The Clinic

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Como es bien sabido, en 1998, y por orden del juez Baltasar Garzón, Pinochet fue arrestado por las autoridades británicas en The London Clinic. Faltaba poco para las primarias chilenas. “En este contexto nos reunimos unos cuantos amigos en los bares y empezamos a hablar de un proyecto que no pretendía ser una revista sino un panfleto”, dice Patricio Fernández, director de The Clinic. Y algo le queda de panfleto cinco años más tarde, aunque sea ya una muy exitosa publicación —cincuenta mil ejemplares quincenales—, tenga anuncios de multinacionales y se haya convertido en la revista de referencia de una parte de la izquierda chilena.
     “Los primeros números tenían doce páginas y los regalábamos. Los hacíamos en el computador de mi casa y todas las colaboraciones eran gratis”, prosigue. “Después de un año lo pusimos a la venta en los kioscos y así fue creciendo hasta hoy”. No es difícil advertir en The Clinic actual las trazas de su nacimiento azaroso y su crecimiento espectacular. Tiene un formato atípico —de periódico, un poco más grande que un tabloide inglés—, es caótica, extremadamente divertida y su descaro sería motivo de pleito en tres cuartas partes del mundo. Entre sus portadas recientes: foto de Pinochet en primerísimo plano, a todas las columnas posibles, casi a sangre; titular: “Desgraciado”. O bien: fotomontaje de Hermógenes Pérez de Arce (columnista del muy conservador El Mercurio) con nariz y peluca de payaso y casco militar. En los interiores: análisis del golpe de Estado y la dictadura, artículos de fondo, entrevistas a seres extraños —una lesbiana homicida, un travestí llamado La Doctora—, columnas de Gumucio, Lemebel o Edwards y algunas noticias oficiosas: “Universidad de los Andes establece posible conexión entre el sexo y la concepción”. La crítica literaria la firma Mao Tse Tung. O alguien que se hace llamar Mao Tse Tung.
     El posicionamiento político de The Clinic es claro y vertebra buena parte de sus contenidos. Y a pesar de no ser programática, es constante: “Si algo le falta al progresismo es más humor. La falta de humor es conservadora por excelencia”, me comenta Fernández. Pero también: “Obviamente, los intelectuales de izquierda tradicionales, que escribieron su discurso político hace cuarenta años y no han tocado ni una coma desde entonces, nunca colaborarían con nosotros, pero gente como Nicanor Parra o Roberto Bolaño, que era muy amigo nuestro, colabora porque aquí hay más aire.” Y todo esto redunda en un izquierdismo que tanto quiere alejarse de la reverencia ante el icono empolvado —el número del 11 de septiembre tenía como portada un Allende pop, retratado a la manera de Roy Lichtenstein, bajo el titular “Compañero Superstar”— como insiste hasta la caricatura en denostar a la derecha.
     Esta actitud de enfrentamiento —y de mofa— con el conservadurismo tiene un correlato comercial. “En Chile toda la prensa es igual, apenas hay grupos de comunicación de izquierdas, de modo que todos los periódicos, desde El Mercurio hasta La Tercera, se parecen mucho.” Ésta, según Fernández, es una de las posibles razones que explican por qué una publicación que sólo aspiraba a correr de mano en mano entre amigos se ha convertido en un fenómeno social: “Ocupamos un espacio enteramente inmerecido”, dice, refiriéndose al espacio de la prensa de izquierdas de gran difusión, ocupado casi enteramente por ellos. “Que esta porquería esté vendiendo lo que vende es una cosa sorprendente. Es muy vergonzoso para nuestro país que nos vaya bien. A mí me da mucha vergüenza.” A sus doscientos mil lectores, probablemente, no.
     Vergüenzas aparte, no se me ocurre nada más alejado de lo que consideramos prensa seria que The Clinic.

Sin embargo, tampoco es amarillista. Quizá no ande lejos de cierta tradición humorística británica y sea un Punch pasado de vueltas; Fernández reconoce semejanzas con la prensa satírica francesa. Hay en ella poca cortesía —”Fernando Villegas, sociólogo corto de genio”, reza el titular de una entrevista con el susodicho—, flujos —”Si fuera hombre buscaría mujeres con buena boca para mamar”, afirma la consejera en temas de sexo— y chascarrillos —”Bomba inteligente se postula a la presidencia de EE UU”—. Pero esta vertiente gamberra no eclipsa un trabajo concienzudo del que The Clinic no alardea. Aunque Patricio Fernández asegure que su revista “es más un proyecto creativo que un proyecto periodístico”, lo cierto es que en sus páginas se publican textos que para sí quisieran cabeceras más solemnes. Así, junto a estas animaladas aparecen artículos que desvelan las irregularidades económicas de la Fundación San Pablo, se publica una carta inédita de la secretaria de Allende a una hija de éste pocas semanas después del golpe o se hace público un informe sobre corrupción inmobiliaria en Zapallar. ¿Por qué todo junto? “Antes que un análisis sobre la situación global chilena prefiero a alguien que me diga qué mierda es lo que pasa.” Ante la duda, la yugular.
     Tanta mezcla hace de la revista un caos simpatiquísimo pero desconcertante. “A mí me interesa que la diagramación de la revista desordene ciertos conceptos”, dice Fernández. Y a fe que lo consigue, porque lo primero que uno se pregunta después de leer The Clinic es si no todo será inventado. “Tu duda no es sólo tuya, hay mucha gente que se pregunta eso. Pero todas las entrevistas y reportajes son reales.” Lo son las conversaciones con políticos y periodistas de derechas —”es toda una rareza que se presten a que los entrevistemos”—, las correrías eróticas de una primera dama chilena del siglo XIX y una conversación entre Allende y Castro. Pero claro, entenderán que todo eso al lado de ciertas cosas —”¡El payaso pedófilo! ¡Gánate un descuento para que anime tu cumpleaños!”— suene a chanza.
     Grosera, audaz y muy graciosa, The Clinic vendría a ser la versión periodística y cafre del self-made man. “Lo bueno de este proyecto es que nunca ha tenido detrás un capital o un patrón. Ha sido una revista que ha ido creciendo a medida que la íbamos haciendo. Si vendíamos once mil y podíamos añadirle una cuartilla, se la añadíamos; si vendíamos quince mil y le podíamos añadir el color, lo hacíamos. Sólo a estas alturas hemos empezado a tener ambiciones.” Quizá por eso mismo, Fernández muestra un desapego y un escepticismo inusuales cuando se le pregunta por los próximos proyectos de la revista. Reconoce que le gustaría distribuirla en otros países —”con la ayuda de otra persona, eso por descontado”—, pero tiene muy claro que The Clinic, que ha llegado a ser lo que es casi sin querer, debe seguir improvisando. “Nunca me ha preocupado en qué pueda convertirse The Clinic. No he pensado en eso ni tengo ninguna idea de qué le pueda suceder dentro de unos cuantos años. Pero nosotros partimos de una base: no hay excusas válidas. Puede haber dificultades, pero no excusas. Si a uno le va mal es porque no hizo las cosas lo bastante bien.”
     Para que luego digan que la izquierda no se renueva. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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