La casa de Louis

Una visita a la casa museo de uno de los mĆ”s grandes jazzistas de la historia.Ā 
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De no ser por la placa de acero en la entrada, la casa pasarĆ­a desapercibida en esta cuadra del barrio de Corona, en Queens. Louis Armstrong y su cuarta esposa, Lucille, habitaron este lugar hasta el final de sus vidas. El interior sĆ³lo puede conocerse en una de las visitas guiadas que comienzan cada hora. En el garage estĆ” la taquilla y antes del tour se invita al visitante a ver un video con informaciĆ³n importante: datos de la vida de Armstrong, no tocar, no fotografĆ­as, caminar sĆ³lo sobre el tapete.

David L. Reese, el guĆ­a, me extiende la mano y con una sonrisa exageradamente generosa dice que lo acompaƱe. Son las diez de la maƱana y soy el Ćŗnico visitante. Salimos del garage y subimos las escaleras que llevan a la entrada principal. David abre de par en par la puerta y me pide que toque el timbre de la casa. Obedezco en el acto. Desde el interior suena una melodĆ­a, yo sonrĆ­o por compromiso y Ć©l, aprobando mi gesto, me hace pasar a la sala.

David me cuenta ciertos pormenores de la vida de la leyenda del jazz (su madre era prostituta) que no aparecen en el video introductorio porque a veces hay niƱos en la casa. Las paredes de la sala estĆ”n cubiertas con papel tapiz de color hueso y hay retratos de Satchmo tocando la trompeta; en las fotografĆ­as muestra con una sonrisa casi toda la dentadura. Dos nuevos visitantes se suman al recorrido, son una mujer inglesa y su hija adolescente, que quiere ser jazzista. Mientras David las pone al corriente, observo las figuritas de porcelana que decoran los estantes: una gĆ³ndola veneciana, un angelito negro y un elefante llaman mi atenciĆ³n. Todos los focos en los candelabros estĆ”n encendidos. TambiĆ©n hay un piano de pared blanco.

Pasamos al baƱo de la planta baja, que tiene una tina de buen tamaƱo. Las cuatro paredes y el techo estƔn cubiertas de espejos y las manijas de la regadera y los lavabos son doradas. Recuerden, despuƩs de todo Louis era un hombre del espectƔculo, tenƭa que lucir hermoso, apunta con pertinencia David.

En el comedor hay una mesa con cuatro sillas y un par de muebles de madera que simulan ser de bambĆŗ. Una de las paredes estĆ” decorada con un cuadro con motivos orientales. ¿QuĆ© les parece este comedor? Aventuramos una respuesta: ¿Modesto? Thank you! A David le entusiasma nuestra capacidad deductiva e insiste en este punto: ¿no nos parece increĆ­ble que siendo Armstrong una figura de fama mundial haya decidido vivir en un barrio de clase trabajadora?  

La comida favorita de Satchmo era arroz con frijoles. Una laca azul celeste cubre los muebles de la cocina y la licuadora estĆ” empotrada en la barra. Sobre la mesita del desayunador cuelgan dos naturalezas muertas. Me pregunto si Louis las habrĆ” escogido.

David se mueve con tanta naturalidad mientras sube al segundo piso que por un momento parece que la casa es de Ć©l. Pasamos por la recĆ”mara principal sin detenernos mucho en los detalles y vamos directo al vestidor. De nuevo grandes espejos, unas botellitas con un poco de la lociĆ³n que usĆ³ el jazzista y tres vestidos coloridos de su mujer. Recuerden, they looked beautiful, dice para que no olvidemos que esta no es una casa ordinaria -que sĆ­ es ordinaria pero que no lo es.

El estudio da a la calle y tiene una importante colecciĆ³n de grabaciones y de bebidas alcohĆ³licas -tambiĆ©n esto era su vida, dice David y responde algunas preguntas de la mujer inglesa. La adolescente mira hacia afuera, llueve. Yo miro las fotografĆ­as en las que Louis Armstrong aparece sonriendo. Son todas. No sĆ© si esta alegrĆ­a me parece natural. Pero entonces, al presionar un botĆ³n blanco que sobresale del muro, se escucha entre risas la prodigiosa voz de Satchmo cantando en este mismo estudio. DespuĆ©s nos despedimos y salimos de la casa.

 

 

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