1.
Lance Armstrong no existió. No para el ciclismo. No solo él, toda una época ha sido proscrita. Siete tours de France, la prueba máxima, el galardón con el que sueña todo aquel que decide competir sobre una bicicleta, han sido declarados desiertos. Nadie los ganó. Ese hueco abierto en el palmarés certifica la inexistencia del ciclista texano, pero a la vez no deja de recordarnos que pasó por allí, y que podemos, como han dictaminado las autoridades antidopaje y ciclísticas, pretender que no estuvo, que no existió, que no existe. Pero la realidad es que Lance Armstrong no se ha ido. Está ahí, sentado en un rincón de su casa frente a Oprah Winfrey, ensayando una suerte que nunca deja de ser seductora para las masas: defender lo indefendible.
2.
Todos acudimos al espectáculo de su confesión como cuando vimos Titanic: sabíamos de qué trataba, conocíamos el final, pero queríamos que alguien nos impactara contando como se llegó a él. La entrevista, el clímax de esta, trascendió unos días antes. Winfrey, hada del marketing, capturó la atención del mundo dejando que se filtrara lo que vendría a ser el punto culminante: la confesión; la capitulación de Armstrong. Porque nadie dudaba ya que fuera cierto. El dopaje sistemático a lo largo de esos 7 años de gloria, no solo el suyo, sino de buena parte del equipo que lo ayudó a encumbrarse, y las prácticas gangsteriles para encubrirlo. Oprah nos avisó: véanlo aceptar. No pudimos decir no. Era demasiado tentador para negarnos. Sabíamos la verdad pero queríamos ver a Lance revelárnosla. Pocas cosas más seductoras que ver al héroe, en este caso deportivo, derrumbarse frente a los ojos de quienes le ensalzaron, admiraron, idolatraron. Pero no solo eso. Se apersonaron frente a la pantalla todos esos millones de espectadores buscando otras cosas: explicaciones, detalles, revelaciones. La radiografía completa de boca de su protagonista principal, del capo que la urdió y la ejecutó. También, claro, se esperaba el acto de contrición, la imagen, que sería histórica, del arrepentimiento. Esperaban, que se derrumbara, que pidiera perdón. Quizá que llorara, que se le atoraran las palabras, que Oprah, comprensiva, le tomara la mano aguardando a que se controlara y respondiera. Algo así. Pero no. Derrumbado, proscrito, derrotado, acorralado financiera y penalmente, Lance Armstrong decidió seguir siendo fiel a sí mismo. Quizá en verdad no puede ser de otra manera. En el paroxismo de la negación dijo que no hizo trampa. A las preguntas que nunca pretendieron incomodarlo de la entrevistadora respondió que solo era culpable de haber intentado competir como competían todos. El culpable era el ciclismo en sí entonces, la época. Todos. Fuenteovejuna.
3.
Queda claro que la entrevista no fue producto de un trabajo de investigación y que Oprah no la procuró. Presentarse y capitular es parte de la estrategia de defensa, contraataque y reivindicación del deportista texano. Se quedó solo. El mundo deportivo, no solo el ciclístico, los patrocinadores, el público común y corriente que consume los productos de aquellos y que permite con ese gasto que haya competencias profesionales de la envergadura del tour de France, lo abandonaron. Por ello se plantó frente a las cámaras a decirnos lo que ya sabíamos. Desafiante, enojado, con esa mirada con la que no es difícil imaginarlo amenazando a quienes se negaban a plegarse a sus designios en los años de gloria tramposa. Avisa, en actitud y discurso, que no caerá solo. No puede dejar de ser arrogante. No está en sus genes la posibilidad de la humildad. Oprah lo deja hacer durante la entrevista, agradecida con la publicidad que le genera. (No hay que olvidar que ni su canal, ni su programa en éste, han sido los rotundos éxitos que vaticinaban.) Al final de la entrevista el público, frente a la pantalla, dictaminó: el pulgar hacia abajo. No fue lo que esperaba. Faltó drama. Culpa. Contrición pura. Hubo ganadores, por supuesto. Oprah entre ellos. Los anunciantes. Pero sigue habiendo un perdedor. Lance fracasó una vez más. La máquina que construyó lo mantiene secuestrado. La vox populi sentenció: merece sufrir.
4.
Así existe, Lance, sin haber existido. Al justificarse en lugar de pedir perdón, de pedirlo cabalmente, ha terminado de condenarse. Habitará ese limbo en el que convivirá con otros tramposos. Jones, Rose, McGuire, Sosa, Canseco, Bonds. El hombre para el que no fue suficiente ser admirado por derrotar al cáncer decidió, en algún punto que tenía que ser venerado, temido, glorificado. Tenía que ser el mejor de la historia. Construyó una mentira inconmensurable, tan grande que, hoy sabemos, era imposible sostenerla. Se niega todavía a dejar de ser admirado. Durante las dos emisiones de que constó la entrevista solo surgió un atisbo del humano que seguramente se esconde tras el cyborg. Afirma que se decidió a hablar tras saber que su hijo adolescente seguía defendiéndolo. En ese momento se le quebró la voz, incluso puede ser que sinceramente. Podía, Lance, seguir mintiéndole a un mundo que no era merecedor de la verdad, pero no a su hijo. Le dijo la verdad y entonces pudo aceptarla frente a todos. En esta épica sin gloria abundan los damnificados, pero aún es posible rescatarlos. Sobrevivirá, por supuesto, el ciclismo, casi asesinado por una época y sus protagonistas que lo mancharon a placer. También lo harán la fundación Livestrong, los patrocinadores, las autoridades deportivas, las grandes competiciones. Tras la burla y el desastre puede que la bicicleta siga rodando y maravillándonos. Lance Armstrong, el inexistente, posibilita, con su capitulación, que se cierre finalmente una época ignominiosa. Hay, reitero, mucho por salvarse. Al único imposible de rescatar, y su arrogancia no lo deja, no lo dejará verlo, es a sí mismo.. Sobrevivirán, nadie lo duda, Oprah, su canal, otras Oprah, muchas, la televisión misma, ese espejo en el que tanto nos emociona, en estos tiempos de reality y, ahora también, de confesiones en cadena nacional, revisarnos las cicatrices, certificar las miserias.
Tapatío, he publicado por mucho tiempo en el diario Milenio, antes Público, antes Siglo 21. Lector, cinéfilo y melómano para llenar los tiempos en los que no puedo ver futbol y tenis.