“Ni divulgación periodística, ni escritos dirigidos a especialistas”. Con cien números a las espaldas, Álvaro Delgado Gal resume así el punto de partida de Revista de Libros, publicación mensual dedicada fundamentalmente a la crítica, que dirige desde su creación en 1996. En diciembre de aquel año salió de la imprenta el número cero de este proyecto con críticas de Juan José Millás, Gustavo Martín Garzo o Carlos García Gual. Entre los títulos reseñados, desde Trainspotting de Irvine Welsh hasta El instinto del lenguaje de Steven Pinker. “La iniciativa consistía en publicar reseñas más largas que las de los periódicos. Todo partió de una pequeña revista, Libros, que puse en marcha en los ochenta; se trataba de hacer lo mismo, pero con más medios”, explica desde su despacho en la calle Rafael Calvo de Madrid.
Esta oficina, que la revista comparte con la editorial Turner, es el centro de operaciones desde donde Delgado Gal y Amalia Iglesias han organizado los cien números que cumplieron el pasado mes de abril. La celebración del aniversario se celebró con la publicación de un especial y un índice, cuyas páginas grises contienen el impresionante listado de críticos, autores y títulos reseñados en estos años. Dirigido a “maniáticos de la lectura”, el proyecto que Delgado Gal puso en marcha con la financiación de la Fundación Caja Madrid se marcó como modelo a seguir dos de las publicaciones culturales de referencia, Times Literary Supplement y The New York Review of Books: “Ellos inventaron el género. El modelo de opinión cultural al hilo de la edición. Pero a la larga uno va encontrando su forma específica, según sus colaboradores y sus lectores”. La subvención de la que goza esta revista, que cuenta con una tirada de quince mil ejemplares y unas ventas que rozan los seis mil, es uno de los puntos que la separa de sus modelos anglosajones: “Sin la subvención no podríamos sacarla. Nos da una enorme tranquilidad y libertad”. Pero las diferencias, como subraya Delgado Gal, son también otras: “The New York Review of Books tiene una cadencia heterodoxa de publicación liberal americana; participa en cuestiones políticas, por ejemplo, en vísperas de elecciones. Esto convierte en un periódico algo que no lo es. Nosotros no entramos en política nacional”.
El abanico de intereses, sin embargo, es amplio: desde filosofía hasta ciencia, pasando por economía, historia, arquitectura o literatura. El empeño de Revista de Libros tampoco es menor: dar voz a los expertos; que sean ellos quienes presenten las críticas a los libros publicados en su materia, y que sus textos sean accesibles. “Se trata de que los artículos se sostengan por sí solos, que sirvan de orientación bibliográfica y que quien los lea sienta que se ha puesto en pista”. Físico y filósofo, Delgado Gal rehúye el término universitario: “Es peligrosísimo porque concibe el ejercicio literario como una operación profesional, escribiendo en revistas especializadas que sólo tienen sentido en la lucha interna. Esa literatura no interesa al hombre culto. Nuestros artículos requieren un esfuerzo de expresión grande”.
En esa búsqueda de “claridad, coherencia y falta de complejidad innecesaria” es donde se concentra la mayor parte del trabajo, “el intercambio ping-pong” entre el editor y el autor, como lo define Delgado Gal. Un artículo llegó a rescribirse hasta cinco veces, confiesa. “La parte más complicada es la lectura de los artículos por el director y Luis Gago. Los textos se aprueban o se rechazan siguiendo unos criterios de honestidad y rigor. No se trata de opinión, sino de que las críticas no estén escritas sólo para el gremio. Intentamos no pagar peajes estúpidos, huimos de los santones y de los criterios preestablecidos”, explica Amalia Iglesias. Ella llegó desde el suplemento Culturas del desaparecido Diario 16: “La diferencia clave es que un suplemento está supeditado en tiempo y espacio a la referencia a la actualidad. Esa presión imprime otro ritmo a los colaboradores. En Revista de Libros las novedades editoriales no tienen una vida tan efímera como en las librerías y los suplementos. Una de las formas de que un libro siga vivo es que se hable de él también tiempo después”.
