En el museo: El busto de Braniff

Inicia una serie que viaja por el país y visita museos temáticos. En este caso, la galería aeronáutica de la Sala C en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. 
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De tal forma que el mensaje me llega al celular cuando estoy entrando al estacionamiento del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Dice: “Finalmente estamos despegando”. Me he adelantado y el vuelo se ha atrasado. Mato el tiempo. Compro un café. Veo a cuánto está el dólar (12.36 pesos) y el euro (16.30). Sopeso comprar una revista o sentarme a leer el libro que cargo. Recuerdo hace cuánto que no viajo y para evitar la hilera de pensamientos deprimentes decido pensar en el trabajo y me pregunto si el museo de la Tauromaquia que quería visitar abrirá al día siguiente (hoy estaba cerrado) o si tendré que recurrir al plan B y visitar la galería de fútbol que está cerca de la oficina (ha iniciado la labor, así, de preparar un texto –el que están leyendo– que girará en torno a una obra de algún museo temático, según se me ha pedido) cuando recuerdo que el aeropuerto cuenta con una sala de exposiciones.

Así, me dirijo a la Sala C donde se puede encontrar un espacio para exposiciones temporales y una colección permanente. No quisiera demorarme demasiado en la sala de exhibiciones itinerantes, en la que ahora puede encontrarse una muestra de 53 retratos curada por Lizeth Arauz; cada fotografía, de personas con discapacidad mental, está acompañada por frases que buscan ser optimistas, testimonios de amigos y familiares que, dice el texto curatorial, dan cuenta de su experiencia con la persona en cuestión; algunas de las frases son ligeramente agresivo-pasivas –“El sueño que nunca soñamos”; “Tu presencia en mi vida es un motivo para seguir luchando”– otras tienen un claro arraigo en textos bíblicos –“Eres una estrella que ilumina nuestro camino”– y en algunas más puede notarse cierto cientificismo –“Nunca imaginamos que la felicidad plena llegaría con un cromosoma de más”–. No quisiera demorarme demasiado pues la muestra tiene un aspecto ideológico que me incomoda. Es ese tipo de arte panfletario que busca adoctrinar, en este caso en la lección de que existen miradas injustas y justas ante la discapacidad mental. Que busca combatir el “dolor, el miedo y el rechazo” y, en cambio, promover la ternura, la fortaleza y la alegría (entre otras cualidades y sentimientos enlistados). Encuentro esto problemático: ¿realmente pueden ponerse en una balanza los sentimientos humanos? Un padre, ¿es peor si teme que su hijo tenga una discapacidad mental en lugar de alegrarse por ello?

En fin. Detrás de esta exposición se encuentra, en un pasillo mal iluminado, algo realmente interesante, 28 bustos de próceres de la aeronáutica: como Stanislaw Skarzynski, Lindbergh o la extrañísima pieza bicéfala de los hermanos Wright. Destaca también la de la primer mexicana en obtener una licencia para volar (Emma Catalina Encinas Aguayo, 1909-1990) o el del primer mexicano en realizar un vuelo trasatlántico (Javier Gargarz G. de Quevedo, a quien lo representan sonriendo, mostrando dientes afilados).

 

 

Por alguna razón permanezco un buen rato contemplando la cabeza de Alberto Braniff (1885-1966). Las dimensiones del busto son considerablemente más grandes que la del resto de los próceres y está representada encascada en algo que parece la parte superior de una cabeza tolteca: un casco arcaico (el mismo con el que aparece en algunas fotografías). Braniff, se asegura en una plaquita, realizó el primer vuelo en México, el 8 de enero de 1910, desde la pista de la hacienda de su familia, en los llanos de Balbuena (el mismo día rompió el récord de altitud mundial). No fue el único vuelo que realizó pero el resto de su vida, según leo en Internet, fue bastante tranquila, sin mayores sobresaltos. De tal forma que incluso llegó a ver el aeropuerto donde ahora descansa su busto.

Estuve un buen rato ahí, viendo su cabeza, como idiota. No sé por qué. Está en un lugar bastante apartado. Son extraños, los aeropuertos, de noche. Como oficinas de gobierno mal atendidas. Había dos personas más, sin embargo. Guardaban silencio. Una comía una torta. La otra se cortaba las uñas. “Qué raros somos”, pensé. Como los agarré despistados, a ustedes, los dejo con esta frase de Kafka, escrita tras ver una exhibición aérea en Brescia, durante una vacación de verano, yo me hago a un lado: “¿Subirá al cielo en esa cosa diminuta? La gente en el agua tiene un trabajo más sencillo. Pueden practicar en charcos, primero; luego en estanques, y no aventurarse al mar hasta mucho después. Para este hombre sólo hay mar”.

 

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Hasta hace muy poco tiempo, sólo unos cuantos tenían el privilegio de navegar entre las nubes. Hoy día, el parapente, ese artefacto rudimentario, ofrece a cualquiera la posibilidad de hacerlo. Valle de Bravo se ha convertido en el sitio predilecto de muchas personas que disfrutan volar en parapente. Su paisaje y sus condiciones atmosféricas son ideales para la práctica del vuelo libre

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(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad


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