Has salido tรบ en la tirada de cartas de un cliente. No entiendo nada. Llรกmame: 8064550930.
Estaba desayunando en Le Pain Quotidien. Pensรณ en si el hombre que habรญa acudido a la vidente podรญa ser el que ahora, sentado frente a ella, se tomaba un zumo y un cafรฉ americano en un tazรณn (alternaba el zumo y el cafรฉ de una forma pausada, como si persiguiera algรบn efecto de sabor, o quizรกs de salud). En realidad no lo pensรณ, sino que superpuso el mensaje de la vidente a lo primero que se encontrรณ. Y resultรณ ser un hombre. Ese hombre la mirรณ varias veces, y no distraรญdamente. Era posible que su atenciรณn se debiese a que ella tambiรฉn habรญa comenzado a fijarse en รฉl, y que ambos estuviesen tratando de sacar conclusiones sobre sus miradas. Tendrรญa que ocurrir algo mรกs para que el asunto se completara, por ejemplo que รฉl acudiera a su mesa y le dijese: “Estuve con una adivina que me dijo que iba a conocer a alguien mientras desayunaba. Quizรก seas tรบ.” El hombre se puso en pie. Se habรญa dejado un culo de zumo de naranja. Pagรณ en la barra y se perdiรณ por la calle Fuencarral.
Me sale un viaje corto en el que se aclararรกn muchas cosas. Lo podemos mirar ahora. Llรกmame: 8064550930.
Agarrรณ el coche y saliรณ de Madrid. A lo mejor se trataba de eso. No solo de no tomarse en serio unos mensajes que probablemente hacรญa una mรกquina (¿alguien de su entorno, clase media venida a menos con estudios tambiรฉn venidos a menos, podrรญa no estar seguro de ello?). No solo el no tomรกrselos en serio, sino tambiรฉn reconocer que el rastro de supersticiรณn invitaba al juego, a dejar un hueco tan remoto como el que en su caso habรญa para afirmar la existencia de Dios. Ese hueco que equivale a no ser soberbio, al hecho tantas veces demostrado de que el conocimiento no es mรกs que un paradigma. Si se lo dejaba a la imaginaciรณn, o quizรกs al deseo, el hueco podรญa hacerse todo lo grande que quisiera, hasta generar algo, como por ejemplo que ella estuviera ahora conduciendo, que hubiese pasado El Escorial, que siguiera subiendo hasta Zarzalejo quitando el pie del acelerador porque una densa niebla cayera por la falda de la montaรฑa tapando algunos tramos de la carretera. Hacรญa mucho que no tomaba el coche para deambular sin rumbo. Lo habรญa hecho otras veces con parejas, y era mejor cuando conducรญan ellos, porque para perderse preferรญa no tener que estar atenta. Embarcarse en un viaje corto para aclarar muchas cosas. ¿Era su excursiรณn un viaje corto?, ¿hasta dรณnde tendrรญa que llegar, y cuรกntas horas deberรญa permanecer en el lugar, para que su vagabundaje pudiera ser nombrado como viaje corto? ¿Y quรฉ cosas debรญa aclarar? Se sentรณ en una tasca de Zarzalejo, con una libreta y un boli sobre la mesa, al lado de una estufa, humeante el cafรฉ americano (el pueblo se habรญa llenado de jรณvenes modernos con aspiraciones a vida comunitaria y alternativa, lo que tenรญa como consecuencia que en esa villa minรบscula de la serranรญa ella pudiera pedir tรฉ verde, rooibos o cortados con leche de soja donde antes solo habรญa cafรฉ con leche en vaso y poleo menta). Eran desde luego muchas las cosas que debรญa aclarar, pero ninguna tenรญa el carรกcter de urgencia del mensaje de la vidente. Ese mensaje hacรญa pensar en problemas cuya soluciรณn requerรญa no aplazarse. Por ejemplo, que decidiera prescindir de socios para montar su empresa de servicios editoriales. Sin embargo, los problemas que estaba apuntando en su libreta no eran de este tipo. Eran de largo aliento, difusos, objeto de esa clase de discusiones en las que alguien, quizรกs ella misma, argรผรญa que no se trataba de verdaderos problemas, sino de la naturaleza misma de las cosas, o tal vez de simples inercias. Veรญa entonces el salรณn de su infancia en penumbra, una televisiรณn que llevaba horas puesta, un tedio narcotizante, violento. Dos personas marchitรกndose frente a una pantalla. Luego, el lunes por la maรฑana, tras la exasperante quietud, esas dos personas se iban a sus trabajos y regresaban con aire fresco y otros ensimismamientos que los lanzaban lejos del abismo y hacรญan que la estancia en ese sofรก frente al televisor de nueve a doce de la noche fuese un simple descanso, una parada antes de volver a proyectarse lejos. Algunos fines de semana evitaban el sofรก. Se metรญan en el coche y peregrinaban por otras provincias, y esa tambiรฉn era una forma de alejarse de sรญ mismos, de mantenerse en la contemplaciรณn de otras realidades. Ella, la hija, iba en el asiento trasero con unos walkman. Tambiรฉn en sus propios parajes.