Redactora de la revista y encargada de la sección literaria, Iglesias lidia con los autores impacientes que aguardan hasta cinco meses para que sus textos sean publicados, y explica cómo se enfrenta a la “barricada de setenta mil títulos” anuales que se publican en España: “El criterio de selección es consensuado con los coordinadores de área, se sopesa cada libro, y se pide consejo a los asesores sobre quién podría reseñar determinado título evitando filias y fobias”. El equilibrio entre temas científicos y humanísticos ”para que ningún lector se quede en ayunas”, según Delgado Gal; entre críticas largas y cortas; entre autores consagrados o nuevos, y entre libros clásicos y novedades, es otro de los retos. “No se trata de ir a la última actualidad sino de encontrar los temas vibrantes”. El volumen de libros editados en España la lleva a pensar en la absoluta necesidad de la crítica: “No está muerta sino que el día que deje de existir se llegará a la banalización de todo. Tal avalancha de letra impresa requiere de la figura de un crítico que seleccione. Su trabajo es más necesario que nunca, aunque no debe ser tomado como un catecismo”.
Delgado Gal sitúa Revista de Libros dentro del inundado mercado editorial: “Por un lado está el enorme número de títulos de producción pública, de ayuntamientos y comunidades, muy mal distribuidos y con poca penetración. Luego, están las publicaciones que manan de editoriales comerciales: los que apuestan por el negocio. El tercer frente son las editoriales de tamaño medio con colecciones especiales de pensamiento e historia. Se trata de libros que no producen beneficios al editor. La edición sin ánimo de lucro sigue ocupando un espacio, hay vocaciones que creen que cumplen una labor cultural. El problema es la falta de mediadores entre ellos y el público. Nosotros ocupamos ese hueco. Los suplementos culturales de los periódicos están dirigidos a cientos de miles de lectores y por ello prestan mayor atención a la novela que al ensayo. El caso extremo son los programas culturales de televisión, relegados a horas intempestivas, porque el libro es una afición muy minoritaria”. Consciente de que la riada de páginas impresas asola no sólo a las librerías sino también a los quioscos ”convertidos en tiendas que venden de todo”, el director explica que el formato que escogieron para Revista de Libros juega en su contra. “El espacio es un bien preciado y nosotros optamos por un modelo bonito y flexible para la maquetación pero no evaluamos los costes”.
Una de las bases sobre las que Delgado Gal y Amalia Iglesias construyen cada número es la variedad de criterios estéticos entre los críticos. “Si los pusiéramos juntos dudo que estuvieran de acuerdo. Hay críticos de vocación, posmodernos, clásicos…; no son una escuela. Y cada uno se enfrenta a dificultades distintas. En los temas científicos lo difícil es explicar sin trivializar y llegar a un punto en el que algo no queda claro pero no puede explicarse de otro modo”.
Sin restar méritos a este trabajo, Delgado Gal señala la crítica literaria como la más compleja: “Hay que establecer una empatía; siempre hay un elemento de azar. El misterio sólo se puede remediar con oficio. Esto es, que el texto sea pertinente y que no se le caliente la boca al crítico. Las críticas violentas son divertidas, pero no son justas. Algunas son resultado de mala fe, otras son simplemente triviales, como los son también los halagos. El enfado a veces da elocuencia y coherencia, por lo que se extrema el palo para que la crítica quede redonda y el crítico se luzca a costa del escritor. La crítica con apostillas para no herir tampoco funciona. Se trata de no ser insultante, de huir de la sátira, y mantener el sentido del humor y la distancia.”
Al hablar del panorama español Delgado Gal cita los “garrotazos”, la “barra libre contra el enemigo” y las “sectas” de las que Revista de Libros intenta huir. Entre los logros alcanzados menciona una serie de tres artículos sobre la balanza fiscal, convertidos en texto de referencia, y la polémica entre los historiadores Stanley Penn y Santos Juliá. “Lo que debe hacer una revista es suscitar la controversia civil. En este país hay tendencia a que sea incivil, por lo que se acaba con la polémica por prudencia cortesana o a tortazo limpio”.
En el futuro el director espera “templar la guitarra y mejorar el tono, que sea menos envarado”. Entrevistas u otros formatos dice que serían “señal de melancolía”, pero no descarta incluir secciones sobre exposiciones o teatro, e incluso llegar a una edición electrónica para acceder al mercado latinoamericano. –
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