La vulva es palabra pantomima: los labios la pronuncian abriéndose de la estrecha u a la complaciente a como se abren los labios de la vulva. En un poema juvenil, Paz ve la vulva de su amante y en ella un rostro de “sonrientes labios entreabiertos y atroces”. Es hermosa e intimidante.
Rubén Darío, mentor erotólogo de Paz, percibió en “los moluscos reminiscencias de mujeres” y alabó al “peludo cangrejo”. López Velarde, el mentor amoroso, miró entre las piernas femeninas “sañudos escorpiones”. La fascinación y la cautela en el espanto de Dante ante la Sirena doblemente anfibia: a la mirada y al olfato. También explica que Pegaso, Belerofonte y el Mar mismo reculen ante la ciudad de Janto cuando sus mujeres les muestran sus vulvas.
De joven, Paz mira en la vulva “un pozo de agua dormida” donde va a beber un “caballo de espuma”. Luego blasfema: es la “boca del horno donde se hacen las hostias”, la puerta hacia la resurrección y “la vida perdurable”. Es una llama donde gimen pájaros y “atraviesan la noche niños, formas, / torbellinos de semen, llanto, gritos” mientras las mujeres se mueven como “locos caballos”.
Valva es puerta y vulva es envolver. César Vallejo, el devoto de la cachonda Otilia, escribe que la vulva es la “válvula / que se abre en suculenta recepción”; en los labia majora mira unas “hojas anchas” y luego unos “soberanos belfos”. Y luego, una de sus imágenes más peculiares: la vulva está entre “los dos tomos de la Obra”.
En El mono gramático Paz mira al fuego iluminar la vulva de Esplendor: “La lengua templada de la llama sobre la humedad de la crica.” El DRAE define crica como “las partes pudendas de una mujer” y la considera onomatopeya. ¿Cuándo suena la vulva a crica? Bueno, la primera acepción de pudenda del DRAE es “torpe, feo, que debe causar vergüenza” (quizá por la segunda: “miembro viril”). Nebrija la recoge en su Lexicon (1492): “cresta, ae: por la crica de la muger” y atiza el enigma. ¿Comercio entre la cresta del gallo y los labia minora? En el texto xi de los “Trabajos del poeta” Paz persigue una palabra: “se insinúa, se acerca, se aleja, vuelve de puntillas y, si alargo la mano, desaparece”; lo único que distingue es “su cresta orgullosa: Cri”. Una cresta Cri pisciforme: “sale un momento al aire, respira y se sumerge de nuevo en las profundidades” de un “lago salado”. Su testigo es un cazador que mira deseoso de Cri, que se hunde “hacia adentro, cada vez más hacia adentro”. Misterio.
La variedad de las oquedades: la vagina es un abismo, “la cueva carnal del sufrimiento” (Alberti); una rajada, un precipicio, o “el surco prolífico y armonioso” (Vallejo). Hoyo de agua y lumbre. Paz extraña “la adorable y adorada grieta, donde el fuego es húmedo” de su amante. Coincide –¿lo sabría?– con Alberti que percibe “por allí hondo, una humedad ardiente”.
Entre “los dos tomos de la Obra”, Vallejo llega al clítoris: “palpo el botón de dicha, está en sazón”. En Paz, la lengua de fuego se cambia en un “agua de muchos dedos [que] abre las vulvas y frota el obstinado botón eréctil escondido entre los pliegues chorreantes”. Es la joya discreta. Darío ve a Venus clitorídea como “un dorado y divino jazmín” incrustado en el estuche del cielo. Paz sabe que en su mujer “habita un rubí”, una “gota de fuego engastada en la noche” del pubis.
Alcatraz enhiesto o jazmín, pero sobre todo la “rosa sexual / [que] al entreabrirse / conmueve todo lo que existe / con su efluvio carnal / y con su enigma espiritual” (Darío). En Paz también la vulva es flor, o una “flor doble”, o una “cruel flor doble”. En un sesgado poema juvenil es “esa flor eléctrica, de carne, / de contraídos pétalos sedientos, / tu sexo vegetal, estrella oscura, / alba, luz densa entre dos mundos ciegos, / mar profundo que duerme entre dos mares”.
El hechizo ante la carne doble y rebanada lleva a imágenes simétricas. En el vientre femenino “un águila despliega sus alas”. También son vulvares el ave del paraíso, la mariposa, la Itzpapálotl de obsidiana (“herida que no cicatriza, la pequeña piedra solar”). En el coito, baten sus alas o tallan sus élitros alrededor de su presa.
Vulvagina es inacabable: es la media luna; es “la tajada de sandía, el mamey incandescente, la rebanada de fuego”. Es “una abertura negra que palpita, coral vivo y ávido como una herida fresca”. Es un “ojo que no pestañea” y, en una muy bretoniana, es “abanico que muestras y ocultas la vida”. Es la “herida que parpadea, círculo que cierra sus pestañas, negrura que se abre, despeñadero en cuyo fondo nace un astro de hielo”.
Ese hielo es la nada. Desde su primer libro, el orgasmo es correr “por un puente de latidos / hasta tocar la muerte y el vacío”. Pasa el tiempo y vulvagina se vacía de metáforas: “tu sexo es innombrable / la otra cara del ser / la otra cara del tiempo”. No hay discurso, no tiene belleza. Cada vez más ausencia, en “Custodia”, el poema es el vacío central. La más pletórica de las formas hospeda una oquedad. El hombre deja que esa “no entidad vacía ocupe su corazón: es el misterio de la mujer” (Jung). Estar en ella es un estar distinto: no en la vida, no en la muerte, ni siquiera en la nada: sunyata. ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.