Lovers, James Needham, 2016

James Needham: el arte figurativo en la época de la selfie

En una época donde la imagen se ha banalizado, el punto de vista de Jones es interesante: la pintura figurativa debe ofrecer una mirada fresca, más allá de la “trivialidad de lo instantáneo”. 
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En mayo de este año Alix Needham compartió una pintura que su esposo, el artista inglés James Needham, hizo para ella. El lienzo, titulado Lovers, muestra a una pareja en una escena habitual: una mujer se lava los dientes y mira a su esposo, quien está sentado en el retrete con un libro en la mano.

“Alix”, cuenta el pintor, “me dijo que nunca había realizado un cuadro de nosotros y, con nuestro sexto aniversario de bodas acercándose, pensé que sería una buena idea pintar una oda a nuestro amor. Después de considerar todas las visiones románticas e idealizadas del amor a lo largo de la historia, decidí que lo mejor era crear una imagen más cercana a la realidad moderna de una relación”.

La mirada entre la pareja, la ducha recién usada, la desorganización habitual del baño: todo es un reflejo no de lo extraordinario, sino de aquello que vivimos a diario. Después de publicarla en sus redes sociales, Lovers fue compartida más de un millón de veces, atrayendo la atención sobre el trabajo de James (hasta entonces desconocido) y desatando una serie de reacciones que calificaron desde la técnica hasta el motivo de la obra.

Jonathan Jones, crítico de arte para The Guardian, comentó que su efecto es similar al de una selfie glorificada: “(posee) la misma espontaneidad que la cultura de la selfie celebra, así como la misma superficialidad mortífera. La única cosa que hace a esta pintura un éxito en redes sociales es lo mismo que hace que no tenga ningún valor como arte: extrae su esencia del común denominador de la fotografía moderna.”

En una época donde la imagen se ha banalizado –hace unos días Instagram alcanzó 500 millones de usuarios y cerca de 100 millones de imágenes diarias–, el punto de vista de Jones es interesante: la pintura figurativa debe, en su opinión, ofrecer una mirada fresca, más allá de la “trivialidad de lo instantáneo”. Entiendo, por esto, lo cotidiano, y creo que aquí es donde Jones se equivoca: la cotidianeidad que desdeña ya ha sido objeto de la mirada del arte, pensemos sobre todo en la pintura holandesa del siglo XVII: pintores como Pieter de Hooch o Johannes Vermeer voltearon al entorno, sin aparente importancia, de lo privado, para reflejar los valores de la sociedad en ese momento.

Alejandro Vergara, en su libro “Vermeer y el interiorismo holandés”, comenta que pinturas como La lección de música están llenas de mensajes ocultos: la presencia del vino y el violonchelo –esperando a ser levantado para tocar un dúo– sugieren una relación amorosa entre el maestro y la joven.

El objetivo de este tipo de pinturas era proveer un mensaje moralizante: prevenir vicios o promover virtudes dentro del entorno privado. “El principal mérito”, dice Vergara, “reside en mostrar (…) escenas simples que reflejan la importancia de la familia y el culto a las virtudes de la vida doméstica”.

En la pintura de Needham la mujer, motivada por la prisa, se lava los dientes pese a que su esposo está sentado en el retrete. Él tiene un libro en la mano –se intuye que antes de que ella entrara estaba leyendo–, lo que contrapone distintas nociones del tiempo en una sola escena. El encuentro de miradas apunta a la camaradería que se desarrolla en una pareja, incluso en un entorno poco usual. Es ahí donde la pintura triunfa: el reflejo de una experiencia –la vida en pareja– en el tiempo –en este caso, el nuestro.

Hay algo ausente, sin embargo, en Lovers, ese halo de misterio que tiende a formarse entre el espectador y la obra de arte –a diferencia de Vermeer, no hay símbolos ni un mensaje que exijan ser decodificados. Dice Francis Bacon: “evidentemente muchas de las grandes obras maestras han sido hechas con un cierto número de figuras sobre una misma tela, y de hecho todo gran pintor desea hacerlo… pero la historia que se cuenta de una Figura a otra anula desde el principio las posibilidades que tiene la pintura de actuar por sí misma.”[1]. La narración se superpone a la pintura, eliminando la posibilidad de cualquier lectura o cuestionamiento más allá de la escena. El cuadro no se sobrepone al cliché ni ofrece al espectador una experiencia que no sea únicamente narrativa –según Deleuze, “el momento pictórico”, aquel que en palabras de Klee no reproduce lo visible, sino que lo hace visible.

La defensa que muchos articulistas y público en general hicieron de la obra de Needham da una pista sobre el momento del arte contemporáneo: en un mundo cada vez más complejo y difícil de entender, la gente exige una conexión personal y cercana con el arte. Tal vez este fenómeno no sea sino la resaca que el arte conceptual ha dejado en la mayoría de nosotros y una de las razones por las que se anuncia el regreso de la pintura figurativa. Su reto, como escribió Deleuze, será escapar del cliché, ese que ya está en la tela antes de ser pintada.

 



[1]Bacon, Francis. “L'art de l'impossible, Entretiens avec David Sylvester”.

 

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(Tampico, 1982) es narrador. En 2015 publicó París D.F., su primera novela, por la que ganó el Premio Dos Passos. En 2017 ganó el IX Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz en la categoría de cuento con el libro Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción. Actualmente vive en Barcelona, desde donde mantiene El Anaquel, un blog y podcast sobre literatura y cultura.


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