Kapuscinski, La Verdad y el Poder

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Entrevista con Artur Domoslawski

La publicación en España, donde Ryszard Kapuściński disfruta de una estatura mítica, de la biografía escrita por el periodista polaco Artur Domosławski, estuvo precedida de cierta polémica. La polémica nació como un eco de la originada en Polonia, donde el libro supuso un pequeño terremoto. Se convirtió rápidamente en un bestseller y dio paso a un linchamiento generalizado de su autor, a quien desde uno y otro frente se acusó de traicionar la memoria de su amigo y mentor. Los cables de prensa que llegaban desde Polonia y que los medios españoles (pero también ingleses e italianos) reproducían o interpretaban, hablaban de un libro controvertido, una especie de juicio sumario encuadernado en 600 páginas, un exposé plagado de acusaciones escrito sin otro propósito que el de destruir la reputación del autor de El Emperador y Viajes con Herodoto.

Cuando meses después el libro estuvo finalmente traducido al castellano, la sorpresa ha sido mayúscula. Kapuściński non-fiction (Galaxia Gutenberg, 2010) no es ni por asomo lo que los periódicos nos habían contado. Hay en él una investigación seria y, a ratos, reveladora acerca de una serie de leyendas e invenciones que Kapuściński, tanto en su vida como en sus escritos, pasó por verdades, pero el libro es mucho más. Es, sobre todo, un esfuerzo importante por situar a Kapuściński en el lugar y el momento histórico que le tocó vivir, por comprender y explicar la manera en que este niño de la guerra nacido en Pinsk, comunista convencido durante casi toda su vida y revolucionario de salón, se convirtió en una leyenda del periodismo internacional.

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¿En qué momento se plantea escribir la biografía?

Bueno, fue un poco después del fallecimiento de Kapuściński. Una amiga periodista me dijo: “Ojalá pudiéramos escribir una biografía juntos.” Yo
nunca había escrito una biografía y ni siquiera había pensado escribir una. Y mientras Kapuściński estaba vivo la idea ni siquiera se me había pasado por la cabeza. En principio estaba asustado por el tamaño del trabajo que había que realizar, porque no se trata solo de Kapu, sino que para escribir, por ejemplo, acerca de sus años en África, hay que consultar una serie de fuentes, buscar muchos libros, más aún al tratarse de un tema en el que no me siento especialista. De América Latina sé más, es una zona a la que he viajado y sobre la que he escrito bastante, incluso es más fácil saber a qué libros debo ir. Mientras que en el caso de África tenía que consultar a amigos, especialistas, profesores. El miedo está ahí, pero la tentación va creciendo, como un grano que crece, según pienso en el proyecto y entonces le digo a mi amiga: “Ok, vamos a hacerlo.” Pero a las pocas semanas ella se desinteresa, tiene otros temas que le interesan más y lo deja.

 

¿Cómo lleva a cabo el trabajo de investigación?

Casi todo el primer año fue, básicamente, releer a Kapuściński entero y pensar y planificar la investigación en bibliotecas, viajes, entrevistas. A finales de 2007 empiezo a hacer las primeras entrevistas, un poco para ver si esto podía seguir adelante, porque aún no estaba seguro. Sobre todo a periodistas de la generación de Kapuściński como Daniel Passent, de la revista Polityka, o el ex jefe de la misma publicación, lo que cual es interesante porque el fundador de Polityka fue luego el último primer secretario del Partido Obrero Unificado Polaco, Rakowski. Tras las lecturas y estas primeras entrevistas, todavía no veo cómo va a ser la arquitectura del libro, pero siento que es algo que realmente quiero hacer y, sobre todo, hago una lista de la gente a la que tengo que entrevistar, guiándome por una cronología de la vida de Kapuściński. Divido su vida en periodos, hago una lista de lecturas básicas y entrevistas para cada periodo, empezando por Pinsk. Evidentemente, es una lista preliminar porque luego en el proceso de investigación van surgiendo nuevas lecturas y nuevos entrevistados.

