Jacobo Zabludovsky, gran instituciĆ³n del periodismo mexicano

Una despedida al periodista y una larga conversaciĆ³n sucedida en 1972.
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Sobre su chamarra de deportista, al lado del cierre, lleva un escudo: 24 horas y unas condecoraciones militares.

–Ɖstas las compramos todos en la esquina (se rĆ­e).

–¿Son mĆ”gicas?

–No… mĆ”gico sĆ³lo GarcĆ­a MĆ”rquez.

–¿Significa que te burlas del militarismo?

–No me burlo de nada.

–¿Ni siquiera de ti mismo?

–No.

–¿Y ese reloj de ferrocarrilero en tu muƱeca?

En realidad es menos grande que los relojes de los ferrocarrileros; es bonito, rojo, casi plano.

–Ɖste es para medir los cortes que vamos a meter en el noticiero.

Son las once de la maƱana; todo el equipo prepara 24 horas. Trabajan 92 personas entre cablegrafistas, reporteros, tĆ©cnicos, camarĆ³grafos, mozos… Cuando entro, sale Graciela Leal de abrigo largo, pestaƱas muy largas; despuĆ©s entra una despampanante rubia, muy sonriente, muy amable y, sobre todo, muy sencilla -tirando hacia la modestia- porque no se ofende cuando le pregunto cuĆ”l es su nombre: Cristina Rubiales. Los que aparecen en la televisiĆ³n  quieren que los reconozca uno en un abrir y cerrar de ojos. Luego entra un joven vestido de casimir verde oscuro: "Una peticiĆ³n, seƱor licenciado…". No oigo lo que murmura. A otro muchacho de suĆ©ter le dice: "Ponle mĆŗsica".

–¿Esto es un periĆ³dico, Jacobo?

–Es mĆ”s que un periĆ³dico –dice orgullosamente Zabludovsky.

Lo llaman y se mueve entre los escritorios con habilidad de boy-scout. La puerta de su oficina permanece abierta: ninguna secretaria o cancerbero defiende su privacidad. Las fotos colgadas de los muros comprueban que Jacobo Zabludovsky ha ido evolucionando de viejo a joven: en sus primeros retratos, el pelo cortado a la Boston, el rostro solemne de anteojos redondos, muy tieso al lado de potentados y luminarias parece un intĆ©rprete o traductor cuya vida pende de un hilo; una palabra perdida, un traspiĆ©s al lado del presidente. MĆ”s tarde, se va relajando, se mueve aĆŗn discretamente, se deja crecer el pelo, un chino ondula sobre su frente. Opta por sonreĆ­r de oreja a oreja, una sonrisa que le cubre bien el rostro, y cuando no, la boca se le aniƱa, pachona. Hoy por hoy, Jacobo Zabludovsky se desenvuelve como una serpentina, con muchas horas de vuelo (y no es un decir: no en balde ha seguido tantos vuelos interespaciales), maneja a la gente como Ć©l quiere, conoce a su equipo, lo sabe llevar. En su oficina misma, Jacobo tiene en la mano el control de esta entrevista, apoyado en el alto respaldo que le dan sus fotos con Tito, con Gagarin, con Valentina TerĆ©shkova muy peinada de salĆ³n, con el cubano Batista en la que Zabludovsky parece estudiante y Batista granadero, con GarcĆ­a MĆ”rquez que le brinda un fortĆ­simo abrazo y todo su afecto, con Salvador DalĆ­, Eugenio Yevtuchenko, JosĆ© Luis Cuevas y David Alfaro Siqueiros.

–Yo los reconciliĆ©, Elena, allĆ­ frente al PolifĆ³rum.

–Ay, ¿a poco de veras estaban peleados?

Zabludovsky en medio de Figueres y EcheverrĆ­a, Zabludovsky con MarĆ­a FĆ©lix, Zabludovsky con Josephine Baker, Zabludovsky con Ben GuriĆ³n y, por fin, un bonito rostro cĆ”lido, natural: Sara.

–Es mi mujer.

–¡QuĆ© bueno! Es la Ćŗnica que no tiene cara de creerse mucho.

Al lado de Sara, una carta de felicitaciĆ³n de AgustĆ­n Lara: "Merci beaucoup".

–Fue cursi hasta el Ćŗltimo momento, ¿verdad?