Seguรญa siendo un misterio cรณmo una computadora que mandaba mensajes al azar tenรญa su nรบmero de telรฉfono.
¿Y si ella se hubiese acercado a la mesa del hombre y le hubiera dejado caer un papel con su nombre y su e-mail?
Cuando tiro tus cartas me sale siempre un conflicto entre tres personas. Una de ellas se va a rendir. Llรกmame: 8064550930.
Zoe era rubia. Cuando la vio por primera vez pensรณ que habrรญa sido mejor que se tiรฑera el pelo de un tono mรกs favorecedor en lugar de ese rubio oscuro sucio ceniza, peor aรบn que el rubio histรฉrico que da aspecto de bombilla o de rotulador fosforescente, y que solo le sienta bien a algunas mujeres. La cara tambiรฉn le brillaba a Zoe con tanta crema. Su ropa recorrรญa la gama de colores que van del marrรณn al beige. Era una seรฑora marrรณn. Leรญa novelas rosas. No le pegaba el nombre de Zoe y trabajaba delante de ella. Ella habรญa aceptado un trabajo de mierda. Llevaba medio aรฑo en el que escaseaban los libros para corregir y un amigo le dijo que iba a dejar un curro de pocas horas consistente en meter un catรกlogo en un Excel. Ella detestaba el Excel. Pero por dos horas de martes a jueves ganaba trescientos euros. Doce con cincuenta euros la hora por ese trabajo de mierda. Muchos le dijeron que ese no era un trabajo de mierda porque podrรญa estar peor pagado, pero para ella sรญ lo era. La mesa de Zoe estaba delante del ordenador donde se guardaba el Excel que rellenaba durante dos horas procurando no confundir las lรญneas y saltarse las obras de un catรกlogo donde la mitad de los tรญtulos eran autoediciรณn y la otra mitad estaban subvencionados. La mayorรญa de los libros los firmaban hombres. Se trataba de glorias locales o de excatedrรกticos mayores de setenta aรฑos. Por ejemplo, uno de los libros se titulaba Es el olivo aรฑoso y crepuscular. Lo firmaba el jienense Bernabรฉ Gรณmez, nacido en 1937, catedrรกtico de instituto en Jaรฉn. El libro lo financiaba el Ayuntamiento de Torredonjimeno.