 

¿En qué momento surgen sus dudas respecto a las leyendas y deslices factuales de Kapuściński?

El primer asunto en el que empiezo a ver que los datos no casaban es en la leyenda de que había conocido y hecho amistad con el Che Guevara. Esa fue la primera duda que tuve, lo recuerdo bien. Vi la anotación en la contraportada de la edición inglesa de La guerra del fútbol y me llamó la atención porque yo sabía que Kapuściński había ido a Latinoamérica como dos meses después de la muerte del Che Guevara. Había la posibilidad de que lo hubiera encontrado en África, así que investigué y pregunté. Había un amigo suyo, Nowak, que es una de las mejores fuentes del libro, que fue quien conoció a Guevara en Zanzíbar, y él me confirma que es imposible que Kapuściński hubiera encontrado al Che en África. Un día, googleando, encuentro una entrevista con Jon Lee Anderson en una revista colombiana en la que cuenta que Kapuściński le dijo que eso era un error del editor. Luego hablaría yo con Jon Lee sobre ese y otros temas. Eso fue lo primero. Luego, cuando hacía entrevistas con viejos periodistas polacos, de tanto en tanto alguno me decía: “Mira esto o lo otro, comprueba lo de Katyn” (en referencia al relato que hace Kapuściński en El Imperio de cómo su padre había huido de un transporte a Katyn, donde las tropas soviéticas asesinaron a más de cuatro mil oficiales polacos). A partir de lo del Che Guevara, yo ya sabía que tenía que verificar ciertas cosas, cosas que uno leía y luego pensaba: “¿por qué no contó la historia completa y solo aparece ese apunte?” El segundo tema saltó cuando viajé a Sudamérica en noviembre de 2007. Ya había releído su obra, había hecho unas tres o cuatro entrevistas, viajé a Chile invitado a dar una conferencia y aproveché para ir a Bolivia. Fui a Santa Cruz, donde me encuentro con “Chato” Peredo, un ex guerrillero boliviano. Llevaba conmigo una edición mexicana de La guerra del fútbol titulada Las botas, que tenía fragmentos de otros libros suyos publicados en Polonia. Le doy a leer algunos fragmentos que Kapuściński dedicó a su padre, también guerrillero, y Peredo me dice que son invenciones, apuntes de color inventados por Kapu. Yo intento ser justo con él, no busco ser duro, hay casos en los que los errores son atribuibles a descuidos, pero hay otros que no. A mí me gusta mucho la teoría de Kapuściński sobre los rumores y su importancia a la hora de pintar el paisaje social. Yo estoy de acuerdo con eso, pero hay que decir que son rumores, no hacerlos pasar por hechos contrastados.

 

Hay cosas que pueden ser descuidos, pero en el libro hay otras que son leyendas o construcciones premeditadas…

Es el caso de la leyenda de que Kapuściński estuvo a punto de ser fusilado, primero en Bolivia, luego en Ghana y finalmente en la cárcel de Usumbura en Congo. Yo tenía dudas acerca de la veracidad de esto. Incluso después de encontrar el relato reconstruido por el hijo de un reportero checo que participó en esa expedición congoleña. Nada de lo que escribió o hizo el reportero checo después indica que estuvieran a punto de ser fusilados. Y aquí no se trata de que uno recuerde una cosa y otro no, la memoria es caprichosa y uno puede confundir u olvidar detalles, pero si se está a punto de ser fusilado, eso no se olvida. Nowak confirmaría mi intuición posteriormente, al contarme que todos los amigos de esa época que oían esas historias de boca de Kapuściński sabían que eran licencias suyas, y que cuando alguna vez alguien insistía sobre la veracidad de estos hechos, Kapu ponía cierta cara y cambiaba de tema.

