Poeta en zozobra

Hurgando en la flaquita sección 'Bibliofilia' de mi húmeda, polvosa, atelarañada biblioteca mexicana, saco la que sin duda sería la joya de la corona —si corona hubiere: Zozobra, primera edición.
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Hurgando en la flaquita sección 'Bibliofilia' de mi húmeda, polvosa, atelarañada biblioteca mexicana, saco la que sin duda sería la joya de la corona —si corona hubiere: Zozobra, primera edición, dedicada, firmada a plumilla y numerada a mano con el número 10, Ediciones México Moderno, México, MCMXIX.

Le soplo —ciertos clichés conservan su dosis de verdad— sobre el lomo y abro el libro con devoción y mimos: se me está descosiendo.

Inserta entre las hojas, una breve serie de ajados recortes y tarjetitas de memorabilia lopez-velardiana.

Una, la pequeña esquela que, amarillenta y quebradiza, anuncia “AYER MURIÓ EL CULTO POETA RAMÓN LÓPEZ VELARDE – Su cadáver se encuentra en la Universidad.- Hoy a las 11 a.m. será inhumado en el Panteón Francés.”

Se trata de un recorte de El Universal, del 19 de junio de 1921. ¡Cuánto charme suranné rezuma de la anónima prosa periodística de aquellos días!:

“Ramón López Velarde era, sin embargo, un espíritu fuerte. Su fuerza resolvíase en inquietud, en ansia perdurable de construir. Vino y venció, y sin embargo la victoria parecióle fácil y hubo de aspirar a otras constantemente renovadas. El poeta creía no haberse encontrado a sí mismo, allí donde nosotros le habíamos encontrado. Penetraba más y más hondo en su alma, ansioso en arrancar de ella una divina luz. Y de allí nació Zozobra. “

Un poco más adelante, bajo el brutal encabezado ‘La noticia de la muerte’, cuenta la nota: "Todavía el sábado por la tarde y aún en la noche, los doctores que atendieron durante su breve enfermedad al poeta don Ramón López Velarde, tenían esperanzas de salvarlo, pero desgraciadamente sus esfuerzos fueron vanos, pues a la una de la madrugada del domingo, murió."

Sí, ya sé lo que más de uno quiere preguntarme: "Pero, ¿y cómo diablos te hiciste de esos tesoros?".

La respuesta —una herencia— bien puede deducirse de la dedicatoria (“A mi excelente amiga Luz Pruneda, cariñosamente, Ramón López Velarde, Méx. 8 enero 1920”) y de un par de tarjetas manuscritas, también insertas en el libro. Una tarjetita, fechada ¡62 años más tarde!, tiene el número de teléfono de una Sra. López Velarde, interesada en adquirir el libro autografiado. Al reverso, una caligrafía temblorosa e incierta responde: “Para mí significa una demostración de sincera estimación y afecto. No lo vendo. Luz Pruneda.”

Luz Pruneda, tía de mi madre a quien, de niño, conocí ya anciana, fue secretaria de Ramón López Velarde. Él, poeta al fin, la cortejaba. Mi madre nos llevaba a visitarla a una casita ya muy arriba sobre la avenida División del Norte. Me acuerdo de un camellón con unas como bombas de agua. Era una mujer dulce. Claro que a los siete, ocho años, yo nada sabía de poetas en zozobra y lamento nunca haber tenido edad de entablar, con la tía Lucha, un diálogo adulto.

Aunque no todo se perdió. La familia recoge, por tradición oral, la anécdota siguiente:

El poeta cortejaba a su agraciada y joven secretaria. Una y otra vez la requería de amores, siempre en vano: ella oía y desoía su pregón embustero. Una vez el poeta, ya desesperado, la tomó por ambas manos y le dijo:

—Bueno, Lucita, ¿cómo vamos a hacer? Me gusta TODA Usted. Me gustan sus ojos, me gusta su boca, me gusta su frente, me gustan sus manos, me gustan sus pies.

Ella se soltó, algo avergonzada. El poeta en zozobra, jugándoselo todo, arriesgó:

—¿Qué de veras no le gusta NADA mío?

Lucita se lo pensó un poco y, esquiva, le respondió:

—Sus manos no están tan mal…

Así fue como la Tía Lucha, soltera eterna, despreció al inmortal poeta que —El Universal dixit— "pasó por las letras patrias como un meteoro."

Leo un par de poemas de zozobra con la cuasi-certeza de que Lucita se coló en alguno. Cosa que, claro, no podría probar…

“Tendría que poner el libro en una caja”, me digo al devolverlo a su hueco en la repisa. Hago al cien por ciento mías las trece palabras que una mano anciana llena de pecas pardas (fleurs de cimetière, se les llama en francés) escribiera en la tarjetita con toda la firmeza que el pulso le permitió:

"Para mí significa una demostración de sincera estimación y afecto. No lo vendo. Alain-Paul Mallard Pruneda." 

 

 

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(ciudad de México, 1970) es escritor y cineasta. Publicó el libro Evocación de Matthias Stimmberg (Heliópolis) en 1995, traducido al francés y reeditado por Interzona en 2007.


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