La resaca española

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¿Ha terminado la fiesta para España, como lo advierte el reciente informe de The Economist?

Joaquín Estefanía: Sustancialmente coincido con lo que expone The Economist. La necesidad de un cambio de modelo de crecimiento ya estaba planteada en el programa electoral con el que los socialistas ganaron las elecciones en 2004, es decir, hace casi un lustro. Una de las características comunes de los actuales regímenes democráticos, gobierne quien gobierne, es que en las etapas de bonanza no se hacen las reformas necesarias para que las cosas funcionen mejor en tiempos de vacas flacas. Mientras España construía más viviendas que Alemania, Francia y Gran Bretaña juntas, la necesidad de cambiar el modelo de crecimiento, de la construcción a la sociedad del conocimiento, fue más una disquisición académica que una urgencia para los gobernantes.

Acabe como acabe la actual recesión, no se podrá volver al modelo antiguo. Este periodo debería servir, al menos, para que las fuerzas políticas determinasen qué modelo seguir, más allá de las generalizaciones. Qué va a construir España, qué va a exportar, cuál va a ser su política industrial, cómo va a conseguir que la mano de obra no cualificada se vaya a especializar. La urgencia de resolver las necesidades en la actual recesión (lo urgente) hace que pocos estén investigando sobre lo importante.

 

Manuel Pizarro: Sí. España ha vivido, como muchos otros países, por encima de sus posibilidades, y su particularidad ha sido la construcción, en especial la construcción residencial, que ha multiplicado el número de hipotecas; también, el volumen de deuda de personas y familias es relativamente mayor que en otros países, y luego la balanza por cuenta corriente está mucho más desajustada, en términos relativos, que en otros países de la OCDE. Por tanto, el ajuste, comparativamente, va a ser mayor que en otras economías.

 

¿Cuáles son las fortalezas y debilidades de España frente a la crisis?

J. E.: La crisis ha afectado a España de manera central. Ha exacerbado todos sus desequilibrios. Además, ha llegado a nuestro país con la misma velocidad de vértigo y profundidad que al resto de Europa. No es cierto que hace un año se pronosticase esta situación; tampoco que cuando se celebraron las elecciones generales, en el pasado mes de marzo, se supiese qué iba a pasar. Del programa electoral del Partido Socialista se retiró en el último momento la expresión “pleno empleo” para definir lo que iba a ocurrir en estos cuatro años. El Partido Popular, en su programa, a lo único que llegó fue a reducir la tasa de crecimiento, pero ésta estaba cercana en sus pronósticos al 3%. La recesión es un fenómeno mucho más reciente. También se decía que los países emergentes, por una vez, no iban a ser contagiados. Y sin embargo, la crisis también está llegando a ellos, con un cierto gap respecto a los países más ricos, pero con igual fuerza.

El principal factor en contra de los intereses de España es la explosión de una gigantesca burbuja inmobiliaria. Recuérdese que esta crisis, que muta de características y de prioridades cada poco tiempo, comenzó con el escándalo de las hipotecas subprime y a continuación con el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos. Hay una cierta analogía en este punto entre Estados Unidos y España. Como también la hay en el segundo factor de debilidad de la economía española: su inmenso déficit exterior. España (como Estados Unidos) depende para su financiación de los capitales externos. Pero España no es Estados Unidos ni su moneda es refugio en tiempos de inestabilidad como en última instancia sucede con el dólar.

A favor, España tiene dos puntos fundamentales: la sanidad de las cuentas públicas en los últimos años (su deuda pública es de las menores del mundo desarrollado, apenas un 36% del PIB), lo que permite una cierta holgura para trabajar con el dinero público en la protección de los peores efectos de la recesión. Segundo, la fortaleza de su sistema financiero; hasta ahora no ha habido ningún episodio que haya llevado a las autoridades a tener que recapitalizar (y nacionalizar) ningún banco y ninguna caja de ahorros. Pero estos dos puntos fuertes, la sanidad de las cuentas públicas y del sistema financiero, no son infinitos. Si el deterioro continúa, quedarán afectados. Como el resto de la economía.

 

M. P.: Las fortalezas: sin lugar a dudas, los sectores económicos se han preparado muy bien. Yo creo que la banca española está relativamente mejor que el resto de la banca con la que compite; en el sector bursátil, por razones de una buena normativa contable (cómo contabiliza el Banco de España los hedge funds y los productos de derivados), ha habido un mayor control; también algunos sectores son muy competitivos y el ratio de deuda sobre PIB ha sido menor aquí. Ha habido buenos equilibrios macroeconómicos, sobre todo en lo relativo al control del déficit público –que ahora se va a disparar– y, por contra, la inflación estaba un punto por encima de nuestros competidores. Las debilidades son muy claras y se pueden reducir a tres temas centrales: la deuda privada, la crisis hipotecaria y la falta de competitividad en general.