Eso es una cosa interesante que varias personas a lo largo del libro repiten: cuando Kapuściński se veía confrontado respecto a un dato o una historia, lejos de rebatir la duda, ponía una cara, sonreía y cambiaba de tema. ¿Le ocurrió a usted eso en alguna ocasión?

¿Sabes que no lo recuerdo ahora mismo? Pero mientras investigaba para el libro, sí descubrí que, de alguna manera, yo había caído en alguna de estas trampitas cuando hablábamos de la masacre de Tlatelolco y del golpe de Pinochet. “Estuve ahí, estuve ahí, en aquellos tiempos”, me dijo más de una vez, así, con esa ambigüedad. Por entonces yo no insistía, eran cosas que decía durante nuestras charlas, y yo ni imaginaba que algún día fuera a escribir una biografía suya.

 

Respecto a lo del Che, ¿intentó usted contactar con el editor inglés para descubrir quién se inventó esa leyenda?

No, la verdad que no. Por un lado, tras las averiguaciones que hice, resultaba tan obvio que no había conocido al Che y que él no hizo esfuerzo alguno por corregir esa historia. Por otro lado, encontrar al editor habría supuesto un trabajo grande que no sabía si fuera a ser recompensado. Intuí que, tras veinte años, podría encontrarme con un: “No lo sé.” Y había otras muchas cosas sobre las qué investigar. Siempre hay cosas que no sigues porque tienes que calcular esfuerzo, tiempo y frutos.

 

Una de las críticas que se le han hecho en Polonia a raíz de la publicación del libro es que los supuestos destapes no son tales, que son cosas que ya se sabían. Lo que resulta curioso porque si ya se sabían, entonces a qué viene el escándalo…

Es que no es verdad. No hay ningún texto anterior al respecto, nada escrito por un periodista o investigador polaco que contara lo que se cuenta en este libro. Claro que se puede decir: “Ya se sabía.” Pero ¿dónde está escrito? ¿Quién lo sabía? ¿Dónde se publicó? Nada, no hay nada. En lo que respecta a la carpeta sobre la colaboración de Kapuściński con el servicio secreto, eso se había publicado. Yo aporto una interpretación, basada en mi conversación con un experto, llamado “el Intérprete” en el libro, cuyo nombre no puedo revelar. Yo confío en lo que me dijo esta persona, tengo suficientes motivos para confiar en lo que me dice, aunque, como digo también en el libro, quizás no me contó el cien por ciento, porque estamos hablando de un mundo lleno de secretos. Pero yo confío en lo que me dijo, conozco a esta persona de antes y sé que es una fuente seria y muy bien informada. Él da una explicación y con eso y mucha otra información yo doy mi explicación, y ahí hay dos cosas que nunca nadie había dicho en Polonia. Por un lado, cómo funcionaban los periodistas a ambos lados del Telón de Acero. Y, lo segundo, una explicación de la postura de Kapu. Había dos corrientes en la Polonia de los últimos veinte años. Una que venía de la derecha, empeñada en una caza de brujas. Y Kapuściński fue siempre un posible objetivo debido a que había sido miembro del partido y a su estatus de celebridad en el mundo de la cultura, por lo que podía acusársele de traidor o conformista por sus actuaciones durante la época comunista. La segunda corriente, con la que yo me identifiqué por muchos años al igual que la gente de mi periódico, que hablaba con comprensión de las acciones y decisiones de la gente como Kapuściński durante esos años, pero que, en mi opinión, es una postura paternalista. Postura defendida sobre todo por personas en su momento ligadas a la oposición democrática al sistema comunista y que dice: “Ryszard es de los nuestros, cometió errores propios de la juventud, luego cambió de opinión.” Pero esto no es así, no eran errores de juventud, eran sus convicciones, unas convicciones fuertes además, yo creo que de algún modo legítimas en el contexto histórico, algo que intento explicar en el libro. Para él no había un diablo, Kapuściński no tuvo que vender su alma a ese diablo para poder viajar al exterior y hacer carrera, él consideraba que la Polonia Popular era su país, su patria, creía en el proyecto. Si cruzó alguna frontera
que no debía cruzar, era otra. Un periodista no debe colaborar con los servicios de inteligencia, pero él no vendió su alma al diablo por colaborar con el sistema comunista, él era un comunista. Y esta es una narrativa completamente distinta a la discusión que existía en el debate polaco.

