La EspaƱa inmigrada

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En Tierra, tierra, la segunda y apabullante entrega autobiogrĆ”fica del hĆŗngaro SĆ”ndor MĆ”rai, que huyĆ³ de su paĆ­s con el establecimiento definitivo del rĆ©gimen comunista en 1948, narra el escritor su experiencia ante la avanzadilla de las tropas soviĆ©ticas en los arrabales de Budapest, en la Navidad de 1944. Un hombre joven, rubio y con los pĆ³mulos pronunciados del eslavo, ā€œhabĆ­a llegado hasta el patio del ayuntamiento del pequeƱo pueblo donde nos habĆ­amos refugiado montado en su caballo, metralleta en mano, y seguido por otros dos soldados mĆ”s viejos, barbudos y con cara severa, que tambiĆ©n iban a caballo. El joven me apuntĆ³ con el arma y preguntĆ³: ā€˜ĀæQuiĆ©n eres?ā€™ā€ Luego llegaron mĆ”s y todos los dĆ­as fueron llegando soviĆ©ticos, como llega cualquier tropa de guerra, con la crueldad del apetito de rapiƱa. El libro entero de MĆ”rai trata de articular el sentido de la pregunta de aquel soldado soviĆ©tico, planteada no sĆ³lo a Ć©l sino a Europa entera: ā€œUna fuerza se habĆ­a presentado en Europa, y el EjĆ©rcito Rojo sĆ³lo constituĆ­a su expresiĆ³n militar. ĀæQuĆ© fuerza era Ć©sa? ĀæEl comunismo? ĀæLos eslavos? ĀæEl Este?ā€ Desde el comienzo mismo MĆ”rai declara que para muchos perseguidos por el nazismo aquel joven ruso habĆ­a traĆ­do la liberaciĆ³n del terror nazi, pero de lo que no cabĆ­a dudar era de que trajese la libertad. ĀæCĆ³mo la iba a traer si ā€œĆ©l tampoco la tenĆ­aā€? El escritor aƱade que eso era algo que aĆŗn no se sabĆ­a en aquel momento.

Encuentro mĆ”s que pertinente abrir esta perspectiva metafĆ³rica de gentes distintas a nosotros que llegan del extranjero a nuestra tierra en tromba y nos interrogan sobre quiĆ©nes somos. Puede que sea Ć©sta la interrogante cuyo significado nos ayude a mejor encauzar el hecho realmente nuevo de la inmigraciĆ³n en nuestros paĆ­ses europeos de cultura democrĆ”tica e instituciones de derecho. Porque no hay duda que estos inmigrantes no traen consigo la libertad ni tampoco la costumbre del derecho. Vienen de tierras donde han sido maltratados por sus instituciones y humillados en su dignidad humana.

ĀæDeben integrarse los inmigrantes en nuestras sociedades democrĆ”ticas?

