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Franz Kafka murió el 3 de junio 1924. Le faltaba un mes para cumplir 41 años. En vida solo había publicado unos cuantos relatos y era un perfecto desconocido para casi todo el mundo. Sus novelas y el resto de sus textos vieron la luz de manera póstuma, lentamente, lo mismo que sus traducciones a otros idiomas. La época tampoco parecía la más oportuna para la difusión de la obra de un judío de Praga que escribía en alemán: la crisis de la Alemania deWeimar, el ascenso de los nazis al poder y luego la Segunda Guerra Mundial signaron la suerte de la región.
La obra de Kafka empezó a concitar interés después de la guerra. No solo por su valor literario, sino porque muchos vieron en él a una especie de profeta, que en sus textos sombríos y angustiantes había anticipado la pesadilla que se acercaba al Viejo Continente y al mundo entero. Poco a poco, comenzaron a llegar a Praga algunos estudiosos de la vida y obra del autor de El proceso en busca de ampliar los pocos datos que tenían sobre él.
Lo que hallaron fue ruinas. Las largas dos décadas que habían pasado desde su muerte, con la guerra y el Holocausto incluidos, obstaculizaban la reconstrucción del pasado. Las tres hermanas de Kafka habían muerto en campos de exterminio, al igual que muchos de quienes habían sido sus conocidos. El miedo y las ansias de dar vuelta la página y empezar de nuevo de la mayoría de los sobrevivientes tampoco ayudaba.
Sin embargo, algunas personas sí dijeron tener cosas que contar.
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El escritor Michal Mareš nació en Teplice, hoy República Checa, una década después de Kafka: en 1893. Contó que, cuando tenía 13 años, empezó a cruzarse con Kafka a la salida de la escuela de varones, ya que este iba a buscar a su hermana Ottla a la escuela de niñas (ambas instituciones funcionaban en edificios contiguos). Mareš tardó tres años, según su propia versión, en animarse a abordar a Kafka. Y cuando lo hizo, en 1909, lo invitó a una reunión de jóvenes anarquistas, de las que Mareš era un activo participante. Siempre según Mareš, ese fue el comienzo no solo de una hermosa amistad, sino también de un duradero acercamiento de Kafka a esos círculos políticos. Solo los dejaría a un lado con el comienzo de la Gran Guerra, en 1914.
Así lo pintó a Kafka, de hecho, el propio Max Brod, el famoso amigo que le prometió quemar todas sus obras tras su muerte y que, en lugar de destruirlas, las publicó. En la novela Stefan Rott o el año decisivo, de 1931, Brod describió una Praga teñida de desencanto en los años previos a la Primera Guerra Mundial. En un pasaje retrató una reunión anarquista de la época:
“Dentro de otro grupo de checos, junto a la mesa del gran local, estaba sentado otro invitado alemán, muy delgado, de apariencia muy joven, aunque sin lugar a dudas ya había pasado de los treinta. No pronunció una sola palabra en toda la noche. Solo observaba con ojos acerados, brillantes, que contrastaban singularmente con un rostro moreno bajo una abundante cabellera negra como el carbón. Era el poeta Franz Kafka”.
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Se conserva una postal que Kafka envió a Mareš desde Berlín en 1910. Sin embargo, en los centenares de páginas de diarios y correspondencia en los que Kakfa habla de multitud de personas de su entorno y de la Praga de su época, Mareš es mencionado apenas tres veces. Las tres, en cartas a quien entonces era su enamorada (y a quien vio en persona nada más que en dos ocasiones), Milena Jesenská, entre 1920 y 1922.
En este último año escribió Kafka:
“En efecto, he recibido una exquisita carta, que adjunto, de su amigo Mareš. Hace un par de meses, me preguntó por la calle en un repentino acceso de sensibilidad —cuando por lo demás no éramos más que unos conocidos de cruzarnos por la calle— si podría permitirse enviarme sus libros, a lo que yo, emocionado, se lo rogué. Al día siguiente recibí el libro de sus poemas con una hermosa dedicatoria: ‘Amigo de tantos años…’”
Algo no cierra. Si habían sido tan amigos durante “tantos años”, si Kafka se había convertido al anarquismo gracias a Mareš, ¿cómo puede ser que lo considerara apenas “un conocido de cruzarnos por la calle”? ¿Podía Kafka haberlo olvidado? Supongamos un Kafka amnésico, que en los últimos años de su corta vida ha olvidado a un amigo de poco tiempo atrás, pero ¿por qué no lo menciona en sus Diarios, que comenzó a escribir en 1910? ¿Por qué no dice nada tampoco de su anarquismo, que según estas versiones en esa época lo apasionaba?
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Pues parece ser que nada de esto es cierto. Ni Kafka fue amigo de Mareš, ni fue un militante anarquista. Así lo afirma el investigador checo Josef Čermák, uno de los más profundos conocedores de la vida y obra del autor de La metamorfosis. Pero entonces, ¿cómo puede ser que su gran amigo Max Brod lo sitúe, en una novela, en una reunión anarquista? ¿Cómo puede ser que el museo de Kafka en Praga incluya relatos sobre el anarquismo del escritor? En apariencia, lo que hay es una cadena de errores, inexactitudes, exageraciones y deliberados inventos, a los largo de décadas, en la cual tiene vital importancia alguien no mencionado hasta aquí: Gustav Janouch.
En la segunda parte de este artículo, explicaremos el papel que desempeñaron Janouch, Mareš y otros en esta historia y que han derivado en que hoy muchos crean que Kafka fue alguien que, en realidad, exactamente no fue.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.