 

Ese esfuerzo por situar a Kapuściński en el contexto histórico político polaco es probablemente lo más interesante del libro. Y comprendido ese momento, uno es capaz de ver, como dice usted en el libro, que Kapuściński no entendía su “colaboración” con el gobierno comunista como un peaje, sino que él era un creyente, alguien que creía, con más o menos sentido crítico a lo largo de los años, en ese sistema. ¿Usted cree que siguió siéndolo después?

Después de unos pocos años tras la caída del socialismo real, unos cinco o siete, hasta la aparición de nuevos movimientos revolucionarios, como el liderado por el subcomandante Marcos, que le fascinó, aparte de este periodo muy breve, Kapuściński siguió siendo el mismo, siguió creyendo en lo mismo. Su postura, sus valores, el corazón lo tenía al lado izquierdo. Como está explicado en el libro, todo eso, la manera en que él veía el mundo está en ese librito olvidado, ¿Por qué mataron a Karl Von Spreti?, en el que escribe con empatía hacia los guerrilleros guatemaltecos que secuestraron al embajador alemán y donde expone su teoría sobre la violencia guerrillera como el final de una larga cadena de violencia iniciada por el Estado y el imperialismo. Eso fue escrito en los setenta, pero ya en nuestro siglo a Kapuściński le enfurecía lo que la mayoría de los periodistas decía acerca de la guerra en contra del terrorismo, pensaba que no sabían nada del mundo islámico, que no entendían de dónde venía esa violencia. Critica a Al Qaeda, evidentemente, pero le irritaba lo que él consideraba ignorancia y falta de reflexión de los comentaristas polacos.

 

En el libro se explica que El Emperador fue leído en Polonia como una metáfora de la Polonia Popular y, en general, del poder en los países del orbe soviético. ¿Cree usted que las exageraciones y licencias que se tomaba Kapuściński en ese libro, y en otros como El Sha, son fruto de esas anteojeras con que veía el mundo o son más bien el resultado de un esfuerzo exagerado por cuadrar la metáfora?

Respecto a esos dos libros, puede que él tuviera en la cabeza que estaba escribiendo una metáfora sobre Polonia, pero creo, y esto es una cosa distinta, que su entendimiento de los mecanismos del poder y las revoluciones surgen de su experiencia en Polonia. Eso puede verse en el capítulo en que  utilizo fragmentos de El Sha y los traslado a la Polonia de los años cincuenta y la segunda revolución del 56. Para mí es obvio que esos hechos, vividos por Kapuściński, están detrás de su forma de entender las revoluciones. Así como su experiencia en la corte del partido de los años setenta está detrás de su entendimiento sobre los mecanismos del poder. Creo que mientras escribía El Emperador no sabía bien qué saldría, creo que era y es una obra experimental, que estaba inventando un estilo, una nueva narrativa, y de ahí salió algo que difícilmente podemos llamar non fiction o periodismo. Es una obra de literatura. Luego, en primer lugar, él no pudo decir en la Polonia bajo el régimen que era una metáfora, pese a lo cual fue entendido así por los lectores polacos. Cuando se publica en el mundo occidental, fue leído por muchos lectores, por la mayoría, como non fiction. Y ahí hay un problema, claro.

 

¿Para usted nunca fue non fiction?

No.

 

¿Para él?

Creo que tampoco, aunque nunca lo dijo claramente. Creo que desde el principio cruzó una frontera, no pudo llamar las cosas por su nombre en Polonia porque el libro no hubiera superado la censura y luego lo dejó así.

