El libro y la lectura. Diez puntos a favor de una política de Estado

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Ahora que las apuestas versan sobre quién queda en dónde, conviene que se dé una discusión pública sobre los asuntos de fondo, que son los que nos conciernen a todos. Propongo algunos puntos para vertebrar no sólo la discusión, sino la definición de las futuras políticas públicas del libro y la lectura. Con inteligencia y voluntad se puede derivar de ellos líneas de acción concretas.

1. Visión a largo plazo. Un niño puede aprender a oralizar casi cualquier texto en unos meses. Pero comprenderlo requiere aprendizajes que llevan más tiempo y no son lineales. Se inician antes de la educación formal y dependen de la riqueza de los contextos afectivos y sociales. Un niño que vive en un ambiente en el que se lee y escribe cotidianamente puede comprender el sentido social e incluso la organización textual de diversos géneros antes de aprender a decodificar el alfabeto. En el momento de hacerlo, su desarrollo lector será más rápido y no le será difícil ser un lector solvente.

Pero ser capaz de comprender diversos textos no supone ser lector. Pasar de la potencia al acto y hacer de la lectura un instrumento multifuncional y cotidiano requiere de la confluencia de más factores –disponibilidad de diversos materiales de lectura o de tiempo libre, escolar o laboral, reconocido institucionalmente, y entornos físico, social y afectivo adecuados, etc. Si el contexto es propicio para tener experiencias propias, es muy factible que se catalicen los aprendizajes y que el niño haga suyos conocimientos y experiencias ajenas.

Lo mismo podría decirse de cualquiera de los otros eslabones de la cadena del autor al lector. Vender libros, clasificarlos e incluso publicarlos es relativamente sencillo. Pero ser librero, bibliotecario o editor es otra cosa. Para llegar a serlo se necesita entornos favorables para ejercitarse y agenciarse experiencias y conocimientos de otros. En la incorporación de una persona a cada eslabón de la cadena del libro están presentes sucesivas generaciones de difuntos e infinidad de coetáneos.

Los países que son referencia en el tema del libro y la lectura llevan siglos invirtiendo en estos asuntos. En México no hemos querido esperar siglos para estar a la par. Con frecuencia nuestros impacientes saltos han sido, más que audaces, temerarios e incluso derrochadores. Vasconcelos impuso el primer modelo. Ansiosos por superar el rezago de siglos, a menudo hemos querido transformar la situación por decreto o mediante el diseño de ambiciosos programas. Es más vistoso y sencillo que generar las circunstancias propicias para que prosperen aprendizajes, experiencias, empresas e instituciones.

Esas circunstancias no se circunscriben al sistema del libro. En un entorno donde prospera la exclusión social y económica, en donde no se reconoce el valor del conocimiento, de tener una opinión propia o en el que la individuación o el aislamiento del lector son vistos como atentados, por citar sólo algunos factores, es complicado formar lectores o que prosperen editoriales y librerías. Transformar ese entorno nos conduce a la agenda política y económica.

Al rezago histórico hoy se le suma la vertiginosidad de los cambios en la cultura escrita. Tanto en el interior de los países como entre éstos, las brechas se acrecientan. A pesar de la gravedad de la situación, proliferan remedios rápidos y milagrosos: ferias, festivales, campañas mediáticas cursos, talleres…

Capacitar a un maestro para transformar verdaderamente sus prácticas docentes requiere al menos dos años de ponerse a estudiar, leer, observar, discutir, proponer y analizar prácticas didácticas. Es laborioso y caro. ¿Cuánto se requiere para formar una biblioteca con acervos adecuados, bibliotecarios esmerados y estimulantes? ¿Y para formar un mercado lector sólido y una industria editorial competitiva?

Diseñar políticas para el libro y la lectura sin tener en cuenta el largo plazo y la economía de esfuerzos para potenciar sus recursos es condenarse a persistir en el rezago. Por fortuna el tema de las políticas de Estado y de largo plazo se ha puesto sobre la mesa. Pero quedan dudas razonables acerca de la consistencia de los planteamientos.

Mirar a largo plazo no es sólo tener visión del lugar al que se quiere llegar. Es preciso definir rutas eslabonadas, establecer metas y etapas cuantificables y prever los recursos para hacerlo. ¡Qué bien que muchas bibliotecas públicas dispongan hoy de computadoras y conexiones a internet! Ojalá se hayan previsto los recursos para darles mantenimiento y renovarlas, y que no sea en desmedro de la renovación y mantenimiento de los acervos.

El largo plazo es una suma de cortos plazos concatenados. Para alcanzar la meta es necesario revisar con cuidado el terreno que se pisa y sobre el que se quiere construir. La autopista más larga se construye metro a metro, con estudios geológicos en la mano.

