre sus límites. Muchos coincidieron en un aspecto: para ser moralmente legítimo, el humor ha de ser desde abajo hacia arriba, una manera de quitar la solemnidad del poder, de desnudar al rey. Es como se ha entendido históricamente. Las viñetas de Los Borbones en pelota de los hermanos Bécquer, en las que se bromeaba con la promiscuidad de la reina Isabel II, o el humor inglés que ridiculizaba el patriotismo victoriano tenían una función desacralizadora. El humor también puede ser un buen mecanismo de defensa. Reírte de tus propias desgracias relativiza el sufrimiento, rompe con los límites del humor e invita a otros a que se rían de ti contigo.

El humor tiene límites, pero no se ciñen exclusivamente al eje abajo-arriba. Son flexibles y no son siempre los mismos: lo contrario supondría su muerte. Esto no significa que no esté sujeto a la moralidad. ¿Está bien que un grupo de jóvenes de clase media de una capital europea se ría con un chiste sobre un niño pobre de África? Quizá no. ¿Somos mejores personas si no nos reímos? ¿Nos preocupa más la realidad a la que hace referencia si nos indignamos? Lo dudo mucho. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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