Sospecho que la metĆ”fora de la tropa forastera es capaz de clarificar nuestra perspectiva solamente en la medida en que ponga en entredicho nuestros prejuicios etnocĆ©ntricos impulsando la indagaciĆ³n sobre nuestra elasticidad cultural y lo distintos que podemos llegar a ser ante el hecho incontestablemente nuevo de la afluencia masiva de extranjeros a nuestras tierras. Porque si algo nos caracteriza a nosotros es ser proclives a alterar hĆ”bitos y estilos de vida. Toda nuestra vida social se halla referida a la experimentaciĆ³n futura, sea cientĆ­fica, tecnolĆ³gica o artĆ­stica, y necesitamos creer en un futuro mejor y mĆ”s predecible, lo mĆ”s ajeno posible a la rigidez de principios religiosos y al encorsetamiento de tradiciones del pasado. ĀæNo ha sido experimentado ya en nuestro pasado que cuanta mĆ”s eficacia logrĆ”bamos tanta mayor flexibilidad de costumbres adquirĆ­amos, y al revĆ©s? Sea en el arte de la navegaciĆ³n o la agricultura, de la mecĆ”nica o la convivencia polĆ­tica, hemos llegado a cobrar conciencia de que la vida es un espacio dependiente de la voluntad humana y que tanto mejor nos va en el mundo cuanto mĆ”s alejado estĆ© de los acontecimientos empĆ­ricos la voluntad divina. La sociedad liberal se halla, pues, cimentada sobre esa conexiĆ³n de eficiencia y tolerancia que nos conduce a alterar nuestros estilos de vida por mor de ser mĆ”s libres y no responder agresivamente ante las diferencias de creencia. De manera que la verdad se nos ha ido apareciendo como una cuestiĆ³n que afecta a todos y surge como fruto de discusiones sin constricciĆ³n y de algo que tenga que ver con lo que los humanos deseamos en cada momento. La verdad se ha constituido como un espacio de libre pensamiento donde la gente discute y se arriesga a dar razones para buscar consensos de creciente interĆ©s en asuntos urgentes. ĀæLa persuasiĆ³n o la fuerza? La primera, siempre, pero para asegurar ese surco cultural donde se abre paso la sociedad democrĆ”tica y liberal. Que la defenderemos con toda nuestra fuerza pues fuera de ella sĆ³lo hay camino para el totalitarismo o la teocracia. En ese surco de nuestro horizonte cultural se genera la lucha contra la resignaciĆ³n ante las situaciones de sufrimiento evitable y de daƱo social, y por su eliminaciĆ³n. Un ejercicio arriesgado de libertad. Esto somos ya en pequeƱas dosis y esto lo podemos agrandar para, lo que es ahora surco transitable, dejarlo pavimentado y ancho como camino para los siguientes.

Afincarse duraderamente entre nosotros implica para los inmigrantes asimilar el cuerpo de creencias y hĆ”bitos que sustenta la vida en democracia, haciendo suyo el pluralismo y la tolerancia, la igualdad y dignidad de todas las personas, independientemente de la edad y el sexo, para tomar las iniciativas de la propia vida, y la resoluciĆ³n pacĆ­fica de los conflictos. Este cuerpo de creencias y hĆ”bitos de actuaciĆ³n deja al libre arbitrio de cada cual tanto las cuestiones religiosas y Ć©ticas como las gastronĆ³micas y estĆ©ticas.

La falacia de generalizar desde un caso hacia el conjunto

SĆ© que esta metĆ”fora de tropas que asaltan nuestras fronteras tambiĆ©n oculta la realidad porque no existe tal tropa inmigrante: Ćŗnicamente existen personas individuales escapando de sus malas condiciones de vida. Emigrando no existen mĆ”s que Juan, Ivo, FĆ”tima, Nadia, Esmeralda o Mohamed, cada cual para sĆ­ y cada uno por su lado. Y, pese a ello, todos ellos aparecen emigrando a la vez, como en tropel: en estos Ćŗltimos diez aƱos han transformado nuestra poblaciĆ³n espaƱola hasta constituir su diez por ciento censado, y considerablemente rejuvenecido. La estadĆ­stica ha investigado larga y profusamente sobre ellos creando persuasivas imĆ”genes de un supuesto colectivo, mĆ”s o menos diferenciado y consolidado junto a y al lado del nuestro. La sociologĆ­a, la antropologĆ­a cultural y la psicologĆ­a han reforzado esa imagen con categorĆ­as harto dudosas, no siempre cientĆ­ficas (como lo Ć©tnico, aplicado al conjunto de los inmigrantes) y a menudo falazmente explicativas (como la del racismo). Y el Estado de derecho, que siempre es un estado de cosas nacional, aplica la ley y reglamenta las condiciones para llegar a ser ciudadano, es decir, un nacional. Y su administraciĆ³n propicia que Juan, Ivo, Mohamed y Natasha se congreguen en largas filas ocupando aceras de calles y plazas enteras durante dĆ­as, semanas y meses. Y asĆ­ surge otro indicio objetivo de una tropa extranjera que aguarda la obtenciĆ³n de papeles. El control administrativo hace que Natasha, Ivo y Mohamed se clasifiquen como gente-con-papeles o gente-sin-papeles, pero siempre en algĆŗn colectivo diferente a los espaƱoles, que no precisamos de esa distinciĆ³n.