En un contexto donde la cultura escrita adquiere cada vez más importancia y los requerimientos se complejizan, la situación de la lectura se vive como insuficiente, incluso en los países desarrollados. Nunca estaremos completamente preparados. En gran parte porque los desafíos provienen de la multiplicación exponencial de usos y usuarios de la cultura escrita. Por eso es necesario priorizar.

2. Priorizar. Como en muchos otros campos, en el terreno del libro y la lectura priva una situación de enorme desigualdad. Entre la entidad que tiene el mejor porcentaje de población alfabetizada y la que tiene el más bajo hay veinte puntos porcentuales. Si se analiza esto a nivel municipal, la diferencia entre los extremos llega a 74 por ciento. En el terreno del libro las desigualdades también son lacerantes. El cien por ciento de las librerías del país se concentran en sólo el seis por ciento de sus municipios. Los habitantes del 94 por ciento restante, deben desplazarse decenas o centenas de kilómetros para encontrar una oferta editorial que es, por lo general, reducida. No se puede desatender a los más necesitados, pero ¿se debe descuidar a los punteros?

Aun cuando sean muchos, los recursos son limitados. Por eso hay que establecer prioridades. Destinar los recursos a fortalecer a los de arriba o distribuirlos entre los de abajo es un dilema mal planteado. Es preciso reducir las desigualdades sin detener el avance. Hacerlo no es sólo una concesión política, es un requerimiento para el desarrollo económico. Un estudio recientemente publicado en Canadá (www.cdhowe.org) demuestra que, para el crecimiento económico de un país, es más importante el aumento en las habilidades de lectura y matemáticas en el grupo poblacional menos calificado que el incremento en la preparación de profesionistas muy calificados. La conclusión es que, si no se acorta de manera importante la brecha entre la población muy calificada y la poco calificada, no es posible aumentar sustancialmente la productividad de un país.

Para lograrlo lo que apremia es determinar la mejor manera de invertir los recursos limitados. En pocas palabras se trata de establecer criterios de racionalidad económica subordinados a metas políticas, de incrementar la productividad de la inversión para alcanzarlas. ¿Cómo se puede mejorarla? Al menos de dos formas.

3. Sistémica. Cuando se habla de la cadena del autor al lector conviene recordar que una cadena es tan sólida como el más débil de sus eslabones. En México la cadena tiene un montón de eslabones débiles (los costos y calidad del papel que hacen poco competitiva la industria de las artes gráficas, la raquítica infraestructura de librerías, lo caro e ineficiente del correo, la incongruente política fiscal que rige al sector, etc.) y muchos eslabones robustos, envidiados internacionalmente (autores talentosos, becas para apoyarlos, compras y programas estatales, voluntad de crear infraestructura, etc.). Por eso la cadena se mueve con tantos tropezones y desequilibrios. Muchos parches y poca sinergia.

Una de las medidas fundamentales es clarificar la cadena. Todavía muchos funcionarios confunden al impresor con el editor, y a éstos con los libreros. La prioridad es crear dispositivos para generar sinergias. Lo que suceda en un aula debe tener repercusión en las librerías y en las bibliotecas, y viceversa.

4. Integralidad. Aunque persista el déficit de bibliotecas, cada una de las existentes debe funcionar íntegramente. Cien bibliotecas mal atendidas y pobremente surtidas sirven para incrementar el índice de bibliotecas por habitante, pero no para transformar el comportamiento lector de la población. Con variantes se puede decir lo mismo de los otros eslabones.

Desde una perspectiva que contempla el largo plazo, tiene mayor rédito privilegiar inicialmente la inversión en una biblioteca modelo, que entre otras cosas sirva para formar a personal capacitado que después se integre a otras que, por supuesto, deben existir. Eso fue lo que aconteció en Medellín, en Colombia, cuando con los auspicios de la Unesco se fundó la Biblioteca Central. Una de las condiciones que impuso la Unesco fue crear la Facultad de Biblioteconomía en la misma ciudad. Cincuenta años más tarde, Colombia cuenta con el movimiento bibliotecario más vital de América Latina. A pesar de que los que trabajen promoviendo la lectura en los barrios de sicarios y en las deslumbrantes megabibliotecas no lo sepan, ése fue su origen.

5. Formación de capital humano. Pocas cosas son más decisivas en el mundo del libro y la lectura que la calidad de las personas. Si se trata de incrementar la productividad de la inversión, ése es un sector que se debe privilegiar.