El comentario parece no gustarle mucho a Zabludovsky. En cambio, se extiende frente a la foto de un viejo de hermosa cabeza: el cientĆ­fico Ari Sterenfeld.

–Sterenfeld previĆ³ el viaje a la Luna. Lo resolviĆ³ antes que nadie cientĆ­ficamente, y yo encontrĆ© en una librerĆ­a de la calle de Bucareli su manual de CĆ³mo ir a la Luna –comenta orgulloso.

Ahora, entra Rosa Marƭa Campos con suƩter de cuello de tortuga bajo su cara redonda de muchachito bonito. Pero lo mƔs bonito en ella es su voz, una voz alegre, fresca; le sale la voz de ese ladito del pecho, ondea, se cruza con otras y surge nueva, a pesar de tan trabajada, sobresale, gana. Las otras voces pajarean, otras mƔs se diluyen amariposadas, la de Rosa Marƭa Campos se posa sobre las cosas, redonda, retozona y jugosa, a veces infinitamente dulce y sedante. La voz de Zabludovsky tambiƩn es buena. Manda entre risas, ordena entre bromas, afirma mientras todos creen que anda preguntando; total, que cuando se acuerdan ya los interlocutores cayeron en un cuarto de vuelta y media, y no hay poder humano que los saque.

–Jacobo, como periodista siempre me he planteado algo que me duele. SĆ© que el periĆ³dico dura un dĆ­a y al siguiente el papel se quiebra, amarillento; que tambiĆ©n la televisiĆ³n estĆ” condenada al olvido y que poner lo mejor de nosotros mismos en estas empresas es en cierta forma un desperdicio. ¿Nunca te  lo has planteado? Recuerdo a un periodista viejito de Novedades, Huacuja, que me dijo un mediodĆ­a: "Yo iba a escribir un libro, pero me agarrĆ³ la rutina: el maquinazo y aquĆ­ estoy…".

–Nunca me he planteado ese problema porque esta profesiĆ³n me llena tanto que no tengo tiempo de pensar en la trascendencia de mi trabajo ni en mi propia muerte. ¿QuĆ© dejarĆ© a mi muerte? No lo sĆ©; ni siquiera me pongo a meditar en ello.

–¿Por quĆ© te llena tanto tu profesiĆ³n?

–Porque preparar un programa da hora y media diaria en la cadena de televisiĆ³n mĆ”s importante de AmĆ©rica Latina es apasionante. Todos los dĆ­as empieza uno de cero.

–Pero, ¿todos los dĆ­as hay noticias?

–SĆ­, pero no se trata de llenar hora y media, sino de mantener un auditorio durante una hora y media.

–¿Y no hay programas que te salen como de relleno?

–No. Siempre nos sobran temas. Cuando empezamos con 24 horas pensamos que el problema iba a ser con quĆ© llenar, y ahora nos encontramos con que siempre nos sobra material.

–Pero, ¿a poco es esto seƱal de excelencia?

–No, creemos (y cuando hablo en plural pienso siempre en Telesistema donde me formĆ© e hice toda mi carrera) que podemos mejorar constantemente y todos los dĆ­as cambiamos el formato: todos los dĆ­as probamos a un nuevo joven que quiera formar parte de nuestro equipo.

–¿Un joven que tenga algo que decir?

–SĆ­, todos los jĆ³venes de ahora tienen algo que decir.

–Pero, ¿pensabas asĆ­ en 1968? ¿CreĆ­ste en 1969 que los jĆ³venes tenĆ­an algo que decir?

–SĆ­…

–Los estudiantes no sĆ³lo creyeron que no estabas con ellos en 1968, sino que te declararon un enemigo declarado. ¿Es cierto?

–Antes de que yo dijera o dejara de decir algo, sacaron campaƱas contra mĆ­ y la campaƱa de "Prensa vendida" fue contra todos los periodistas. No hicieron excepciĆ³n alguna.

–En tus noticieros y en tus actividades periodĆ­sticas, que siempre han sido de largo alcance, ¿no has contado siempre con el definido y definitivo apoyo del gobierno?

–No. Con LĆ³pez Mateos fui jefe de radio y televisiĆ³n de la Presidencia, pero este puesto lo aceptĆ© con la condiciĆ³n de no dejar los noticieros de televisiĆ³n y de radio que tenĆ­a.

–¿Y tĆŗ crees que un periodista resistirĆ­a un ofrecimiento de la Presidencia? ¿Crees que haya alguien capaz de rechazar un puesto?