AdemĆ”s, y pese a ser y actuar como individuos, la participaciĆ³n de los inmigrantes en el mercado de trabajo los emborrona con un trazo comĆŗn de semejanza al ubicarlos en los mĆ”rgenes sociales: allĆ­ donde se realizan los trabajos mĆ”s duros o de menor estima social, como en la agricultura, la construcciĆ³n, la hostelerĆ­a, el trabajo en el hogar y la prostituciĆ³n. TambiĆ©n los inmigrantes consolidan este seudoconcepto de colectividad tan contrario a sus intereses personales. AsĆ­ cuando se venden a redes mafiosas de transporte humano ilegal y engrosan pateras o cayucos, aviones o autobuses; o se venden a mafias de contrataciĆ³n laboral. Cuando se congregan en extensos colectivos de fiesta y ocio dominical en jardines o campas. Cuando pandillean en bandas no siempre festivas en busca de gresca y camorra. Cuando se hacinan por docenas en pequeƱos pisos o apartamentos unifamiliares. Cuando se originan colectivos de inmigrantes sin-papeles que ocupan ilegalmente iglesias o universidades o planteando conflictos con los ciudadanos autĆ³ctonos. La existencia de mafias delictivas de extranjeros que operan con inusitada violencia, sobre todo en la cuenca mediterrĆ”nea, tambiĆ©n favorece el espejismo de la generalizaciĆ³n colectivizadora. El conflicto de algĆŗn inmigrante, y a diario los millones de inmigrantes producirĆ”n alguno, siempre favorece la consolidaciĆ³n del clichĆ© generalizador (es esta una traba epistemolĆ³gica del etnocentrismo inmanente en toda sociedad humana).

Corolario: la vĆ­a hacia la integraciĆ³n de los inmigrantes consiste en potenciar su individualizaciĆ³n personalizando su aptitud a ser uno mĆ”s de nosotros.

Los inmigrantes en EspaƱa: una voluntad casi generalizada de integraciĆ³n

Los inmigrantes en EspaƱa suelen ser individuos solos o familias individuales con intereses particulares de salir adelante. No existen estadĆ­sticas de Ć©xito o fracaso de los inmigrantes por la sencilla razĆ³n de que ambos son fenĆ³menos individuales y exigen ser estudiados por casos. Nunca se sale adelante o se fracasa por colectivos, sino individualmente; incluso dentro de la misma familia se tiene Ć©xito o se fracasa individualmente, por mucho que la familia apoye a todos por igual. Hasta la Ćŗltima regularizaciĆ³n masiva de casi ochocientos mil inmigrantes las cifras estadĆ­sticas aseguraban que los inmigrantes en EspaƱa han venido para asentarse definitivamente entre nosotros (56%) o, al menos, por mucho tiempo (33%). Son gente trabajadora, sencilla y que evita plantear problemas; asĆ­ cuando se les pregunta si han tenido conflictos o lĆ­os con los espaƱoles, en un 87% responden que jamĆ”s los han tenido: sĆ³lo un 8% dice que sĆ­ tuvieron algĆŗn lĆ­o con espaƱoles (Āæcon quiĆ©n si no, si somos la absoluta mayorĆ­a de gente en este paĆ­s?).

Una gran parte de los inmigrantes en EspaƱa vive en familia (42%), al menos con su cĆ³nyuge, porque se viene para un perĆ­odo de tiempo largo y conviene rentabilizar la estancia planificando el ahorro y amortiguando el daƱo. Los inmigrantes que viven completamente solos son alrededor del 15%, pero viviendo con otros amigos tambiĆ©n solos (algo asĆ­ como un 30%) se llega a ahorrar algo mĆ”s. No obstante casi la mitad de todos los inmigrantes se halla gestionando la venida a EspaƱa de algĆŗn familiar, lo cual es un Ć­ndice de su voluntad de permanencia y disposiciĆ³n de mejora. Los inmigrantes prefieren masivamente (89%) vivir mezclados en barrios donde resida toda clase de personas; los iberoamericanos lo prefieren en un 93%. Solamente un exiguo 7% de inmigrantes prefiere vivir en gueto aparte. TambiĆ©n los espaƱoles decimos que preferimos verlos mezclados con nosotros mĆ”s que verlos a ellos solos, tanto es asĆ­ que hasta un 42% de espaƱoles cree que habrĆ­a de llevarse alguna polĆ­tica intervencionista para descongestionar los guetos de inmigrantes. Preguntados los propios inmigrantes si en sus barrios residen espaƱoles o mĆ”s bien residen Ćŗnicamente extranjeros, sĆ³lo el 14% dice vivir en barrios de mayorĆ­a inmigrante; el resto o vive en barrios de casi absoluta mayorĆ­a de espaƱoles (18%) o en barrios de mayorĆ­a espaƱola pero con inmigrantes (39%) o en barrios equilibrados de mezcla de espaƱoles con inmigrantes (20%).