 

¿Qué opina sobre las medidas tomadas hasta ahora para evitar una mayor recesión?

J. E.: Las primeras medidas tomadas (la devolución de 400 euros, el cheque bebé…) no han servido para nada. En el momento en el que se tomaron, nadie conocía aún la profundidad de la crisis. Fueron más bien regalos electorales. Los paquetes de medidas posteriores son más relevantes: la capitalización del seguro de desempleo, o el apoyo por parte del Estado de 1.500 euros por cada puesto fijo que creen las empresas, los avales a los bancos a la hora de emitir deuda, la compra de activos de calidad a las entidades financieras, etcétera, van en buena dirección. El problema, en este caso, es la lentitud con la que se están tomando. Pasa mucho tiempo desde que se anuncian hasta que son efectivas. Tampoco se ha conseguido aumentar la liquidez de las empresas, lo cual es una dificultad central en un momento en el que la actividad económica se está deteniendo. Estoy seguro de que será necesario tomar muchas más medidas. España, como los otros países europeos, habrá de hacer una excepción y no cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que impide un déficit público superior al 3%. El esfuerzo fiscal necesario para salir de la crisis va a ser enorme. Como lo está siendo en Estados Unidos con una Administración republicana.

 

M. P.: El gobierno lo que ha tomado son medidas paliativas: simplemente dar dinero a los sectores afectados. Lo que falta son auténticas políticas de ajuste: ajuste en materia energética, flexibilidad laboral, tomar medidas estructurales y llevar a cabo una cabal reforma de la administración para hacerla más competitiva; también hace falta analizar hasta qué punto la estructura autonómica española tiene un componente inflacionario y de falta real de competitividad dada la coincidencia de varias legislaciones que compiten entre sí pero que a su vez hacen todo mucho más difícil. Se trata de reconstruir la parte no bancaria del sistema financiero.

 

La economía española ha apoyado su peso en las industrias del turismo y la construcción. ¿Qué otros sectores debe incentivar? ¿Cómo puede crecer en términos de productividad?

J. E.: El cambio del modelo de crecimiento significará que España se apunta de una vez a las exigencias de la Agenda de Lisboa, que aprobó la Unión Europea a principio de siglo, y que básicamente consisten en conseguir que la zona sea la más avanzada del mundo. Lo que pasa es que ello no ocurrirá en el periodo estimado, para el año 2015, sino mucho después. En mi opinión España va a tener que acentuar su esfuerzo en promover los cuatro tipos de capital: capital físico (infraestructuras y transportes), capital financiero (no dependiendo tanto del exterior), capital humano (formación permanente para los trabajadores y cultura empresarial moderna) y capital tecnológico (incrementar el porcentaje de PIB que se invierte en investigación, desarrollo e innovación).

En el intermedio, se va a tener que inventar una política industrial que no ha existido en las tres últimas décadas, si se quiere resistir con éxito a la alarma social que se genera con la deslocalización de empresas. Otro de los paradigmas que han caído en esta crisis es aquella máxima que decía que la mejor política industrial es la que no existe.

Todo ello no significa que haya de abandonar los dos sectores que se mencionan y que en parte están íntimamente relacionados: construcción y turismo. El primero, porque las necesidades de inmigración siguen siendo altas; el segundo, porque sería tirar por la borda las plusvalías ambientales que tiene España.

 

M. P.: La economía española, cuando se ha propuesto hacer las cosas, lo ha hecho bien. Varios sectores, como el de cajas, de bolsas y el energético, lo han hecho bien cuando se les ha dejado competir. El problema es cuando se limita la competencia, cuando se tiene una mala regulación y cuando está pendiente la reforma de la administración que sería necesaria para poner a competir a toda la economía española. Ciertamente, España tendrá que pasar de unos sectores intensivos en trabajo, pero de poco valor añadido, a sectores de calidad: en turismo, claro, pero sobre todo en educación, que es el sector en el que debemos concentrar nuestra atención. Ya vemos que en algunas comunidades autónomas se desatiende la cuestión de la educación, lo cual genera rivalidades entre esas comunidades para ver quién ofrece mejor formación y más posibilidades de competencia en el futuro.

 

¿Qué significa exactamente ser la novena economía mundial?

