Me encuentro frente a mis alumnos de preparatoria, en mi mente. ¿Los ven? Véanlos, son adolescentes. Estoy intentando darles clases de ética. Algunos me escuchan, quienes se sientan al frente. El resto, no. Para hablarles sobre la virtud de la prudencia (Aristóteles) recurro a un ejemplo que, espero, conseguirá sacudirles sus cabecitas. “Un depravado entra a su casa”, les digo, “y mientras se dispone a violar a su hermana” (no puedo creer que estoy diciendo esto pero al menos mantengo la atención del grupo), “ustedes deciden sentarse a discutirlo con el intruso, con una taza de café. Lo cual, queridos alumnos”, concluyo, “sería imprudente de su parte”. Lo que intento con esto es hacerles clara la distinción entre prudencia y otras virtudes como la deliberación o la templanza. La prudencia es la virtud de actuar de acuerdo al momento y las circunstancias, aquí y ahora. Además de la experiencia, para saber cuándo y cómo se debe actuar, lo más razonable es emular a quienes nos parecen prudentes. Mis alumnos imaginarios me comprenden. Algunos modelos de prudencia: los héroes. Saben, al parecer, en qué momento conviene guardar silencio, en qué momento conviene defender ciertos principios, en cuál tomar las armas o cómo someter al enemigo. Al enemigo, según he visto, no se le somete ofreciéndole una taza de café.
Demos un brinco a unos años más tarde en mi vida. He perdido mi trabajo como profesor de ética y me siento todo el día en casa a ver televisión. Una curiosa vuelta de tuerca: sospechaba que en lugar de ponerse a estudiar para mi clase –o para el resto de las clases– mis alumnos hacían precisamente lo que hago ahora, rumiar frente al monitor y la pantalla todo el bendito día. No veo Lost ni veo Los Soprano pero se me ocurre, una tarde, rentar la primera temporada de 24. De vez en cuando, tomo un libro. Rara vez se trata de la Ética Nicomaquea pero doy con varias novelas, muy entretenidas. Pues, a esto se reduce ahora mi tiempo: a gastarlo entreteniéndome. Las novelas que leo tienen héroes y toda la cosa. Héroes tragicómicos, héroes comunes, héroes que al final resulta que no son héroes. En fin, el catálogo completo. Pero en ninguno la representación de la prudencia parece más clara que en Jack Bauer (Kiefer Sutherland) ese héroe de principios aparentemente inflexibles y a quien, ay, a cada rato le suceden cosas funestas. No sólo le cometen injusticias (que le matan a la esposa, que le impiden estar con el amor de su vida, que su hija ya no le habla, que asesinan a amigos suyos, que una bomba atómica explota en la ciudad que intenta defender) sino que, a menudo, está a punto de cometer injusticias (vía tortura, generalmente). Un héroe trágico, en suma. Suena lógico que sea en una serie de acción donde la noción de prudencia se vuelva clara: no es sino en nuestros actos que revelamos si somos o no prudentes. Jack Bauer, en este sentido, es tan prudente como, digamos, McGyver. Yo era fan de McGyver, en mi adolescencia. ¿Cómo hacía para escapar en el último momento con goma de mascar, un clip y su pequeña navaja suiza? Siendo prudente. ¿Cómo hacía yo para aprobar mis materias aunque pasaba las noches viendo capítulos de McGyver? Sólo Dios sabe. De la primera temporada de 24 me pasé a la segunda. De ahí, a la tercera. Pronto, me puse al corriente y comencé a verla de acuerdo a las transmisiones por cable (ya no la rento). Y es de este modo, queridos lectores, que llego a lo que nos ocupa: la más reciente temporada de 24, que se estrenó la semana pasada.
Con su estreno, llegan los textos y las opiniones. Y es que 24 tiene tela de dónde cortar, especialmente de la brújula moral y política que se encuentra detrás de la serie. En su reciente texto sobre la nueva temporada, “For the Seventh Call His Country Calls”, Alexandra Stanley escribió para el New York Times en torno a la noción sobre un Jack Bauer sometido a los cambios políticos que han acaecido sobre Estados Unidos (el primer capítulo nos ofrece a Bauer siendo enjuiciado por sus métodos de interrogación para, en seguida, encontrarse de nuevo al servicio de su gobierno); Edward Wyatt también escribió al respecto (“¿Puede sobrevivir Jack Bauer en la era de Obama?”, inicia su artículo) en el mismo periódico. Y parece la cantaleta de siempre. Ya en febrero de 2006, como refiere Wyatt, hubo polémica por un artículo publicado en The New Yorker, “Whatever it takes” de Jane Mayer sobre la influencia, negativa o no, que tuvo el programa de televisión en soldados americanos. Ahora bien, ¿en qué medida tiene 24 tela de dónde cortar? En la medida que a usted le interese dejar el asiento de la sala de la televisión y ponerse a pensar. Me pregunto si en alguna temporada los ejecutivos, productores y guionistas de 24 se les ocurrirá robarle la trama principal a Infinite Jest, de David Foster Wallace: un grupo terrorista quebequés comienza a difundir un video tan endemoniadamente entretenido que nadie que comienza a verlo en la ficticia nación de la Organización de las Naciones de Norte América (ONAN, por sus siglas en inglés) puede dejar su asiento. ¿Veremos entonces a un Kiefer Sutherland corriendo de casa en casa sometiendo a los espectadores a una efectiva tortura que impedirá que se apoltronen frente al televisor? Es dudoso.
Y bueno, querido lector, es así como termina este texto. Espero que usted lo haya disfrutado, que le haya resultado entretenido. Mucho me gustaría despedirme sin causarle dolor. Pero algo me inquieta. Temo que es momento que se lo confiese. Durante todo el rato que he pasado frente a la computadora escribiendo y corrigiendo esto, una imagen vuelve una y otra vez a mi cabeza. La imagen es esta: la serie completa de 24 ordenada en el inmaculado mueble de la sala de televisión de un amigo. Hace mucho que no veía a este amigo, lo visité la semana pasada a la ciudad a donde se mudó. Parecía contento, feliz. Le pregunté si ya había visto el primer capítulo de la nueva temporada, para hacerle plática. Su rostro, caray. Su rostro decía algo así como: “no he tenido tiempo de tanto trabajar”. Paso seguido, su boca me dijo: “no he visto ni la primera”. Se las habían prestado. Mi amigo trabaja haciendo puentes. Cosas útiles, cosas que sirven y ayudan. Tiene poco tiempo para gastar en la sala de su televisión, a menos que algún imprudente llegue después de un tiempo para sacarle conversación sobre trivialidades. ¿Es Jack Bauer un héroe? ¿Actúa justificadamente? ¿Conviene ponerse a pensar sobre esto? No.
Ya estuvo bueno, póngase a trabajar.
– Guillermo Núñez Jáuregui
(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad