Israel y la guerra en Gaza: El argumento de la proporcionalidad

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Hablemos acerca de la proporcionalidad –o de algo todavía más importante: su forma negativa. “Desproporcionado” es el término crítico favorito en las presentes discusiones sobre la moralidad de la guerra. Pero la mayoría de la gente que lo utiliza no sabe qué significa en el ámbito del derecho internacional o de la teoría de la guerra justa. Extrañamente, no se dan cuenta de que el término se ha usado mucho más para justificar que para cuestionar lo que podríamos considerar como violencia excesiva. Es una idea peligrosa.

Proporcionalidad no significa “ojo por ojo”, como en las contiendas familiares. Los Martínez matan a tres González, y en respuesta los González deben matar a tres Martínez. Si matan a más de tres, estarían rompiendo las reglas de la contienda, donde proporcionalidad significa simetría. El uso del término es distinto con respecto a la guerra, porque la guerra no es un acto de castigo; no es una actividad que mire hacia atrás, y la ley del “quedar a mano” no aplica.

Nos guste o no, la guerra siempre es una actividad dirigida hacia un propósito: tiene una meta, contempla un fin. El fin, con frecuencia, es erróneo, pero no siempre: derrotar a los nazis, rescatar Kuwait, destruir las armas de destrucción masiva iraquíes. La proporcionalidad implica una medida, y aquí la medida es el valor del fin que se contempla. ¿Cuántas muertes civiles “no están en desproporción con” el valor de derrotar a los nazis? Si se responde a esa pregunta, planteada de ese modo, lo más probable es que estemos justificando demasiado –y esa es la manera en que los argumentos de proporcionalidad han funcionado la mayor parte de su historia.

Sucede lo mismo con los argumentos aplicados a actos particulares de guerra. Tomemos el ejemplo de un bombardeo norteamericano a una fábrica de tanques alemanes en la Segunda Guerra Mundial que mata a varios habitantes de los alrededores. La justificación va como sigue: la cantidad de civiles muertos “no está en desproporción con” el daño que esos tanques iban a producir en los días y meses por venir si hubieran seguido rodando en la línea de producción. Es un buen argumento, y en efecto justifica alguna cantidad de las muertes civiles no deseadas. Pero ¿qué cantidad? ¿Cómo se determina un límite superior, dado que podría haber muchos tanques y mucho daño?

Dado que los argumentos de proporcionalidad miran hacia delante, y dado que no tenemos un conocimiento concluyente sino sólo especulativo acerca del futuro, necesitamos ser muy cautelosos al usar esta justificación. Los comentadores y críticos que la utilizan hoy en día, sin embargo, no están siendo en absoluto cautelosos; no están haciendo ningún tipo de juicio moderado, ni siquiera de clase especulativa. Para ellos, la violencia “desproporcionada” es sencillamente la violencia que no les gusta, o es violencia cometida por gente que no les simpatiza.

Así, se ha considerado la guerra de Israel en Gaza como “desproporcionada” desde el primer día, antes de que nadie supiera realmente cuántas personas habían muerto o quiénes eran. El argumento estándar de proporcionalidad, mirando hacia delante como estos argumentos correctamente hacen, vendría del otro lado. Antes de los seis meses de cese al fuego (durante los cuales los ataques nunca se suspendieron), Hamás sólo contaba con cohetes primitivos y caseros que podían atacar pequeños pueblos aledaños en Israel. Para el final de los seis meses tenían cohetes bastante más avanzados, ya no caseros, que pueden atacar ciudades situadas a treinta o cuarenta kilómetros de distancia. Seis meses más del mismo tipo de cese al fuego –algo que muchas naciones de la onu solicitaban– y Hamás tendría cohetes capaces de atacar Tel Aviv. Y esta es una organización explícitamente comprometida con el objetivo de destruir Israel. ¿Cuántas víctimas civiles “no están en desproporción con” el valor de evitar el bombardeo de Tel Aviv? ¿Cuántas bajas civiles, en opinión de los líderes norteamericanos, “no estarían en desproporción con” el valor de evitar un bombardeo de Nueva York? La respuesta es, de nuevo, demasiadas. Debemos hacer cálculos de proporcionalidad, pero esos cálculos no van a ofrecer lo más importante: la definición de los límites morales de la guerra.

Estas son las preguntas que apuntan hacia la importancia de los límites. La primera: antes de que la guerra comience, ¿existen otras maneras de alcanzar el fin contemplado? En el caso de Israel esta pregunta ha determinado los intensos debates políticos surgidos desde que sus tropas se retiraron de Gaza: ¿cuál es la manera correcta de detener los ataques con cohetes?, ¿cómo garantizar que Hamás no adquirirá cohetes cada vez más avanzados? Se ha abogado por muchas políticas, y muchas se han puesto en práctica.

La segunda: una vez que el combate comienza, ¿quién es responsable de poner civiles en la línea de fuego? Vale la pena recordar que en la guerra del Líbano de 2006 Kofi Annan, entonces secretario general de la onu, aunque criticó a Israel por una reacción “desproporcionada” al ataque de Hezbolá, también criticó a Hezbolá no sólo por disparar cohetes contra civiles sino por dispararlos desde áreas civiles densamente pobladas, de modo que cualquier reacción inevitablemente iba a matar o lesionar civiles. No creo que el nuevo secretario general haya hecho la misma crítica de Hamás.

La tercera pregunta: ¿está el ejército atacante actuando de manera concreta para minimizar los riesgos que imponen sobre los civiles? ¿Está tomando riesgos él mismo para lograr ese propósito? Los ejércitos escogen tácticas que son más o menos protectoras de la población civil, y los juzgamos por estas decisiones. No he escuchado hacerse esta pregunta con respecto a la guerra de Gaza a los críticos en los medios de comunicación occidentales. Es una pregunta difícil, ya que cualquier respuesta tendría que tomar en cuenta las decisiones tácticas de Hamás.

De hecho, las tres son preguntas difíciles, pero son las que tenemos que preguntar y responder si queremos hacer juicios morales serios acerca de Gaza o cualquier otra guerra. La pregunta “¿es esto desproporcionado?” no es de ningún modo difícil para la gente ávida por responder “sí”, pero, preguntada con honestidad, la respuesta con frecuencia será “no”, y esa respuesta puede justificar más de lo que deberíamos justificar. Hacer las preguntas difíciles y preocuparse acerca de las respuestas correctas son las obligaciones morales de críticos y comentaristas, quienes se supone deben iluminarnos acerca de las obligaciones morales de los soldados. No ha habido demasiada luz estos últimos días. ~

 

© Dissent

Traducción de Humberto Beck

 

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