J. E.: No significa nada. Ni siquiera es seguro que España sea la octava o la novena economía del mundo. Si se mide en paridad de poder de compra, España es la decimosegunda potencia económica. El argumento de formar parte de este ranking es meramente propagandístico y tiene que ver con cierto complejo español de atraso relacionado con los cuarenta años de franquismo y aislamiento, y con la posterior borrachera de éxito, una vez que nuestro país se integra en la Unión Europea.

Cosa distinta es que España se incorpore en aquellos clubes que se organizan para funcionar como lobby: las formaciones G, el G-7, G-8, G-20, etcétera. Estas formaciones G son clubes de países que se cooptan entre ellos para influir, pero que no tienen estructura orgánica ni consideración oficial. Ningún país abandona ese club aunque aparezca otro que sea más fuerte económicamente o más representativo que el país fundador, sino que se añade: el G-5 se convirtió en G-7 para introducir a Italia y Canadá; el G-7 devino en G-8 para meter a Rusia. Pero éste no es un problema económico sino de política exterior.

España puede jugar, con humildad, dos o tres papeles en el mundo: su experiencia exitosa en el proceso de transición de una economía cerrada a una economía abierta; para analizar su éxito dentro de un proceso de integración regional, como el europeo; y su modelo de regulación bancaria, que ha funcionado bien por su conservadurismo. Por ejemplo, aquí nunca se consintieron las operaciones fuera de balance que están en el origen de la actual crisis financiera.

 

M. P.: Significa que el rumbo de España lleva mucho tiempo en la buena dirección. Prácticamente desde el Plan de Estabilización del año 1959 se han conseguido cuotas importantes de crecimiento de PIB y de PIB en términos absolutos; pero eso no es un punto de llegada sino de salida, significa que hay que seguir ajustando la economía, hay que seguir compitiendo y hay que seguir trabajando para un mercado global. España ya compite en un mundo global, y por tanto debe haber una mayor exigencia en todos los ámbitos: en tecnologías de la comunicación, en el de la sociedad de la información y del conocimiento, en I+D+i y en competitividad en cuanto a normas y seguridad jurídica, que para mí son las principales carencias. Uno de los problemas de España es de calidad institucional, así lo ha dicho un reciente estudio del Círculo de Empresarios de Madrid, y habrá que trabajar sobre ello.

 

Después de años de prosperidad, de hablarle de tú a tú a las grandes potencias y de incorporarse plenamente a la Unión Europea, ¿cómo afectará en la mentalidad de los españoles este frenazo que, de alguna manera, hunde las expectativas de quienes estaban acostumbrados al crecimiento y al bienestar?

J. E.: La depresión sicológica que se deriva de la actual recesión puede tener efectos positivos. La sociedad española puede hacer de la necesidad virtud. Hay una generación joven, de gente que no había conocido nunca dificultades económicas, que no sabe lo que es una inflación alta, cómo domeñar la explosión de la morosidad, etcétera, que tiene que grabar en su forma de actuar aquello que decía Galbraith: la memoria sobre los acontecimientos especulativos sólo dura unos años, después de los cuales vuelven a aparecer con otra cara más o menos sofisticada. Volver a la cultura del esfuerzo, evitar los atajos para enriquecerse sin reglas del juego, potenciar los mejores valores del calvinismo… creo que todo ello será bueno para la sociedad española y en general para el conjunto del planeta desarrollado. Olvidarse del capitalismo de ficción que ha sido hegemónico el último cuarto de siglo. Para ello es bueno acudir a la historia: repasar los manuales de lo que sucedió en 1929. Y no sólo los manuales, sino la literatura y las películas de esos años. Volver a leer a Steinbeck, Dos Passos, Fitzgerald… No hay que ser adanistas: lo que nos está pasando ya ocurrió en otros momentos de la historia. A veces con características análogas.

 

M. P.: A los españoles habrá que decirles la verdad. Se ha ocultado la realidad en muchas circunstancias y habrá que encarar la verdad y decir en qué posición estamos. Yo creo que España ha demostrado que, cuando las cosas se ponen mal, es capaz de reaccionar, lo vimos con el gobierno de Aznar en 1996, cuando no se cumplía ninguno de los requisitos de Maastricht y sin embargo se llegó ahí en primera fila y oportunamente, pero para eso hace falta, primero, analizar muy bien la situación en la que se está, hacer un ejercicio de transparencia y explicar bien las cosas. Luego, marcar una dirección clara: qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo.

 

¿Deberían replantearse algunos paradigmas antes considerados intocables: la autorregulación del mercado, el crecimiento del sector financiero, la idea misma de capitalismo tal y como la conocemos hoy?

