Veo muy entusiasmados al PSOE y a la Dirección General de Tráfico con las bicis en las ciudades, apoyando su uso y legislando para su mejor circulación, restringiendo la de los coches, pero no he visto todavía que ningún ministro haya dado ejemplo estrenando su bici oficial y abandonando su coche oficial. Tampoco el presidente Zapatero, que sin duda apoya a los ciclistas, como ha quedado claro con el caso Alberto Contador, ha renunciado al coche oficial para pedalear a sus anchas por Madrid, por León y por el mundo entero.
Lo de la bici, creen, está dirigido a otros: a los numerosos empobrecidos por la crisis, a quienes no pueden pagar la gasolina, a quienes no ven sus necesidades cubiertas por el transporte público (porque la mayor parte del transporte en España es público o diseñado por funcionarios públicos), a los jóvenes que aún no están podridos…
Basta leer a David Byrne, uno de los mayores proselitistas del uso de la bicicleta, como demuestra en sus Diarios de bicicleta, para darse cuenta de que una cosa es predicar y otra muy diferente dar trigo. David Byrne cuenta, sin cortarse un pelo, cómo viaja todo el tiempo alrededor del mundo en avión, sin reparar en que se trata del medio de transporte que más CO2 emite por pasajero y kilómetro y cuyas emisiones contribuyen al efecto invernadero 2,5 veces más que las emisiones de superficie. David Byrne cuenta, también, cómo en su oficina, en Manhattan, se hizo instalar una ducha para no apestar a sus clientes al llegar de una vuelta ciclista a la Gran Manzana.
Fomentar la bicicleta como transporte masivo, y así se le trata cuando se legisla a favor de la congestión en el centro de las ciudades, donde se concentran los servicios, es un auténtico disparate, que tiene un tufo maoísta que repugna desde el momento mismo de enunciarse. Lo que hace falta es un transporte colectivo eficiente: que pueda llevar a mucha gente a muchos sitios, en poco tiempo y durante muchas horas al día, a buen precio y en vehículos dignos, interconectado entre sus diferentes modalidades y, a ser posible, poco o nada contaminante.
Aunque su coche oficial era bastante tosco, un Dongfeng de fabricación china que no tenía nada que ver con los Audi que usan ahora, Mao tampoco iba en bicicleta a visitar a los campesinos, y eso que vivía en el país con más bicicletas del planeta… cuyos habitantes no podían usar más que para trasladarse en pequeños espacios: tenían completamente restringidos sus movimientos, pero eso es otro asunto, o quizá no.
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.