–SĆ­, hay periodistas capaces de rechazar un puesto: JosĆ© PagĆ©s Llergo, Julio Scherer GarcĆ­a, Alberto Peniche, tĆŗ… y hay otros. Pero antes de entrar como jefe de radio y televisiĆ³n a la Presidencia, ya me dedicaba desde hace muchĆ­simos aƱos al periodismo. Antes trabajĆ© en una estaciĆ³n de radio, la XEQK, en la cual daba yo la hora exacta. Esto fue en 1944; yo pasaba los anuncios y me pagaban $1.25 por hora. Luego entrĆ© en la Cadena Radio Continental.

–¿Por quĆ© decidiste estudiar la carrera de Leyes?

–Me recibĆ­, pero nunca pensĆ© ejercer Leyes, porque no me interesaba ser abogado sino que pensĆ© que la carrera podrĆ­a servirme para el periodismo. EntrĆ© a la Facultad de Derecho en 1945 y me recibĆ­ muchos aƱos despuĆ©s. En 1947, mientras estudiaba, fui subdirector de noticieros y luego, en 1950 en el canal 4 empecĆ© a escribir un programa-noticiero de quince minutos, que conducĆ­a Guillermo Vela; se transmitĆ­a a las 7:30 de la maƱana y durĆ³ mĆ”s de cinco aƱos. Desde entonces no he dejado de hacer noticieros diarios en televisiĆ³n. TambiĆ©n trabajĆ© en El Redondel, en Novedades, en Ovaciones con Abel Quezada, en el que hacĆ­amos una plana entre los dos. En Siempre! llevo trece aƱos. Finalmente, en televisiĆ³n hice Hoy dĆ­a y luego 24 horas, que ya tiene mĆ”s de un aƱo; quince meses, para ser exactos.

–¿Por quĆ© te fascina tanto el espacio? ¿Por quĆ© hiciste con Miguel AlemĆ”n todos esos programas sobre lanzamientos?

–Fundamentalmente, porque siempre he tenido un espĆ­ritu que me lleva al descubrimiento, al porquĆ© de todas las cosas y porque vi crecer desde el primer instante los lanzamientos.  AsistĆ­ al de Grison, en Cabo CaƱaveral, que fue un brinco de pulga -segĆŗn los propios cosmonautas-, un brinco para probar el cohete. DespuĆ©s, John Glenn fue el primer norteamericano en Ć³rbita. Miguel y yo entrevistamos a muchos cosmonautas rusos; fuimos a todos los lanzamientos en Cabo CaƱaveral; finalmente, hicimos la transmisiĆ³n de la llegada del hombre a la Luna. Esto me emocionĆ³ profundamente: poder estar con toda mi gente, reunida en mi casa, viendo llegar al hombre a la Luna. Julio Verne, que fue maravilloso en sus predicciones, previĆ³ que el cohete saldrĆ­a de Florida, lo cual es extraordinario; lo que nunca imaginĆ³, fue que todo el mundo iba a poder verlo simultĆ”neamente, y me pareciĆ³ esplĆ©ndido el hecho de haber participado en la transmisiĆ³n para nuestro paĆ­s.

–Sin embargo, Jacobo, el lenguaje de los cosmonautas y el lenguaje en el cual se transmitiĆ³ la llegada a la Luna, estaba muy por debajo de este gran suceso: mientras sucedĆ­a en el espacio un acontecimiento por demĆ”s fantĆ”stico, nosotros aquĆ­ nos debatĆ­amos en medio de palabras por demĆ”s pedestres. ¿QuĆ© dijeron los astronautas? "Gee whiz, this is beautiful! Gosh, I've never seen anything like this before!" Mientras tanto, Ken Smith -eso sĆ­, con perfecto acento inglĆ©s- ademĆ”s de reportarse continuamente a Houston, nos daba la hora: "¡SeƱoras y seƱores, han pasado nueve horas con treinta y cinco minutos, cuarenta y tres segundos y dieciocho taquimecanĆ³grafas!" y se le iban los ojos.

–Bueno, es que es muy difĆ­cil ponerse a la altura de un hecho que parte en dos la historia.

–Pero, insisto, ¿no se usĆ³ un lenguaje muy por debajo de los acontecimientos? No es que yo quiera que un locutor diga que hay que hincarse, llorar y desgarrarse las vestiduras, como lo preconizĆ³ uno que "cubriĆ³" el eclipse (en el sentido  estricto de la palabra), pero sĆ­ que todos aprendiĆ©ramos a estar a la altura de las circunstancias. Dar, por ejemplo, datos tĆ©cnicos exactos. Al primera pisada del hombre sobre la luna se volviĆ³ tan familiar, tan al alcance de todos, que uno se preguntaba si no estarĆ­an todos encerrados en un set de plĆ”stico en Houston, haciĆ©ndola de emociĆ³n, y todo el mundo embobado con tantos disfraces y mangueras.

–Mira, Elena, por lo que se refiere al locutor, lo Ćŗnico que yo te puedo decir es que es mi amigo.

–Y ser amigo, ¿no es decir la verdad?

–Se lo puedo decir en privado, pero no para que todo el mundo lo lea.

–Me sobreestimas, Jacobo. "Todo el mundo" ve la televisiĆ³n, no lee el periĆ³dico. Oye, cambiando de tema, ¿nunca has tenido gente que rechace tu invitaciĆ³n a un programa?

–SĆ­, pero siempre es por circunstancias que tienen una explicaciĆ³n, no por rechazarlo. Al menos jamĆ”s me ha dicho "no" un invitado sin una razĆ³n congruente.

–Entonces, ¿la gente se muere porque la vean en la pantalla chica?

–No, nadie se muere por una apariciĆ³n ante el pĆŗblico. Al contrario: incluso para mĆ­ cada programa es una angustia.

–¿Por quĆ©?

–Porque la televisiĆ³n es un instrumento magnĆ­fico y hay que estar a la altura no sĆ³lo del medio, sino del pĆŗblico porque en Ć©l siempre hay gente que sabe mĆ”s que uno del tema.

–¿Y esa gente polemiza?

–SĆ­, a todos los niveles econĆ³micos y culturales.

–¿Hasta quĆ© grado dejas que el pĆŗblico te contradiga o te dĆ© lecciones?

–No hay lĆ­mite. Siempre se aprende algo.

–¿QuĆ© significa para un comentarista que continuamente estĆ©n rectificando lo que dice?

–Que la gente se interesa en lo que se dice.

–¿CuĆ”ntos espectadores tienes?

–SegĆŗn las Ćŗltimas estadĆ­sticas, catorce millones de mexicanos.

–¿Y cĆ³mo manejas tu simpatĆ­a?

–Mi simpatĆ­a no entra en mis cĆ”lculos de trabajo. Creo que un programa es bueno o malo porque depende de las noticias que se dan, no de la simpatĆ­a del hacedor del programa.

–¿Pero si el hacedor es un plomo?

–Hemos visto plomos que hacen programas muy buenos.

–¿Por quĆ© no comentas las noticias que das?

–Porque son dos funciones distintas: una la del reportero y otra la del editorialista.

–¿Y por quĆ© no tienes en tu equipo editorialistas o gente capaz de comentar una noticia?

–SĆ­ los tenemos. Hugo Latorre Cabal, por ejemplo, nos ayuda mucho. Pero muchas veces el editorial en la televisiĆ³n puede ser un gesto y ya.

–¿Una mueca?

–Lo que no puede hacerse es que el editorialista de un periĆ³dico lea su editorial, porque inmediatamente el pĆŗblico nos cambia de canal.

–¿No decĆ­as que entre el pĆŗblico hay gente mĆ”s inteligente que tĆŗ?

–SĆ­, pero tampoco le gusta aburrirse.

–¿Te consideras objetivo?

–El noticiero es siempre subjetivo. Lo de la objetividad es un mito. Un fotĆ³grafo no es objetivo porque hace su toma desde un determinado Ć”ngulo, la agranda, la recorta, segĆŗn su antojo y su intenciĆ³n. En mi caso, tambiĆ©n priva un criterio subjetivo desde que empiezo a dar las Ć³rdenes en la maƱana. Veo lo que hay y, de acuerdo con mi criterio, le doy a una nota quince segundos o dos minutos. Incluso, la misma redacciĆ³n de una nota influye de distintas manera, y hasta la entonaciĆ³n de la voz puede cambiar la fuerza de una noticia.

–¿Por quĆ© a veces en tus programas pones cara de aburrido? ¿No consideras eso descortĆ©s con tus invitados?

–Es que, desgraciadamente, me aburro (rĆ­e).

–A veces, por telĆ©fono te siente uno irritado o impaciente…

–AsĆ­ es. No sĆ© fingir. Soy muy mal jugador de pĆ³quer: todos adivinan cuando tengo tercia o pachuca. Y en la televisiĆ³n sucede lo mismo.

–Bueno, pero si tĆŗ no te diviertes, ¿se divertirĆ”n lo espectadores?

–Pues a lo mejor viendo mi cara de aburrido.

–¿Por quĆ© se le da tanta importancia a lo chistoso, a lo gracioso, a que todos ostenten una gran sonrisa, venga o no al caso? ¿Crees que es una manera de atraer al pĆŗblico? Recuerdo que una vez me contaste que les habĆ­an dado a los comentaristas la orden de no emitir las noticias con rostros de asnos solemnes o como si fueran sepultureros, y desde ese instante comenzaron a anunciar: "CatĆ”strofe aĆ©rea; mueren ochenta", con una sonrisa de beatitud, o: "AĆŗn no reciben vĆ­veres los diez mil damnificados", entre risas coquetonas y sonrisitas golosas. De ahĆ­ naciĆ³ que un amigo mĆ­o bautizara a la televisiĆ³n "la caja idiota", apelativo muy divulgado en la actualidad.

–Bueno, es que nosotros nos propusimos en 24 horas ser un poco informales, porque antes los noticieros eran solemnes, rĆ­gidos y square, cuadrados, romos.

–¿Pesados como plomo?

–No tanto, pero sĆ­ eran solemnes y romos. Me parece que lo informal no estĆ” reƱido con lo serio. Estos toques de humor han atraĆ­do a un pĆŗblico que antes no veĆ­a noticieros. Antes se consideraba que los noticieros eran para hombres; ahora nosotros hemos comprobado que ademĆ”s de nuestro auditorio masculino, el 36 por ciento del auditorio es de mujeres. Ha aumentado enormemente el pĆŗblico femenino.

–¿Por quĆ© es tan noche tu programa?

–Porque el tiempo en televisiĆ³n es muy caro y si lo hacemos antes, se duplica el precio.

–Pero, ¿no dicen que tĆŗ recibes carretonadas de oro?

–Si fuera cierto, no estarĆ­a yo aquĆ­ desde las siete de la maƱana hasta la una del dĆ­a siguiente, todos los dĆ­as.

–¿No es un poco demagĆ³gico lo que dices?

SonrĆ­e.

–Bueno, ademĆ”s me gusta estar aquĆ­.

–¿Por quĆ© me pediste que la entrevista fuera en mi casa o en tu oficina y no en tu casa?

–Porque prefiero mantener a la familia fuera de la luz de los reflectores. Creo que serĆ­a malo para ellos; tengo dos muchachos de 15 y 16 aƱos y una niƱa de 7: Jorge, Abraham y Diana.

–¿A quĆ© hora ves a tus hijos?

–Como siempre en la casa al mediodĆ­a y los llevo todos los dĆ­as a la escuela; tambiĆ©n paso por ellos para irnos a comer a la casa, salvo en circunstancias excepcionales; ademĆ”s, los sĆ”bados y domingos estamos todo el dĆ­a juntos.

–Y el hecho de que todos te reconozcan en la calle y tengas que hacer cara amable y sonreĆ­r cuando te estĆ” llevando Pifas, ¿no ha cambiado la imagen que tienes de ti mismo?

–Bueno, yo creo que en todas la profesiones tienes que se amable o, por lo menos, cortĆ©s.  Pero esto no me cambia a mĆ­ por dentro.

–¿Envilece la televisiĆ³n?

–Cualquier oficio puede envilecer…

–¿Pero no te han hecho un chorral de ofrecimientos de dinero?

–SĆ­, pero no gano mĆ”s que mi sueldo y cada quien se va ubicando en su lugar; en todas las profesiones hay gente honesta y deshonesta.

–¿Te han hecho ofertas para cambiar de canal?

–SĆ­, pero aquĆ­ he pasado toda mi vida profesional y no va a ser el dinero el que me haga cambiar. Si alguien cambia de canal por dinero, le deseo que gane mucho; el tiempo se encargarĆ” de demostrarle que eso no es todo en la vida.