Zoe era la correctora que mรกs sabรญa. Recitaba de memoria algunas entradas del Manuel Seco y del Panhispรกnico de dudas. A su derecha estaba la segunda correctora, Marรญa Isabel, que era morena y entrada en carnes, y llevaba unos trajes que hacรญan pensar en domingos por la maรฑana en una parroquia del barrio de la Estrella. Tambiรฉn leรญa novelas rosas. Durante todo el dรญa, ambas enmendaban galeradas de profesores jubilados de filosofรญa de la Complutense o de Alcalรก de Henares, y de poetas autofinanciados que hablaban de depresiones y nostalgias bajo las encinas de sus terruรฑos. De vuelta a casa, en el metro, leรญan sus novelas rosas. Zoe era espectacularmente buena cazando erratas. “Si tengo tiempo –decรญa–, les escribo antes de acostarme a los editores de las novelas romรกnticas que leo en el metro para seรฑalarles las erratas de sus libros.” Marรญa Isabel era lenta y torpe, y tenรญa cara de ofendida. Fue ella la que buscรณ el motivo por el que sentirse agraviada con la nueva encargada de rellenar el Excel. “El chico que habรญa antes que tรบ era muy divertido –le dijo un dรญa–. Todo el rato nos contaba historias de sus novias, y nosotras le aconsejรกbamos.” Ella sonriรณ por cortesรญa. Entendรญa que Zoe y Marรญa Isabel se aburrieran con ella. Era cierto que no les contaba nunca nada. Llegaba silenciosa y se iba sin soltar mรกs palabras que las necesarias para solventar alguna duda. Tambiรฉn tenรญa que reconocer que su juicio sobre las correctoras no era favorable, y que ese juicio silencioso debรญa de atravesar su expresiรณn y la manera esquiva que adoptaba su presencia allรญ. Con la administradora tenรญa otra actitud. La administradora era la รบnica con un contrato blindado. No leรญa novelas rosas. A lo mejor no leรญa nada. Llevaba el pelo corto. Era alta, de voz ligeramente masculina y seductora, y vestรญa como una teresiana. A veces le tentaba preguntarle si pertenecรญa a la Instituciรณn Teresiana, pero temรญa ofenderla. Se llamaba Paz, y no pareciรณ enfadarse cuando Marรญa Isabel la denunciรณ. La palabra “denuncia” quizรกs sea excesiva y haya que cambiarla por “chivarse”. Marรญa Isabel se chivรณ de que en su factura por dos horas semanales de martes a jueves ponรญa trescientos euros. La nueva nos estรก dando gato por liebre, imaginรณ que le dijo Marรญa Isabel a la administradora y al jefe antes de que ella llegara a la oficina. Cuando ella encendiรณ el ordenador, Marรญa Isabel fue hasta su mesa y le soltรณ:
–Tus facturas estaban mal. Has estado cobrando trescientos euros y tu trabajo es de doscientos. Estabas cobrando por hora mรกs que yo.
Ella no sabรญa que su trabajo era de doscientos y no de trescientos. Debiรณ de entender mal, dijo, y no mintiรณ. A Marรญa Isabel aquello de que la becaria cobrara mรกs que ella por hora le parecรญa un argumento definitivo e inapelable, a pesar de que no tenรญa que pagar autรณnomos porque estaba contratada. Ella pensรณ que si aquel trabajo de mierda fuera su รบnica fuente de ingresos, ni siquiera le darรญa para pagar autรณnomos. Con todo, se sintiรณ culpable. Ahora Marรญa Isabel legitimaba los motivos por los que su cara lucรญa una expresiรณn de ofensa permanente, y tambiรฉn Zoe la miraba con desconfianza. Ambas preferรญan favorecer a un jefe que las explotaba y al que odiaban antes que a una pringada. Solo Paz mantuvo su expresiรณn impenetrable de siempre. Quizรกs tampoco la juzgaba favorablemente, pero no se lo mostraba. Puede que se tratase de pura y simple indiferencia.
Aguantรณ un par de semanas mรกs y luego les dijo que se iba. Su รบltima factura fue de cien euros.
Cuando tiro tus cartas me sale siempre un conflicto entre tres personas. Una de ellas se va a rendir.
¿Se habรญa rendido ella?
Tambiรฉn podรญa buscar otros problemas, pero serรญan mรกs vagos.
Pequeรฑos episodios de celos entre amigas.
Sospechas de traiciones mรญnimas (alguien le contรณ a un tercero algo que ella le habรญa confiado, y tuvo que rendirse a la evidencia de que su amigo no le guardaba sus secretos).
Sus padres y ella en el coche, huyendo de la penumbra del salรณn.
¿Estaba haciendo con ese mensaje de la adivina lo mismo que cuando cogiรณ el coche para calzar en su biografรญa un viaje corto, solo que de una manera mรกs sutil, modificando recuerdos?
Desesperadamente llorando por ti lo veo dรญa y noche. Ya sรฉ que no me crees. Llรกmame: 8064550930.