El capital humano no se forma sólo con cursos de capacitación –en los que a menudo se parte de considerar al otro como discapacitado–, sino generando condiciones propicias para desarrollar las capacidades. Es indispensable asumir con seriedad la profesionalización de los actores de la cadena. Los bibliotecarios públicos a menudo son empleados municipales sin el perfil adecuado, padecen exceso de movilidad, bajos salarios y falta de reconocimiento a su labor. Debe haber una relación clara entre atribuciones y responsabilidades. Eso tiene que ver con propiciar espacios de decisión.

6. Autonomía. Leer y escribir es una forma de adquirir autonomía. El desarrollo lector multiplica la capacidad de leer y leerse, nos da la posibilidad de ser un poco más dueños de nuestras vidas, de ser sujetos. Ése debería ser el sentido de una política de lectura democrática.

El Estado mexicano ha tenido una propensión por la centralización y la verticalidad. En esa perspectiva, los diferentes actores de la cadena tienen bajo sus hombros la responsabilidad de contribuir a alcanzar grandes metas, pero no tienen atribuciones indispensables para cumplirlas. Los bibliotecarios públicos reciben acervos uniformes, seleccionados por otros. Tienen la encomienda de cuidarlos, pues son bienes de la Nación, pero supuestamente su meta última es formar lectores. Ahora muchos maestros participan en la selección de sus acervos. Sin embargo, hay mucho que avanzar en el terreno de dotar de autonomía a funcionarios y maestros.

Cuando se tiene la oportunidad de seleccionar los acervos con los que se va a trabajar, no sólo se estimula el desarrollo de un lector crítico, se obliga al servidor a pensar en los usuarios, a inquirir y a escucharlos. Es una medida muy simple que requiere adiestramiento y cuidado para ser instrumentada, pero sus efectos sinérgicos son notables.

En una sociedad lectora se respeta y propicia la autonomía, la diversidad y la pluralidad, que por cierto no quiere decir la proliferación de voces diferentes, sino que haya diálogos fructíferos entre ellas.

7. Valor. Con poca eficacia nos hemos llenado la boca con lemas altisonantes sobre el valor de la lectura y los libros. En el mejor de los casos sirven para reforzar la sacralización de los libros, no su posible apropiación.

Nadie puede convencer a otro del valor de la lectura con discursos, para valorarla es indispensable tener una experiencia de lectura real. Más que el precio e incluso que su capacidad económica, lo que determina que alguien compre o no libros es la calidad y hondura de esas experiencias.

Eso implica una perspectiva centrada en el usuario, sea lector precario o un gran lector.

8. Cultura letrada y cultura escrita. Hubo un tiempo en que los hombres cultos no sabían escribir, tarea propia de escribanos. Después se identificó saber hacerlo con dominar la tradición resguardada en los libros. Ahora que la palabra escrita es un asunto de ciudadanía, se insiste en confundir la formación de lectores con la cultura letrada. Mantener esa identificación es reforzar la distancia frente a la palabra escrita, reactualizar exclusiones y humillaciones añejas.

9. Cultura y educación. En un principio la cultura y la educación estuvieron integradas. A partir de la creación del inba y más claramente desde la creación del Conaculta, cultura y educación se han separado.

En una sociedad en desarrollo que requiere de formación permanente, las fronteras entre educación y cultura no son evidentes. Sin un ambiente cultural propicio, todo esfuerzo educativo va cuesta arriba. Sin una educación adecuada, la vida cultural siempre será pobre. Es preciso auspiciar relaciones virtuosas entre los dos sistemas.

10. Mercado. México ha gastado mucho dinero y esfuerzo en este campo. Lo grave es que, a pesar de tantos recursos invertidos a lo largo de tantos años, no exista un mercado editorial sano, con suficientes puntos de encuentro con los libros a lo largo y ancho del territorio nacional ni una oferta editorial diversa. Lo grave es que hoy seamos una nación que importa muchas veces más libros de los que exporta, a pesar de que muchos de nuestros autores publican en España.

El Estado mexicano es el mayor productor de libros de nuestro país y también el principal comprador. En mayor o menor medida muchas personas nos hemos beneficiado de esto. Por empezar, millones y millones de niños que gracias a esto han tenido, por primera y quizá única vez, libros que apoyan su educación. Pero también autores, editores y promotores. No los libreros. Lo que ha alentado la política de inversiones es una mayor dependencia de la cadena con respecto al Estado y a un mercado frágil. Esto no va en contra de los actores de la cadena, ni de la sociedad misma.

Pero no se debe permitir que, como en tantos otros campos, continúen circulando los recursos con abundancia y sigamos en la inopia. Ése debe ser el sentido de una política pública que debemos discutir y defender, sean quienes sean los responsables de ejecutarla. ~

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