–Insisto, Jacobo, ¿tĆŗ no crees que la televisiĆ³n vuelve a la gente petulante, llena de espuma, pedante, siempre en pose?

–Insisto en que no. Depende del carĆ”cter de cada quien.

–Pero, al parecer, en la televisiĆ³n todos se sienten, en menos que canta un gallo, la mamĆ” de TarzĆ”n.

–En mi equipo no tengo a nadie asĆ­…

–¡Ay! ¿A poco?

–En la televisiĆ³n sĆ© de mucha gente a quien se le ha subido la fama, pero no te voy a dar los nombres.

–Finalmente, Jacobo, ¿te interesa el aspecto tĆ©cnico de la televisiĆ³n?

–¡Me apasiona! Nosotros estamos en el aire junto con 51 estaciones de televisiĆ³n que se encadenan cada noche, ademĆ”s de la XEW en radio. Contamos con ocho cĆ”maras que filman con sonido sincrĆ³nico, dos cĆ”maras portĆ”tiles de video-tape, un laboratorio que revela en color en 45 minutos…

–¡QuĆ© maravilla!

–SĆ­, pero es muy lenta; dentro de dos meses adquiriremos otra que revela en doce minutos. Tenemos una moviola alemana, una editora Ćŗnica en AmĆ©rica Latina: corre la imagen y el sonido sincrĆ³nicamente a cualquier velocidad, pero ya es insuficiente y Telesistema va a adquirir otra. Estamos haciendo los trĆ”mites para contratar un satĆ©lite para nuestros reportajes intercontinentales. ¡Este es un aspecto de la televisiĆ³n que pocas veces se comenta y que a mĆ­ me tiene fascinado!

–¿Y por quĆ© no haces un programa sobre el aspecto tĆ©cnico de la televisiĆ³n: cĆ³mo funciona una moviola, cĆ³mo se revela en doce minutos una pelĆ­cula?

–Pues sĆ­, serĆ­a bueno…

–¿Percibiste la animosidad de muchos mexicanos a raĆ­z de la informaciĆ³n dada por Televisa acerca del movimiento estudiantil y su trĆ”gico final en Tlatelolco? ¿Sientes que bajĆ³ tu popularidad?

–Todos los medios y sobre todo los audio visuales fueron sometidos a una estricta vigilancia. Nosotros no fuimos la excepciĆ³n.

(I972)

 

***

Jacobo Zabludovsky naciĆ³ en la ciudad de MĆ©xico el 24 de mayo de 1928 en una vecindad de la calle Doctor BarragĆ”n. Fue el menor de tres hijos de una pareja de inmigrantes judĆ­o-polacos que llegaron a MĆ©xico huyendo de los horrores de la primera guerra.

Antes de su arribo, su padre era agente de libros en yiddish y recorriĆ³ gran parte de Rusia y Ucrania. Hablaba con familiaridad de Pushkin, Gogol, Tolstoi y Dostoievsky, de ahĆ­ el gusto de Jacobo por la lectura. En la Merced vendĆ­a telas. En la Merced tambiĆ©n les enseĆ±Ć³ a sus hijos Elena, Abraham y Jacobo a amar a MĆ©xico.

"En la Merced convivĆ­amos libaneses, judĆ­os, espaƱoles y mexicanos de varias generaciones. ConvivĆ­amos sin darnos cuenta de que unos eran de una manera y otros de otra. En todo caso, alguien le decĆ­a a otro gĆ¼ero o flaco o chaparro, pero no habĆ­a epĆ­tetos discriminatorios. Creo que Ć©sa es una de la enseƱanzas de haber vivido ahĆ­. La otra, es la lucha por la vida".

De ahĆ­ su gran amor por las canciones, la creatividad y la persona de AgustĆ­n Lara. La pasiĆ³n por los toros surge a travĆ©s del maestro albaƱil, maestro Celis, quien lo llevaba todos los domingos a las corridas.