No se puso a buscar quiรฉn de su historia sentimental podรญa estar llorรกndola por las esquinas. Era tambiรฉn esta vez mรกs divertido generar esa realidad, aunque no iba a intentarlo con ningรบn hombre. Fue a ver a su madrina y le pidiรณ las llaves de la casa de su abuela, muerta hacรญa tan solo dos meses. Se comprรณ un cachorro de golden retriever, lo metiรณ en el coche y condujo hasta su pueblo. El cachorro iba en el asiento de al lado moviendo alegremente el rabo y dรกndole lametones en la mano cada vez que cambiaba de marcha. Al llegar a la casa familiar, llenรณ un balde con agua y otro con comida para cachorros, y los puso en la cรกmara. Luego subiรณ al perro a aquel espacio viejo que aรบn olรญa a la grasa y a la sal de los jamones que su abuelo curaba. Lo dejรณ ahรญ encerrado hasta completar un dรญa y una noche. El perro no parรณ de gemir y ella apenas descansรณ. Para no oรญrlo, estuvo dando vueltas por el valle con el coche. Caminรณ durante tres horas por un encinar. Subiรณ a un castillo en ruinas. Se parรณ en siete bares de carretera. Por la noche, puso a todo volumen mรบsica de grupos a los que no habรญa vuelto desde la adolescencia: Slayer, Cradle of Filth, Black Sabbath, Theatre of Tragedy… De vez en cuando paraba la mรบsica para escuchar los aullidos del perro. Era un martes de febrero; la casa de su familia ocupaba una manzana, y el รบnico inconveniente era que los lamentos del cachorro llegaran hasta la calle. Sin embargo, durante el dรญa ningรบn vecino parecรญa haber avisado a sus tรญos de que salรญan aullidos de perro de la casa. La cรกmara estaba bien aislada del exterior. A las cuatro de la madrugada, cuando los aullidos se volvieron mรกs tenues, empezรณ a pensar en la posibilidad de encontrarse al cachorro muerto cuando llegase la maรฑana. Bebiรณ mรกs cerveza y no volviรณ a bajar la mรบsica hasta que el sol no estuvo bien alto en el cielo. Cuando subiรณ las escaleras de la cรกmara estaba demasiado borracha para sentir miedo. Abriรณ; el cachorro corriรณ hacia ella. Seguรญa moviendo la cola, aunque se le veรญa dรฉbil. Quizรกs era solo desorientaciรณn. Habรญa vomitado el pienso y tiritaba.
Los milagros y la videncia existen. Pero hay mucho cuentista sacaperras. Te propongo el Tarot de verdad. Llรกmame: 8064550930.
Le asombrรณ que el รบltimo mensaje fuese una mera consideraciรณn sobre la naturaleza paradรณjica de la videncia. No esperaba nada, nunca habรญa esperado nada de esos mensajes que sin embargo le resultaban extraรฑamente apropiados, pero no solo porque se adaptaran a su contexto o le llevaran a crear otros, sino porque manifestaban su propia sombra. Esa sombra le recordaba a la suya. Era como la fotografรญa de una carretera nocturna de la periferia de la ciudad, de noche y con lluvia. Ahรญ estaban todos sus temores infantiles. De niรฑa se ponรญa de rodillas en el asiento trasero del coche y miraba por el cristal, con la lluvia cayendo. Las gotas eran sรบbitamente apartadas por el limpiaparabrisas, y entonces los vehรญculos que habรญa detrรกs del de sus padres cobraban una forma precisa que duraba unos segundos hasta que la lluvia volvรญa a deshacer las formas. En aquel borrรณn extendido hacia una oscuridad ribeteada de luces imprecisas se cifraba su miedo, y no podรญa apartar la vista de รฉl. En los aรฑos ochenta a los infantes no se les ponรญa cinturรณn de seguridad, y las distancias eran siempre mรกs largas porque las carreteras tenรญan dos carriles y estaban mal pavimentadas. Pero lo que decรญamos es que los mensajes de la vidente que le llegaban con regularidad a su mรณvil manifestaban su propia sombra. Y este รบltimo mensaje le venรญa como anillo al dedo a la idea que desde hacรญa meses barruntaba. Una vez que se habรญa deshecho de cualquier atisbo de fe e incluso de las ganas de seguir jugando, milagrosamente le llegaba un mensaje que era como la รบltima promesa de un novio infiel. Te prometo que ya no lo harรฉ mรกs. Los milagros y la videncia existen. Pero hay mucho cuentista sacaperras. ~
(Huelva, 1978) es escritora. Ha publicado 'La ciudad en invierno' (Caballo de Troya, 2007) y 'La ciudad feliz' (Mondadori, 2009).