 

¿Considera usted importante especificar si un libro es periodismo o literatura?

Claro. Yo recomendaría ese libro a alguien que quiera entender los mecanismos universales del poder, pero no a un estudiante de periodismo que quiera entender el taller del oficio.

 

¿La polémica generada por su libro en Polonia se debió al estatus de símbolo patrio que tiene Kapuściński?

También por eso, pero creo que debo explicar un poco más sobre el contexto polaco para que los lectores extranjeros puedan entenderlo bien. Antes he hablado ya acerca de las dos narrativas sobre el pasado comunista, la de derecha y la de izquierda, y este libro propone una tercera narrativa algo más difícil de comprender. Por otra parte, tenemos el estatus de deidad de Kapuściński en Polonia, lo que hace que haya quien piensa que no se debe ni siquiera plantear cierto tipo de preguntas, que ya plantearlas es una ofensa. Un tercer asunto tiene que ver con la ideología de Kapuściński. En Polonia, el círculo intelectual, al que yo formalmente pertenezco, es el relacionado con la Gazeta Wyborcza, el periódico donde trabajo, que se adueñó de Kapuściński. Es nuestro Kapuściński. Y es nuestro porque comparte nuestra visión del mundo. Lo que, visto atentamente, no es verdad. Gazeta Wyborcza  viene a ocupar en Polonia el espacio que aquí ocupa El País, aunque más orillado a la derecha. Centro derecha, si se quiere. Liberales en el sentido americano en lo social, pero neoliberales o conservadores en lo económico y geopolítico. Y Kapuściński, como yo explico en el libro, fue siempre un hombre muy de izquierda. Pero no quería verse. Incluso en el periódico se publicaban esas entrevistas que yo cito en el libro, en las que Kapuściński expresaba opiniones radicalmente opuestas a la línea del periódico, en lo concerniente a Iraq, por ejemplo. Pero eso no quería verse, nadie quería verlo.

 

¿Y cómo veía Kapuściński, a quien por otra parte parecían gustarle bastante los halagos y el reconocimiento público, que la derecha o el centro derecha se apropiase de su obra o su figura siendo él un hombre tan de izquierdas?

Esa es una muy buena pregunta. Yo creo, y explico en el libro, que todos tenemos diferentes dimensiones y aspiraciones. Por un lado, como hemos dicho antes, Kapuściński era un hombre bastante  íntegro y poseía unas convicciones muy firmes, pero no era un ingenuo, sabía bien cómo funcionaba el mundo, sabía bien que el talento no es suficiente, que hay que ayudar a las cosas para que pasen. Y de ahí todo lo que se cuenta en el libro sobre su tránsito por los pasillos del poder de la Polonia Popular, por ejemplo. Él tenía unas ideas y esas ideas están en sus escritos, pero muchas veces están escritas de manera que no irritaran demasiado a según quien, que no molestaran demasiado al mainstream. Puede parecer una contradicción, yo no creo que lo sea, si bien sí es una coincidencia bien extraña, que el hombre enamorado de las revoluciones tuviera ese afán por ser reconocido por el mainstream. Pero para mí lo más interesante de este asunto es que demuestra que ese mainstream que celebraba a Kapuściński nunca leyó atentamente su obra, no leyó con la atención y detenimiento necesario para descubrir que en el fondo las ideas de Kapuściński eran radicalmente opuestas a las suyas. E incluso, muchas veces, esas ideas constituían un ataque a ese mismo mainstream. Él, claro, se aprovechaba de esa ceguera. Kapuściński nunca fue ese tipo disidente, como Noam Chomsky, que estaba en guerra con todo el mundo.

 

No era el tipo de personaje que a él le fascinaba. No era un revolucionario.

Exacto. Tenía un espíritu revolucionario pero no tenía un comportamiento revolucionario. ~

 

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(Lima, 1981) es editor y periodista.


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