Lo más sencillo sería, quizá, tratar esta obra como un libro de poesía y nada más. Decir: La sodomía en la Nueva España es un libro compuesto por tres poemas, divididos en varios fragmentos, y enlistar: “Retablo de sodomitas novohispanos”, “Villancicos del Santo Niño de las Quemaduras”, “Monumento fúnebre a Gerónimo Calbo”. Después habría que advertir que los poemas emplean recursos literarios tradicionales –el villancico, el auto sacramental– y aclarar: irreverentemente. Tarde o temprano habría que agregar que toman su anécdota –temas y personajes– de hechos históricos concretos y minimizar: pero lo que importa, ya se sabe, no son las relaciones del texto con la historia sino la manera en que se aprovechan ciertos episodios históricos para producir buenos poemas. Porque de eso se trata, ¿no?: de producir buenos poemas –limpios, eficaces, redondos– mientras el mundo se desploma fuera del poema. Dicho esto –o sea, desactivada la escritura, reducida la poesía a un mero ejercicio retórico– ya se puede hacer cualquier cosa. Se puede, por ejemplo, pescar aquí y allá los versos más felices y entretejer algunas líneas alrededor de ellos. O se puede ceder a la tentación y redactar una de esas reseñas líricas que tanto gustan a los poetas que tanto gustan a los poetas que tanto gustan a los poetas.
No: lo más fácil sería privilegiar, otra vez, al autor y decir: La sodomía en la Nueva España es, ante todo, una obra de Luis Felipe Fabre. Entonces se podría añadir lo que ya empieza a ser obvio: que Fabre (ciudad de México, 1974) es un poeta extraordinario, no solo dentro del marco de su generación, y que vaya que su escritura tiene potencia. Aquí el reseñista se enfrentaría a una disyuntiva típica: o puede ir a la obra anterior de Fabre, Cabaret Provenza (2007), y buscar semejanzas entre ese libro y este otro y forzar una supuesta coherencia autoral, o puede desatender la obra pasada y afirmar que este nuevo libro es insólito y supone –digámoslo a manera de blurb– el viaje de un poeta contemporáneo, conocido por su sensibilidad posmo, a través de la oscura época colonial. De un modo u otro el reseñista acabaría por desatender uno de los elementos capitales del libro: no la voz del autor sino sus desdoblamientos, su travestismo. Leería esta obra como un poema personal cuando se trata más bien de un tejido de voces –un lienzo en que se inscriben distintos tiempos y discursos y tensiones.
Entonces: ¿qué es La sodomía en la Nueva España? Es, desde luego, una obra escrita por Luis Felipe Fabre y es un libro de poesía. Pero es, también y sobre todo, un texto que aspira a rebasar el campo poético y a insertarse en el mundo, más amplio y efectivo, de la cultura. Hay que ver cómo Fabre busca su tema más allá de la tradición poética: en la historia, en la Nueva España de mediados del siglo xvii, en los procesos que la Inquisición siguió contra un grupo de homosexuales entre 1657 y 1658. Hay que ver cómo encuentra su materia verbal en un puñado de documentos no literarios: en las actas judiciales del caso, en el diario de Gregorio Martín de Guijo, en los ensayos académicos (“Las cenizas del deseo”, de Serge Gruzinski, y Quemando mariposas, de Federico Garza, principalmente) que refieren y estudian esos procesos. Hay que ver cómo aprovecha esos documentos: en vez de recrearlos poéticamente, los incluye una y otra vez, siempre de manera literal, en el curso del poema, anulando de ese modo la división artificial entre escritura poética y no poética. Pero lo central no es que esta obra reconozca la validez de otras escrituras; es que aspira a confundirse con ellas, a insertarse como un documento más en un corpus de documentos previos. Si alguna, esta es la meta: incorporarse no tanto en la tradición poética como en ese archivo continuo que de vez en vez llamamos cultura.
La costumbre, se conoce, es ir al pasado, remover escombros, dar con un tema y utilizarlo como pretexto para escribir un poema, un relato. Se dice: son relatos, poemas históricos. Pero son casi siempre lo contrario: piezas antihistóricas que aprovechan y aplanan acontecimientos pasados con el único fin de maquilar más literatura. Aquí, está claro, se procede de manera diferente: si Fabre vuelve a la historia no es para aprovecharse de ella sino para poner la poesía a su servicio. Lejos de ese purismo que no reconoce un mundo más allá de la literatura, él dota a su escritura de una tarea precisa: traer al presente ciertos hechos y a ciertos personajes. Poetizar no significa, en este caso, tomar algunos elementos materiales y evaporizarlos hasta que pierdan peso y muden en arquetipos y se eleven hacia el mundo de las representaciones inmateriales. Significa: iluminar episodios olvidados pero aún encendidos, sacar filo a hechos más o menos alisados por el tiempo, recuperar y contemporizar.
Se dirá que no, que La sodomía en la Nueva España es ante todo un triunfo retórico, que Fabre regresa al género del auto sacramental, por ejemplo, por motivos eminentemente literarios –para divertirse con ciertas formas del Siglo de Oro, para jugar con algunos recursos del barroco. Seguro que sí. Pero también debería afirmarse: vuelve al auto sacramental para manipular un género didáctico, para encontrarse no solo con una forma sino con una función. Es decir: no solo parodia los elementos formales del género, también altera su labor. En vez de negarla, la invierte. ¿Para qué? Para que el auto sacramental –ahora ya un transgénero– haga justo lo que no debe hacer: decir lo inefable, llevar a escena discursos transgresores, acompañar las convencionales figuras alegóricas con una pandilla de seres salvajes y heterodoxos:
Salen
Juan de la Vega,
Miguel Gerónimo, Miguel de
[Urbina,
Juan Correa, Juan Martín, Juan
[de Ycita, Benito Cuebas,
Gerónimo Calbo, Joseph Durán,
[Simón de Cháves,
Nicolás de Pisa, Christobal
[de Victoria,
Domingo de la Cruz, Matheo
[Gaspar
y Lucas Matheo, el menor,
y dicen:
¡Ay de nosotras! ~
es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).