La esperanza del espectador ante el partido

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Qué pereza esperar que suceda lo imposible. Mañana más o menos a esta hora estará jugando la Selección nacional. Es el primer partido en el largo y muy rentable camino al muy rentable Mundial de Futbol. Y estaré esperando que suceda lo imposible. En realidad me importa muy poco que gane o pierda el equipo mexicano. Mi patriotismo no llega a tanto.

La estadística está en contra: no hemos ganado en territorio gringo desde hace casi diez años. El ánimo también: con cada derrota la humillación se expande; el franco miedo que infunden estos partidos ha embarnecido. El caso es que, para quienes si se enfundan la camiseta color verde y se marcan los cachetes con pintura acrílica tricolor, ganar mañana representa un triunfo, una vindicación. Algunos de nuestros sufrimientos aminorarán. Si algo, nos regresará al cuerpo el espíritu de escarnio y mofa ante el vecino. Aunque estoy convencido de lo afortunado que sería para el estado de salud de la nación el triunfo en un partido de futbol por demás intrascendente, mi esperanza está puesta en otra parte.

El concepto clave, en este caso, es la esperanza. Porque hay al mismo tiempo algo extraño y esencial en clavar las esperanzas propias en los quehaceres de once ajenos en un campo de futbol. Esencial porque, obviamente, no existiría el espectáculo deportivo sin esa expectativa; extraño porque no deja de ser un espectáculo de todos los domingos, de casi todas las infancias, y por lo tanto, un espectáculo rutinario, predecible. El futbol nacional, por decir algo, cada vez se parece más al encuentro familiar en navidades. Uno sabe los nombres de primos y sobrinos, pero no podríamos asegurar que los conocemos por completo; recordamos las excentricidades y las propensiones de las tías y los abuelos, y esperamos que en esta ocasión, por piedad, algo extraordinario suceda. Así me sucede en al ver a la Selección: reconozco a los jugadores, sé más o menos qué se puede esperar de ellos, y más o menos resulta que uno le atina. Como en la cena de navidad, la esperanza para un partido como el que está por suceder es que algo extraordinario suceda. Ese algo extraordinario no pasa por que las armas nacionales se cubran de gloria. Pasa, más bien, por algo infinitamente más básico y absolutamente imposible: ver un verdadero partido de futbol.

Lo que espero es, para seguir con la imagen, que el deporte más popular del mundo, en su variante mexicana, deje de parecerse a una cena de navidad y se parezca a lo que debe, a un partido de futbol. Qué pereza estar esperando porque la imaginación es autosuficiente: imagino que hay drama, que el pleito por meter un balón en una portería se tiñe de saga, de épica; abundan héroes y villanos, las confrontaciones son decisivas y basadas en un código de honor estricto. El deporte vuelto a la semilla.

Pero, para infortunio del que espera, y para tranquilidad de los anunciantes, no pasará de ser un encuentro eliminatorio rumbo al Mundial. Habrá algunos tiros que pasen muy cerca del marco, algunos errores inexplicables que inclinen el equilibrio de fuerzas hacia alguno de los dos bandos y finalmente, un vencedor. Y como con las reuniones familiares, siempre quedará la siguiente, para saber si entonces sí, algo extraordinario sucede.

– Miguel Licona

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