A Wisława Szymborska (Kórnik, 1923 – Cracovia, 2012) nunca le interesaron los viajes, pero cuando los hacía tenía la costumbre de llevarse un objeto insólito de cada lugar que visitaba. Sentía debilidad por los objetos kitsch, los gadgets raros, o las cosas viejas que encontraba en los mercadillos. Trastos, recuerdos (Pre-Textos, 2015) es el título de la cuidadosa biografía que las periodistas polacas Anna Bikont y Joanna Szczęsna han escrito sobre esta poeta reservada, irónica y singular.
¿Cuándo y cómo decidieron hacer esta biografía?
Cuando Wisława Szymborska ganó el Premio Nobel en 1996 nos dimos cuenta que no se sabía apenas nada de su vida. Creímos oportuno indagar, investigar. Sabíamos que no sería una tarea fácil: hasta 1989 Szymborska solo había concedido dos entrevistas. No le gustaba que le preguntaran demasiado, decía que todo lo que quería transmitir estaba en su poesía y no tenía nada más que añadir. Nuestra primera idea fue hacer un retrato con la información que extrajimos de las conversaciones con más de cien amigos y familiares. Leímos todo lo que escribió, incluso textos como Lecturas no obligatorias que no han sido editados. Cuando teníamos todo el material, Szymborska nos concedió una entrevista. “Habéis exprimido hasta la última gota de mi vida”, dijo. Habíamos investigado tanto que podríamos decir que sabíamos más de su vida que ella misma. A partir de ese primer encuentro, empezamos a trabar una amistad.
¿Cuáles son los temas centrales de su poesía?
Escribía sobre los temas más básicos, primitivos de la vida: los aspectos que preocupan al ser humano. Evitaba el pathos y retrataba las inquietudes proponiendo ejemplos de pequeñas situaciones cotidianas. Veía algo especial en los actos rutinarios que los demás no podemos ver. Una vez le preguntamos a un periodista por qué Szymborska tenía tanta fama en Holanda. Él nos respondió: “Porque es muy holandesa”. Nos quedamos sorprendidas, no sabíamos qué significaba. Él, viendo nuestras expresiones, nos explicó: “Wisława, cuando mira, se comporta como un pintor holandés: observa los objetos y los ilumina desde distintas perspectivas”.
Szymborska manifestó su admiración por Proust, Cavafis o Mann. ¿Qué autores fueron importantes para ella?
Szymborska era samo-swoja, que en polaco significa única en su especie o ella misma. Así que su gusto era también único: es cierto que leía a estos autores con mucha devoción, pero no seguía el estilo de ninguno de ellos. También admiraba fervientemente a Montaigne. En una ocasión le preguntaron cómo se deletreaba el nombre de este autor y ella contestó: “Se pronuncia siempre de rodillas”. En general se fijó mucho en los autores del periodo clásico. Szymborska apreciaba la razón, el sentido del humor, aunque sabía que hay puntos en los que estos no sirven: se necesita la emoción, los sentimientos para transmitir.
Polonia tuvo un siglo XX lleno de tragedias y conflictos. Ella decía que no le gustaba escribir sobre la guerra.
En su primer libro de poesía, escrito en 1952 y publicado hace poco, aparecen poemas en los que habla de la guerra. Sin embargo, en su opinión, poetas como Herbert o Różewicz ya lo habían dicho todo al respecto y ella sentía que no tenía nada más que aportar.
Durante su juventud, después de la Segunda Guerra Mundial, creyó en el comunismo.
Sí, al igual que muchos otros, pero la gente hoy prefiere olvidar eso. Szymborska venía de una familia privilegiada, pero le atrajo la idea de la igualdad social. De hecho, los escritores que la rodeaban también apostaron por el comunismo, aunque ella, que nunca fue activista, salió pronto de ahí. Fue muy valiente porque en Polonia era muy raro que alguien abandonara el Partido.
En su poesía, manifiesta su amor por los animales, por la naturaleza, pero en ningún momento habla de la familia.
No fue una persona familiar. Nunca quiso tener hijos pero tampoco sintió la necesidad de participar en los rituales familiares durante festivos. Solo respetaba este aspecto por su hermana Nawoja. No le gustaba estar en grupos, ni sentirse parte de ningún colectivo. Más de doce personas eran ya demasiada gente. De hecho, ni siquiera vivió con el amor de su vida, Kornel Filipowicz. Se llamaban por la mañana y salían a hacer cosas. A pesar de su amor incondicional hacia los gatos, nunca quiso tener ninguno y ni siquiera quiso adoptar el de Filipowicz cuando murió. Hay un poema –“Un gato en un piso vacío”– en el que describe su comportamiento ante la muerte de su amado: “Se va a enterar/ de que eso no se le puede hacer a un gato./ Irá hacia él/ como si no quisiera,/ despacito,/ con las patas muy ofendidas.” Szymborska tuvo la necesidad de pasar mucho tiempo con ella misma, pero nunca fue una misántropa.
¿Qué popularidad tenía Szymborska en Polonia antes y después del Premio Nobel?
Antes de ganar el Premio Nobel, Szymborska ya había sido reconocida con otros premios prestigiosos como el Ciudad de Cracovia de Literatura en 1954, el Premio Goethe en 1991 o el Premio Herder en 1995. Sus libros se divulgaban dentro del país y se empezaron a traducir al búlgaro, alemán, sueco… En 1996 ya era una persona conocida, pero el Nobel la puso bajo los focos de la crítica y los lectores la paraban por la calle. De hecho, sus amigos más cercanos construyeron irónicamente un término, “Tragedia Estocolmo”, para referirse al evento, a la entrega del premio en Suecia. Se vio tan agobiada con llamadas, cartas, propuestas… que no escribió ni un solo poema en dos años. Eso a ella no le había sucedido nunca. Contrató a un secretario, Michał Głowiński, un joven estudiante, que la ayudó a gestionar las cartas. Como ambos tenían un gran sentido del humor, intentaron convertir esta “tragedia” en una “comedia”, inventando un tipo de respuesta en las cartas en forma de juego. Por ejemplo, a veces Szymborska respondía cosas como: “Aceptaré tu propuesta cuando sea más joven”.
¿En qué medida sigue viva su poesía?
Más que nunca. Fue leída y sigue siendo leída y estudiada en los colegios. Por los temas que ella trata –los de la experiencia humana–, se convierte en una poeta universal. Szymborska entra por las venas. De hecho, sus versos se usan incluso en discursos políticos, sobre todo en Italia. Hay una cita del poema “Vaca sagrada” que en Holanda han utilizado para abrir las sesiones en el Parlamento. Su poesía sirve para distintas etapas y momentos vitales. En una época me enamoré del verso “cuántas cosas debíamos a las personas que no amamos”. La poesía de Szymborska llega al corazón tanto como a la mente y sus poemas son como un guante: se ajustan a la perfección. Un poema que lamentablemente encaja en la situación contemporánea de Polonia es “El odio”:
“Miren, qué buena condición sigue teniendo,
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar”.
[Imagen]
(Tarragona, 1993) es periodista.