El niƱo risueƱo y carirredondo recordaba que en sus libros de texto Lenin y  Rosa Luxemburgo eran hĆ©roes. Con algunos compaƱeros hijos de refugiados espaƱoles analizaba la guerra civil de 1936. ViviĆ³ siempre en un un ambiente abiertamente antifascista y antinazi. A los diez aƱos, a raĆ­z de la expropiaciĆ³n petrolera, Jacobo fue con sus compaƱeros a dejar monedas al Palacio de Bellas Artes. A los trece aƱos, dedicaba sus fines de semana a trabajar como ayudante de corrector de galeras en El Nacional. En 1945, ingresĆ³ a la facultad de Derecho de la UNAM y se recibiĆ³ en 1968 con la tesis “La libertad y la responsabilidad en la radio y la televisiĆ³n mexicanas”. Enrique GonzĆ”lez Pedrero lo invitĆ³ a impartir el curso de tĆ©cnicas de la informaciĆ³n para radio, cine y televisiĆ³n en la facultad de Ciencias PolĆ­ticas y Sociales de la UNAM. En 1946 se iniciĆ³ formalmente en el periodismo como ayudante de redacciĆ³n de noticieros de la Cadena Radio Continental, dirigida por Alfonso Sordo Noriega. Le enorgulleciĆ³ muchĆ­simo trabajar al lado de JosĆ© PagĆ©s Llergo en Siempre! IngresĆ³ a la XEX en 1947 como Subjefe de Servicios Informativos. En 1950, apareciĆ³ con sus grandes audĆ­fonos y sus gruesos lentes en Notimundo.

ConocĆ­ a Jacobo Zabludovsky en un viaje en tren: la inauguraciĆ³n del Ferrocarril Chihuahua al Pacifico en noviembre de 1961. Invitados por el entonces presidente Adolfo LĆ³pez Mateos acudieron empresarios, polĆ­ticos, comentaristas, fotĆ³grafos de prensa y tres mujeres periodistas. Personalmente le debo mi invitaciĆ³n a Rafael GalvĆ”n. El recorrido culminarĆ­a en lo mĆ”s alto de la Sierra Tarahumara cuando los mayordomos indĆ­genas le entregarĆ­an el bastĆ³n de mando a LĆ³pez Mateos. Durante las primeras 24 horas, el viaje resultĆ³ versallesco –nos saludĆ”bamos con ceremonia siguiendo un Ć­ntimo protocolo giratorio– pero al regreso, escasearon los vĆ­veres, abundaron los vinos y se perdieron las buenas maneras. Los Ćŗnicos tres que las conservamos fuimos Antonio Ruiz Galindo –harto de la compaƱƭa y hasta del paisaje sin embargo grandioso– Jacobo Zabludovsky que llevaba corbata negra y yo. Jacobo y yo reimos mucho de nuestra identidad polaca-mexicana y de los desfiguros de los empresarios y lĆ­deres obreros. Como eran muchas las horas que se metĆ­an al tren, Jacobo tambiĆ©n me hizo una imitaciĆ³n exacta de cĆ³mo daban la noticia los reporteros que sonreĆ­an a grandes dientes al anunciar catĆ”strofes y lloraban cuando habĆ­a que reĆ­r gracias a su mecanismo descompuesto. Recuerdo que nos interrumpiĆ³ Licio Lagos con un espectĆ”culo como del Circo Atayde. CaminĆ³ tambaleĆ”ndose por el pasillo y finalmente rodĆ³ como nuez, cuan chiquito era, para adelante y para atrĆ”s del carro. "¿Lo detenemos?" Jacobo lo levantĆ³ y lo llevĆ³ al baƱo de hombres. CorrĆ­an chistes como el de que a Rafael GalvĆ”n le habĆ­a tocado una litera alta y a Carlos Trouyet la baja y por lo tanto, por primera vez, el movimiento obrero estaba por encima del empresariado.

AƱos mĆ”s tarde, las pocas veces que nos encontrĆ”bamos, Jacobo y yo recordamos entre risas la gran borrachera trenĆ­stica de la Ć©poca de LĆ³pez Mateos.

El 19 de enero de 1998 a las 23 horas, Jacobo Zabludovsky hizo su Ćŗltima apariciĆ³n en 24 horas. Lo vi tristĆ­simo el dĆ­a de la muerte de Carlos Abedrop y sĆ© que tambiĆ©n le afectĆ³ mucho la de Gabriel GarcĆ­a MĆ”rquez, su amigo. Hoy, 3 de julio de 2015, un dĆ­a despuĆ©s de su muerte, es justo y necesario afirmar que nadie como Ć©l cubriĆ³ el terremoto de 1985 y ningĆŗn periodista le enseĆ±Ć³ al mundo con tanta emociĆ³n e inteligencia la gran tragedia de MĆ©xico.

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