La bendiciĆ³n del futbol

Mientras haya un padre jugando futbol con su hijo ā€“en un parque, una callejuela, un patio, un llano- MĆ©xico tendrĆ” esperanza.
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En MĆ©xico el futbol se ha vuelto casi tan popular como las fiestas religiosas. No lo fue siempre. Durante la primera mitad del siglo XX, rivalizaban con Ć©l otros deportes. Al beisbol lo habĆ­an traĆ­do las empresas norteamericanas (dedicadas a las minas, los ferrocarriles, la extracciĆ³n de petrĆ³leo) asentadas a lo largo de la frontera norte, las zonas tropicales del Golfo de MĆ©xico y las costas del PacĆ­fico. El futbol “americano” gozĆ³ de arraigo entre los estudiantes de las dos principales instituciones de enseƱanza superior que habĆ­a entonces:  la UNAM y el PolitĆ©cnico. Las corridas de toros se practicaban desde tiempos de la Colonia y tuvieron su gran auge hacia los aƱos cuarenta en pleno siglo XX, cuando legendarios toreros mexicanos se enfrentaban “mano a mano” con los espaƱoles. El box ha congeniado bien con el carĆ”cter estoico del mexicano, proclive desde tiempos prehispĆ”nicos a resistir, defenderse y tolerar los infortunios de la naturaleza, la historia y los dioses caprichosos. La lucha libre sigue siendo muy popular, quizĆ” por el uso atĆ”vico de las mĆ”scaras. Pero de pronto, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, todos estos espectĆ”culos palidecieron ante el juego (importado hacia 1902 por mineros ingleses) que nadie llama “soccer” sino simplemente “futbol”, y que hoy es el deporte nacional. 

Una razĆ³n de su popularidad puede estar -como tantas cosas en este paĆ­s- en la historia. El futbol apela quizĆ” a una reminiscencia aĆŗn mĆ”s lejana que la Conquista: el “juego de pelota” que –como se sabe- los pueblos prehispĆ”nicos practicaban en cuadrĆ”ngulos abiertos, utilizando su cuerpo (y no sus manos) para insertar un durĆ­simo balĆ³n de hule en un pequeƱo aro de piedra labrado en los muros. La muchedumbre, como ahora, coreaba el juego, pero la gesta no terminaba de manera pacĆ­fica sino con el sacrificio fĆ­sico de uno de los equipos contendientes. Aquel juego legendario era la metĆ”fora de una batalla cĆ³smica. Han pasado muchos siglos. Por fortuna ya no corre la sangre en esos espacios, pero el futbol sigue encendiendo fuertes pasiones. A la selecciĆ³n mexicana se le ve –con evidente, absurda exageraciĆ³n- como la encarnaciĆ³n del alma nacional: si ganan, todo parece ventura y alegrĆ­a; si pierden, la desdicha alcanza grados de depresiĆ³n colectiva.

Pero mĆ”s allĆ” de sus antecedentes y su significaciĆ³n, el futbol en MĆ©xico es una bendiciĆ³n social por su carĆ”cter igualitario, familiar y democrĆ”tico. En cualquier parte del paĆ­s, aĆŗn en los rincones mĆ”s pobres y alejados, hay terrenos baldĆ­os que se conocen como “llanos”  y en ellos ocurre, domingo a domingo, un ritual importante: el futbol “llanero”, el juego donde veintidĆ³s protagonistas, orgullosos de sus colores, retozan alegremente tras una pelota levantando a su paso efĆ­meras esculturas de polvo. AllĆ­, como en las fiestas populares, el tiempo se detiene y las penas se olvidan, sobre todo en el instante en que ocurre el milagro esperado: el milagro del gol.

 El milagro que ocurre poco, porque en contiendas internacionales y nacionales, con excepciones notables, nuestros jugadores padecen un miedo extraƱo -¿pavor edĆ­pico?- a meter gol. OjalĆ” lo superen alguna vez. Mientras tanto, de una cosa estoy convencido por experiencia propia: mientras haya un padre jugando futbol con su hijo –en un parque, una callejuela, un patio, un llano- MĆ©xico tendrĆ” esperanza.

                         

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆ­o.


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