Pocos cierres novelísticos tan memorables y difíciles de traducir como el de El Gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940). Según señala el ensayista Denis Donoghue, tanto el narrador, Nick Carraway, como el propio Scott Fitzgerald aluden en los párrafos finales a cosas, experiencias y sensaciones que ninguno podía haber conocido de manera directa –sólo a través, agregaría yo, de una visible autoconciencia verbal. Carraway se eleva sobre su propio relato (la historia del amor imposible entre Daisy y Gatsby), hasta que el lenguaje atomiza la anécdota y resalta las palabras e imágenes que antes servían de vehículo. Scott Fitzgerald hace que la trama se abandone a la suntuosidad de la intuición y de la melancolía:
Sentado ahí, meditando en el viejo y desconocido mundo, pensé en el asombro de Gatsby al reparar en la luz verde al final del malecón de Daisy. Él había venido desde muy lejos hasta este prado azul, y su sueño debió parecerle demasiado próximo como para que se le escapara. No era consciente de que ya lo había dejado atrás, en algún punto remoto de esa gran tiniebla suburbana, donde los oscuros campos de la república se despliegan bajo la noche.
Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año se aleja de nosotros y que, en ese entonces, nos evadía, pero eso no importa: mañana correremos más rápido, estiraremos más los brazos… Y una buena mañana…[1]
Los puntos suspensivos con que concluye este párrafo son inquietantes y anuncian un final impredecible. Líneas atrás, Carraway había reparado en la “luz verde” y “el orgiástico futuro” que se oponían a “los oscuros campos de la república [que] se despliegan bajo la noche”. El fulgurante porvenir, henchido de posibilidades, frente a la noche cerrada y estéril del presente. ¿Qué tiempo, entonces, optarían por conjugar tanto Carraway como Gatsby?
La última oración acentúa el pasmo de aquellos puntos suspensivos: no hay futuro a la vista, y el presente es un país en tinieblas. Lo único que resta es volver al pasado no por decisión propia, sino por inercia o atracción magnética. Antes que la fatalidad humana, ese retorno lo determina una figura retórica: la aliteración, es decir, la repetición insistente de un mismo sonido. Dice Scott Fitzgerald en el original:
So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past.
¿Cómo traducir el golpeteo de las palabras beat, boats y borne back? Después de muchas vueltas, di con la siguiente solución, bastante gimnástica y traidora:
Y así bregamos, barcos a contracorriente, bogando sin cesar hacia el pasado.
Asegura Donoghue que “el deseo de romance, belleza, asombro y un mundo transfigurado” queda satisfecho en la primera parte de la última oración (“Y así bregamos”), pero no hay traducción que logre cumplirlo en nuestra lengua. Mejor remontarse al deseo original, formulado en esos monosílabos teñidos de una luz verdosa: So-we-beat-on.
(Ciudad de México, 1979) es poeta, ensayista y traductor. Uno de sus volúmenes más recientes es Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017).