J. E.: No seamos demasiado solemnes y esdrújulos. Hay que restaurar el equilibrio entre mercado y Estado, roto a favor del primero en el último cuarto de siglo. Es preciso olvidarse de los mantras de la autorregulación: la autorregulación es una enfermedad infantil del capitalismo. Se necesitan nuevos sistemas de regulación vinculados al marco de referencia en el que estamos instalados, el de la globalización. La vuelta de las prácticas nacionalizadoras no la han traído las izquierdas estatalistas del pasado, sino personajes como Gordon Brown, George W. Bush, Nicolás Sarkozy, Angela Merkel, etcétera. Habrá que estar atentos para que los neoliberales de ayer, socialistas hoy por necesidad, no vuelvan a ser neoliberales en cuanto las cosas cambien y la economía avance. Que no nos vuelvan a engañar con fundamentalismos.

 

M. P.: El sistema de economía de mercado descansa en la libertad, la cual es indivisible y es, a un tiempo, económica, política y social. Los que creemos en la libertad no podemos dar pasos hacia atrás. Pero la libertad se basa en la regulación. Mi discurso de ingreso a la Academia de Jurisprudencia y Legislación Española fue precisamente sobre el derecho como garantía de la libertad. Los mercados tienen que estar regulados: es el derecho el que garantiza la libertad y hace falta un buen entramado institucional para hacerla efectiva, si no tendríamos la libertad de uno sobre otro, y eso no es libertad sino juego de ventajas. Habrá que replantearse, a escala global, la manera en que se regulan los mercados. Lo que sí ha desaparecido es el modelo que venía del crack del 29, donde había unos mercados en parte regulados y en parte autorregulados. La regulación hasta hoy no ha sido la adecuada, sobre todo en los productos OTC (en las operaciones over the counter). Una buena regulación tiene que estar estrechamente ligada con la contabilidad: la contabilidad es sagrada en las compañías, no puede haber operaciones fuera de balance, cualquier deuda o responsabilidad que tenga una sociedad, tiene que estar en el balance, para la propia garantía de los accionistas pero también de todos los que interactúan con esa sociedad, sean clientes, proveedores o futuros accionistas. Hace falta una adecuada supervisión, los supervisores no han cumplido bien su papel, empezando por todos los reguladores tanto de mercados financieros como de mercados bancarios. Y hace falta que las propias compañías cumplan con la legislación y sepan que tienen que adecuarse a una actuación sometida a la norma y controlada por supervisores rigurosos. Yo creo que es una nueva vuelta de tuerca al sistema de economía de mercado y, como siempre, los mercados avanzan en términos popperianos de prueba y error: cuando ha habido errores se analiza (como en las cajas negras de los aviones) lo que ha fallado para evitar que ocurra nuevamente. En resumen: hay que replantear normas de contabilidad, regulación de los mercados, supervisión y el propio funcionamiento de los mercados, bancarios y no bancarios.

La cuestión es moral. Más allá de la crisis económica están los desajustes en la percepción de los mercados: en los mercados no vale todo, hace falta una norma que, a fin de cuentas, es el imperio del derecho, el jus, dar a cada uno lo suyo. Esto es consustancial a los mercados, desde Adam Smith sabemos que hay intereses para cada uno, pero ese interés debe estar regulado y ser compatible con el interés de los demás. Yo creo que se han traspasado –-las pruebas son evidentes– muchas de las líneas que no se debían haber franqueado: los banqueros han dejado de ser banqueros para transformarse en vendedores y revendedores de títulos, las compañías de rating probablemente no han hecho bien su función y los auditores tampoco, como pudimos atestiguar en el caso Enron, que fue un preludio de lo que ocurre hoy a nivel financiero, aunque en aquel momento fue a nivel de utilities. Se ha abandonado el objetivo social de las compañías, que pasaron de captar ahorro y dar crédito a revender créditos y títulos. Creo que hay que reconfigurar un universo empresarial en el que el objeto social de las compañías sea sagrado y se respeten los compromisos contraídos ante los accionistas y ante los interesados externos. La vieja definición de ley sigue siendo válida: la ordenación de la razón para el bien común. Hay que determinar cuál es ese bien común y fijar los valores en los que se inspira toda una forma de entender la vida, como la libertad protegida por la ley y garantizada por el imperio de derecho, el respeto a los demás y, en un mundo como en el que nos tocó vivir, la transparencia. La transparencia traerá confianza, que es lo más difícil de conseguir y lo más fácil de romper. ~

 

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