En EspaƱa, la ciudadanĆ­a no percibe que exista segregaciĆ³n espacial, pues los espaƱoles, la mitad de los cuales no veĆ­a inmigrantes en sus barrios en 1992, a inicios de 2005 sĆ³lo en un 26% decĆ­a no ver inmigrantes residiendo en sus barrios; es decir, que tres cuartas partes de la ciudadanĆ­a percibe ya inmigrantes en sus barrios y casi no quedan barrios ā€œincontaminadosā€. Esta excelente caracterĆ­stica de segregaciĆ³n no fuerte de la inmigraciĆ³n en nuestro paĆ­s se corresponde ademĆ”s con los datos de mestizaje matrimonial, puesto que de cada diez matrimonios de inmigrantes, nueve tienen un cĆ³nyuge espaƱol. Y conste que los matrimonios de inmigrantes ya han llegado al 10% del total de matrimonios efectuados en EspaƱa.

Del 14% que dice vivir en barrios de mayorĆ­a inmigrante tambiĆ©n se podrĆ­a inferir que casi en su totalidad vive ahĆ­ porque seguramente desea vivir asĆ­. Existe exactamente un 14% de magrebĆ­es que dice no estar nada integrado, asĆ­ como un 11% de subsaharianos y un 8% de asiĆ”ticos, cifras que se corresponden con las de aquellos inmigrantes que prohibirĆ­an terminantemente a su hija casarse con un espaƱol: el 16% de magrebĆ­es se lo prohibirĆ­a, asĆ­ como el 14% de asiĆ”ticos y el 7% de subsaharianos. De manera que como hipĆ³tesis mĆ”s plausible podrĆ­amos establecer que existe en torno a un 15% de inmigrantes que es reacio a la integraciĆ³n social. Como mĆ­nimo, una dĆ©cima parte de los magrebĆ­es puede ser reacia a ello; algo menos reacios son los chinos pero tambiĆ©n rondarĆ” su cifra en torno a un 10%, y algo menos respecto de la poblaciĆ³n subsahariana. Por otra parte sabemos que, pese a la gran feminizaciĆ³n del trabajo ejercido por los inmigrantes (casi un tercio de contribuidores inmigrantes a la seguridad social son mujeres, especialmente iberoamericanas, pero tambiĆ©n filipinas) las mujeres magrebĆ­es y pakistanĆ­es apenas participan en el trabajo asalariado y, por tanto, tampoco en la seguridad social (alrededor del 3% de la feminizaciĆ³n laboral).

TodavĆ­a no podemos decir nada sobre cĆ³mo serĆ” toda la segunda generaciĆ³n de los inmigrantes pero ya sabemos por el ejemplo europeo que el apiƱamiento en guetos residenciales, el fracaso escolar y el subsiguiente fracaso profesional producen fuertes impedimentos a la integraciĆ³n social. De lo que no hay duda es que la mayor parte de los inmigrantes en EspaƱa posee una voluntad de integraciĆ³n. Recae, pues, de nuestro lado una gran parte de la responsabilidad de sostener esa voluntad positiva y actuar sobre los focos negativos de integraciĆ³n con hechos institucionales y personales.

