A los políticos españoles les encanta cambiar el nombre de las calles. Es uno de sus pasatiempos favoritos y una de las primeras actuaciones que llevan a cabo cuando acceden al poder municipal. Por ejemplo, el recién elegido alcalde del PP en Villamayor de Calatrava, Ciudad Real, ha quitado la calle a Pablo Neruda y ha dado una plaza a la Selección Española de Fútbol.
No siento ninguna simpatía por Pablo Neruda, que defendió todas las tiranías comunistas del mundo, quienes correspondían concediéndole sus más altos galardones. Pero no me interesan los poemas de amor a Stalin, sino la obsesión de los cargos electos por llevar su ridícula obsesión por convertirlo todo en blanco y negro a cualquier ámbito de la vida, pública y privada.
Deberían haber sido cuestiones de Estado, tras la aprobación de la Constitución del 78, la supresión de todas las calles y todos los monumentos franquistas y la exhumación de todas las víctimas de la guerra civil enterradas en cunetas o amontonadas sin nombre en fosas comunes (donde aún continúan, desgraciadamente, muchas de ellas, 75 años después). Esa desidia democrática hizo posible que hoy siga habiendo cientos de calles y emblemas en toda España dedicadas al General Franco, a José Antonio Primo de Rivera, al General Mola y a otros muchos bastiones de la dictadura.
Quien quiera comprobarlo lo tiene más fácil que nunca, haciendo un repaso en Google Maps: ahí están las numerosas calles, plazas y avenidas dedicadas al General Franco, en Barbate, en Caparroso, en Puerto de Santa Cruz, en Portomarín, en San Javier, en Padrón, en La Puebla de Alfindén… Me resulta tan triste y lamentable verlo como tan increíble imaginarme algo parecido en Alemania con Adolf Hitler.
Y a esa barbaridad no atajada, se suman otras: en algunos municipios vascos, hay calles dedicadas a terroristas de ETA; lo cual, según Ismael Moreno, juez de la Audiencia Nacional no es delito, pero que me estremece. Y en mi ciudad, Zaragoza, hay un Parque y una larga calle dedicada al Comandante Ernesto Che Guevara, que en los primeros cien días de castrismo en Cuba, según le contó a Jon Lee Anderson quien trabajó con él como fiscal, Duque de Estrada, dio el visto bueno a cincuenta y cinco fusilamientos, equiparables a los de Bashar al Assad durante estos días aciagos para los sirios.
No me cuesta nada anhelar, con estos broncos callejeros españoles de quita y pon, unas ciudades con calles rotuladas a la niuyorkina, exclusivamente con números, y evitando, claro, los que pudieran resultar conflictivos (1917, 1931, 1934, 1936, 1939…), como sucedía con la planta 13 en algunos rascacielos, como el Chrysler y el Rockefeller Center.
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.