La ensayística del crítico de arte Nicolas Bourriaud (Francia, 1965) es rica y variada, y cuenta con un amplio bagaje de ejemplos concretos que ilustran sugestivas opiniones. Hay en ese corpus, sin embargo, tres aspectos generales que me gustaría repasar someramente en esta nota.
El primero es la noción de estética relacional. Según el enfoque presentado por Bourriaud a mediados de los 90, el principio organizador del arte contemporáneo radicaría no tanto en la producción de “objetos originales”, sino en la actualización de procesos estéticos cuyos agentes son tanto la mente y la acción del artista como cualquier individualidad y/o colectividad que decida, libremente, integrarse al proceso. Un arte entendido no como patrimonio cultural sino como vínculo (siempre lúdico; muchas veces irónico) entre Yo y El Otro. Un espacio de convivencia en el que la obra de arte es un estar sucediendo.
Uno puede encontrar, si bien no un ejemplo, al menos una intuición de este modo de reaccionar ante la materia estética en un film en el que John Baldessari canta los “Sentences on conceptual art” de Sol LeWitt (el texto original de LeWitt está aquí y una versión al español puede ser leída acá.)
Ofrezco un fragmento de la pieza de Baldessari.
El ejercicio propone una sátira doble: por una parte, ironiza acerca de cierto grado de solemnidad que hay en la prosa de LeWitt (y, en general, en las reflexiones en torno al arte conceptual –incluyendo, por supuesto, la que yo estoy intentando aquí). Por otra, hace hincapié en la imposibilidad de popularizar una reflexión estética aguda dentro de un contexto cultural en el que el facilismo (lo cantabile) y la vulgaridad mediática (top ten hecho canon) predominan.
El segundo aspecto que retomo de Bourriaud es el concepto de post-producción: usar el arte del pasado y el presente como tópico, como sustancia susceptible de ser escalada (o plagiada, reformulada, deconstruida) por cualquier otra obra o artista. Un remix de productos culturales disponibles. El artista entendido como Dj y la Tradición transformada en tornamesa.
No otra cosa es lo que hace Arturas Bumsteinas
cuando decide metonimizar el texto de LeWitt, reduciendo su expresión gramatical a un reload (abstractamente sonoro) de las tonadas vocales propuestas por Baldessari. La lectura de Bumsteinas aplica algunas de las consideraciones expuestas en el texto que le sirve de matriz. Por ejemplo: “Las ideas pueden ser obras de arte; se localizan en una cadena de procesos que puede eventualmente encontrar alguna forma”. Pareciera que Bumsteinas quiere construir, contra la superstición de la originalidad, un dispositivo musical cuyo carácter derivativo sea lo más estricto posible: su base conceptual proviene de LeWitt; su ritmo y melodía, de Baldessari. El único ámbito de originalidad que se permite el lituano es el timbre.
Pot último, el tercer elemento que tomo de Bourriaud es la noción de radicante: un arte “altermoderno” capaz de asentar sus propias raíces combinando aquello que se avala como Tradición con una ecléctica suma de fuentes que va de los localismos a la cultura de masas (provincianismo cosmopoilta); que tiene como eje el nomadismo –tanto real como virtual–, y cuya dinámica es regida por la globalidad alternativa y el hipervínculo (Radicante puede ser leído aquí).
De entre las muchas capas que el concepto propone, menciono una: el vínculo conceptual que el autor percibe entre el arte de los últimos años y la pulsión de la arqueología.
Estética relacional, post-producción y arte radicante se combinan a mi juicio en la siguiente, sencilla (y sin duda irritante) pieza del mexicano Mario García Torres (Monclova, 1974).
Hace un par de años, en un restaurante de chinos de La Habana, pasé un par de horas sintiéndome seriamente amenazado por mi incomprensión –auditiva y lectora– de un karaoke ideográfico que corría fantasmalmente, sin interlocutor y sin parar. No había percibido, sin embargo, la subversión intelectual que subyace en ese nivel de desconexión frente a un objeto tan familiar y frívolo sino hasta que conocí, recientemente, la pieza de Mario.
La descripción más superficial que la crítica conservadora y/o cínica hará de la pieza, estoy seguro, será: “qué payasada”. Y sí: lo es. Es una arqueología conjetural (¿qué mejor arqueología de lo instantáneo que nuestra necesidad de imitar desde un foro para aficionados las letras canonizadas por MTV): podríamos afirmar que, en el universo alternativo propuesto por García Torres, Baldessari logró llevar las reflexiones de LeWitt a la fama.
La paradoja que me interesa documentar es ésta: no consideramos una payasada que un adulto formado (incluso un intelectual) se emborrache hasta la náusea y suba a un estrado a cantar, ayudado de subtítulos, una inane canción de Camila o Shakira. Lo “payaso” es que un artista utilice los mismos recursos gráficos para ironizar acerca del hecho de que es imposible, en un mundo tan superfluo como el nuestro, popularizar una reflexión estética.
¿Por qué nos irrita tanto?… Porque se supone que un artista debiera ocuparse exclusivamente de Lo Sublime. Y ¿por qué?… Porque alguien tiene que hacerse cargo de Lo Sublime, y nosotros no podemos. ¿Por qué? Porque no tenemos tiempo: estamos ocupados cantando en el karaoke.
– Julián Herbert