La acciĆ³n gubernamental: una gestiĆ³n oportunista

Hasta ahora los gobiernos han fracasado en controlar los flujos de inmigraciĆ³n. La mayor parte de los inmigrantes en EspaƱa ha pasado por un dilatado momento de ilegalidad en el que ha trabajado: inmigrante ilegal y mafias de trata de inmigrantes significan que aquĆ­ existe oferta de trabajo ilegal. Por eso la orientaciĆ³n de una polĆ­tica integradora de inmigraciĆ³n debe comenzar haciendo visible el puesto de trabajo para que todo trabajador tenga un contrato y cotice a la Seguridad Social. Un paĆ­s democrĆ”tico no se puede permitir el desastre econĆ³mico, polĆ­tico y moral de tener batallones de trabajadores extranjeros ilegales y, menos aĆŗn, con familias e hijos en las escuelas (nada mĆ”s que en la Comunidad de Madrid existĆ­an antes de la Ćŗltima regularizaciĆ³n masiva 20.000 niƱos escolarizados cuyos padres no tenĆ­an papeles). Sin embargo ningĆŗn gobierno ha hecho lo que debĆ­a para cortar por lo sano ese origen de los males de la emigraciĆ³n clandestina. Era mĆ”s sencillo poner trabas a la entrada de inmigrantes y tratar de expulsarlos y, de tiempo en tiempo, efectuar regularizaciones masivas de sin-papeles.

Toda regularizaciĆ³n masiva practicada hasta ahora se ha desentendido de la necesidad perentoria de vincular legalizaciĆ³n con voluntad de integraciĆ³n social. Porque el hecho de dar papeles no integra por sĆ­ mismo, como se estĆ” viendo en Europa en amplios sectores de las comunidades, musulmanas por ejemplo. AdemĆ”s, la regularizaciĆ³n masiva refuerza entre los inmigrantes la idea de que da lo mismo ser legales que ilegales, porque puedes beneficiarte de las ayudas sociales y escolares y, al final, siempre te regularizan. Esto penaliza, por supuesto, al inmigrante que se ajusta a la legalidad y consolida de manera muy notable el desprestigio de la ley, con el consiguiente efecto llamada. Por otra parte, ninguna regularizaciĆ³n masiva ha aportado nada a la racionalizaciĆ³n de la polĆ­tica de flujos o del contingente con duraciĆ³n limitada de mano de obra extranjera (preconizada, eso sĆ­, por todos los gobiernos). Y, en consecuencia, se posibilita que una multitud de inmigrantes se afinque con unos contratos basura que, ante cualquier empeoramiento de la economĆ­a, irĆ” al paro y al abaratamiento irracional de la fuerza de trabajo. Al conflicto social, por tanto.

En su momento algunos propusimos una vĆ­a imaginativa de regularizaciĆ³n del puesto de trabajo que incidiera en racionalizar las necesidades coyunturales de trabajadores extranjeros, pero ni el Gobierno de entonces ni el actual la han hecho suya. Tal vĆ­a consiste en abrir un tiempo de informaciĆ³n y educaciĆ³n de cuantos se hallen empleando ilegalmente mano de obra inmigrante. Tras ese perĆ­odo, la legalizaciĆ³n de la estancia del inmigrante se vincula al tiempo de su contrato de trabajo. El contrato obliga al empleador a financiar el viaje de regreso al paĆ­s de ese trabajador si el contrato dura menos de dos aƱos o el inmigrante no encuentra un nuevo empleador. El inmigrante se obliga por ese contrato a aceptar esas condiciones, y se marcha si no encuentra trabajo, pero engrosa una lista de trabajadores susceptibles de volver de nuevo a nuestro paĆ­s en caso de necesidad de mano de obra. El contingente de trabajadores extranjeros se establece, en consecuencia, desde esa lista objetiva de inmigrantes regresados a su paĆ­s, cursĆ”ndoseles las respectivas invitaciones vĆ­a consular. Ello obligarĆ­a a intensificar el contacto con sus respectivos gobiernos, con los que el nuestro asumirĆ­a una polĆ­tica nueva de ayuda e inversiones al desarrollo. Y se sanciona penalmente, hasta con prisiĆ³n, la actuaciĆ³n ilegal de cualquier empleador espaƱol.

Nuestro ordenamiento jurĆ­dico ha sancionado con expulsiĆ³n la irregularidad en la entrada y la ilegalidad en el trabajo, pero ningĆŗn gobierno ha cumplido esa ley sino en muy contados casos. La consecuencia directa es la implantaciĆ³n de la injusticia y de una polĆ­tica oportunista que actĆŗa segĆŗn la presiĆ³n social. Y, por descontado, los inmigrantes en la ilegalidad se vuelven gente invisible, aunque trabajen, envĆ­en a sus hijos a la escuela, pasen por los ambulatorios o ingresen en hospitales.

