No estoy de acuerdo con quienes planean anular su voto el próximo 5 de julio. Mucho menos creo en aquellos que abogan por la medida de manera pública, aprovechando el micrófono para jugar a la antipolítica, ese deporte tan chic en el México de hoy. El coqueteo con la anulación no es cosa menor en un país que ya vive inmerso en la desconfianza (ahí está el ejemplo de Venezuela para quien quiera aprenderlo). Mis reparos son básicamente dos.
Primero, dudo que la medida pueda incidir en el ejercicio práctico de la política, que es lo que, en el fondo, importa realmente. A estas alturas, ya está claro que las reglas electorales no permiten distinguir entre un voto anulado a manera de protesta y un voto nulo por error del votante. En el futuro quizá podrán hacerlo, pero no por ahora. Si esa consideración no es suficiente, pongamos sobre la mesa el significado real del voto nulo en nuestro sistema electoral. Por impresionante que finalmente resulte el número de votos blancos, a lo más que se puede aspirar es a una consecuencia simbólica. Así, el desenlace es predecible. En el mejor de los casos, los políticos darán uno o dos discursos advirtiendo “el llamado de atención de la sociedad” y aceptarán que “algo les ha querido decir” el electorado. En el peor de los escenarios, llevarán agua a su molino: “Esto se debe a ocho años de panismo”, dirá Beltrones; “todo esto nos lo dejó el priismo”, contestará Martínez. Al final, el voto anulado servirá como una cachetada al aire, un intento inútil por sacudir conciencias impermeables a la crítica.
Segundo, me parece que votar en blanco implica incurrir en dos pecados capitales en la consolidación de la vida democrática de un país como el nuestro: la holgazanería de suponer que “no hay propuestas” o que “todos son iguales” y pasar por alto que, en una democracia sana, la manera de cambiar el desempeño del poder legislativo no es ignorándolo sino involucrándose en su funcionamiento cotidiano. Decir que todos los partidos políticos en México son la misma gata revolcada es darle una salida fácil a una frustración que no por comprensible justifica la abulia cívica. No es verdad que la plataforma de los partidos políticos sea la misma. Hay partidos que apoyan la reducción de legisladores y otros que ni siquiera la mencionan. Hay partidos que proponen atacar los monopolios y otros que omiten por completo la medida. Y así se podría recorrer la larga lista de pendientes de la agenda nacional. Sólo es cuestión de dejar de rasgarse las vestiduras e informarse.
Nadie ha dicho que ejercer un voto razonado sea cosa fácil o rápida. El beneficio de hacerlo, sin embargo, es enorme. Quien vota con la plataforma del candidato o del partido en la mano puede, después, ejercer la otra variable de la responsabilidad ciudadana en democracia: la presión legislativa. Pongamos sólo un ejemplo: sería deseable que los votantes que han decidido inclinarse por el Partido Verde –ese mago de las propuestas irrealizables y populistas– hagan, desde ahora, un plan para exigirle al partido que cumpla lo que ha prometido. Hace unos días entrevisté a Francisco Agundis, el senador del Verde, quien me aseguró que las tres propuestas que plantea su partido ya están “bien platicadas” con otras fuerzas políticas. De ser así, habrá que exigirle cuentas de inmediato.
Pero algo debe quedar claro: la obligación de exigir esos resultados recae en los ciudadanos, no en los partidos. Por eso, toda la tinta que ya ha corrido defendiendo el voto en blanco tendría un mejor destino informando de las propuestas de los partidos, los nombres de los candidatos y, sobre todo, las muchas maneras en las que la sociedad civil puede incidir en el proceso legislativo una vez que comience el nuevo periodo, tal y como lo hizo, para bien o para mal, en la discusión de la reforma energética. Por ahora, el elector tiene el cometido de escuchar, evaluar y votar. Inmediatamente después deberá exigir (en un país sano tendría la posibilidad de darle una patada en el trasero al legislador inútil habiendo reelección, pero esa es otra historia). Esa es la apuesta correcta si lo que se busca es reconstruir el frágil andamiaje de nuestra vida pública. Si lo que interesa es hacer alharaca y escándalo estéril, el camino es otro.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.