La crĆ­tica social hizo cambiar esa ley al final de la primera legislatura del Partido Popular dando un bandazo completo: se eliminĆ³ la expulsiĆ³n y promoviĆ³ la extensiĆ³n de todos los derechos, incluidos los sociales (asociaciĆ³n, reuniĆ³n, manifestaciĆ³n, sindicaciĆ³n y huelga) para todos los inmigrantes, legales o ilegales indistintamente. Y dispondrĆ­an del derecho de escolarizar a sus hijos y ser cubiertos gratuitamente por la asistencia sanitaria, social y jurĆ­dica. Fue una ley (LO 4/2000) hecha a la medida del humanitarismo de las ong y del oportunismo sindical, promulgada en las antĆ­podas de los acuerdos europeos de Tampere. Pero tuvo muy poco recorrido porque el ONG planteĆ³ abolirla si ganaba la elecciones de ese aƱo, que las ganĆ³ con mayorĆ­a absoluta. AsĆ­, la LO 8/2000 que se promulgĆ³ de inmediato distinguiĆ³ entre inmigrantes negando para los ilegales los derechos sociales de huelga, reuniĆ³n, manifestaciĆ³n, etc., aunque no los de la gratuidad de la escolarizaciĆ³n y asistencia social, sanitaria y jurĆ­dica. Sin embargo, negaba la validez del empadronamiento como Ćŗnico documento apto para legalizar a los inmigrantes. Y volvĆ­a a preconizar las expulsiones por infracciĆ³n grave abriendo pautas para que la residencia duradera de los inmigrantes estuviese condicionada por una voluntad de integraciĆ³n social. Y se pergeĆ±Ć³ un plan global.

Las oleadas de crĆ­tica a esta ley emanaron esta vez de los despachos universitarios tachĆ”ndola de racista e inconstitucional. Y fue recurrida ante el Tribunal Constitucional. Pero el buenismo de esos profesores (que, por supuesto, envĆ­an sus hijos a colegios de pago y conocen a los inmigrantes por el contacto con sus empleadas de hogar) atacĆ³ ademĆ”s el hecho mismo de la necesidad de integraciĆ³n social de los inmigrantes. Pregonaron la entera libertad de circulaciĆ³n de individuos y familias inmigrantes y su derecho a que el contrato de trabajo no condicione su estancia. Consideraron maniquea la distinciĆ³n de los inmigrantes por su condiciĆ³n a asimilar o no nuestros valores y, falaz, la existente entre inmigrantes ordinarios y refugiados polĆ­ticos. El Partido Socialista se sumĆ³ a esta crĆ­tica e hizo suyo el axioma de que defender esa ley era cosa de racistas. Pero, una vez instalado en el poder, se ha acomodado a esa ley (que ellos ya no pretenden cambiar) y han promovido otra oportunista regularizaciĆ³n masiva sin conceder los derechos sociales de reuniĆ³n, manifestaciĆ³n, sindicaciĆ³n, etc., a los inmigrantes ilegales ni, de momento, el voto municipal para todos. Y los inmigrantes que entran ilegalmente no son tratados ciertamente mejor a como lo eran en tiempos del gobierno anterior. Y entre los nuevos inmigrantes sin papeles existe la misma esperanza de otra nueva regularizaciĆ³n que existĆ­a en tiempos del gobierno anterior.

Lo peor es que el gobierno socialista se muestra completamente mudo ante el modelo de integraciĆ³n que persigue y navega a ojo ante cada situaciĆ³n concreta y las abundantes propuestas de multiculturalismo prĆ”ctico que emanan de muchas ONG. Propuestas, en muchos aspectos contradictorias con el laicismo doctrinal que guĆ­a al Gobierno.

Trazos para una propuesta

La relaciĆ³n entre inmigrantes y derechos debe situarse en el punto Ć”lgido en el que se halle cada proceso de integraciĆ³n personal en la ciudad polĆ­tica, mĆ”s allĆ” de la actual exigencia generalizadora (tantos aƱos para ser espaƱol, tantos para ser ciudadano, etc.) No todos los inmigrantes son igualmente ciudadanos in fieri. Muchos deben deshacerse de hĆ”bitos, valores y tradiciones que son contrarias a los valores y virtudes de la ciudadanĆ­a, es decir, deben asimilar los valores democrĆ”ticos y constitucionales. Pero muchĆ­simos otros inmigrantes son ahora mismo de creencias y prĆ”cticas tan ciudadanas como cualquiera de nosotros.

El Estado democrĆ”tico debe activar recursos materiales y humanos para que los inmigrantes aprendan nuestra lengua y se inicien en el conocimiento de nuestros valores. Para ello la escuela vespertina en cada barrio o pueblo emerge como espacio idĆ³neo donde poder volverse ciudadanos los inmigrantes. El padrĆ³n municipal no puede constituir jamĆ”s el dispositivo de pertenencia a la ciudadanĆ­a. Este dispositivo se halla mĆ”s bien en las aulas de educaciĆ³n ciudadana y democrĆ”tica. AhĆ­ deberĆ­a confluir el trabajo de las ONG, abandonando ya su prĆ”ctica humanitarista de acogida y el inefable discurso anti-racista; su papel solamente estĆ” justificado en la medida en que coadyuven con las instituciones municipales a capacitar cĆ­vica y profesionalmente a los inmigrantes. EnseƱarles nuestra lengua, informarles de quĆ© es llegar a formar parte de la comunidad polĆ­tica, mostrarles de manera prĆ”ctica nuestros valores y capacitarles para mejorar constantemente su condiciĆ³n profesional: he ahĆ­ el condensado de cualquier acciĆ³n no-gubernamental que se precie de que contribuye a la soluciĆ³n de los problemas de los inmigrantes. Por tanto, el foco de la integraciĆ³n social de los inmigrantes se desplazarĆ­a desde las CCAA al municipio.

Para ser ciudadano in acto serĆ­an suficientes algunos requisito tales como: 1) que el inmigrante sea apoyado por una mayorĆ­a absoluta del Consistorio municipal (un 75%) por su conocimiento de nuestra lengua e inserciĆ³n cĆ­vica; 2) que posea el aval de dos vecinos no compatriotas de origen o de la AsociaciĆ³n de padres de alumnos y profesores del colegio de sus hijos; 3) que tenga contrato de trabajo en vigor y haya cotizado al menos durante varios aƱos.

No se me ocurre otro modo de progreso moral de nuestra sociedad liberal que transformĆ”ndonos nosotros asĆ­ como las virtualidades jurĆ­dico-polĆ­ticas del Estado hacia una nueva inclusiĆ³n del no-nacional para volverlo un ciudadano mĆ”s entre nosotros. Como cuando el Estado democrĆ”tico se regenerĆ³, no sin conflictos, y se transformĆ³ integrando a los esclavos, a la clase obrera, a la mujer y a los fĆ­sicamente discapacitados, se halla ahora en el trance imperioso de proseguir esa tarea que Ćŗnicamente Ć©l puede asumir entre el resto de los Estados del mundo. Solamente nuestro Estado de derecho puede incluir los mĆ”rgenes sociales y volverlos iguales al resto para que cada individuo y familia sean todo lo diferentes que quieran ser. Porque, sin duda, todos cambiaremos mucho en esta operaciĆ³n. Como hubo de cambiar el zapatero del pueblo de SĆ”ndor MĆ”rai, un comunista que esperaba con impaciencia la llegada de las tropas soviĆ©ticas. ā€œEra un hombre gordinflĆ³n y caminaba a mi lado sin abrigo en medio de aquel horrible frĆ­o. Me explicaba, muy excitado, que los rusos al llegar al pueblo lo vieron y le gritaron Asqueroso burguĆ©s, asqueroso burguĆ©s y que le quitaron el abrigo de piel que llevabaā€. Los inmigrantes dejados a su albur y segregados de la ciudad polĆ­tica nos quitarĆ”n lo poco que tengamos si no les damos el nĆŗcleo de lo que somos. Pero, al dĆ”rselo, ya empezamos a ser diferentes. ~

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