El rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Dr. José Narro Robles, ha declarado recientemente en una entrevista:
Las universidades no pueden estar alejadas de los temas que le interesan al país, eso sería ir en contra de la naturaleza de la universidad pública; sin embargo, yo creo que las universidades no deben ser la arena política, no deben ser el foro para hacer proselitismo político. No es ese el espacio. Los universitarios tienen todo el derecho de reunirse, analizar, discutir, considerar, ver a sus candidatos y a escuchar a quienes no conocen, pero la pregunta es ¿debe ser la plaza universitaria el espacio? Mi opinión es que no. Eso no quiere decir que aquí haya alguna prohibición. Ninguna. Simplemente digo que hay otros lugares. Aquí analizamos y discutimos ideas, propuestas y proyectos, pero hasta ahí.
El rector habló, me parece, de acuerdo con los reglamentos y el espíritu que rigen a la UNAM y (en teoría) a las universidades públicas. Se ajusta, por poner un elevado ejemplo, a las reflexiones sobre la naturaleza de la autonomía universitaria que –en un momento delicadísimo de la UNAM– sustuvo el Dr. José Gaos: “La acción política deben dejarla las instituciones académicas a las instituciones políticas”.
Para el gran filósofo –que llegó a renunciar a la UNAM, indignado ante la violenta “expulsión” del rector Chávez por un piquete de activistas políticos en 1966– “el derecho estatutario de la Universidad a funcionar con arreglo a los principios de la libertad de cátedra y de investigación sin intervención del Estado” tiene como correlato “el deber del Estado de autolimitarse, absteniéndose de intervenir en el funcionamiento de la Universidad” (todo esto en el volumen XVI de sus Obras completas, UNAM, 2000). Es decir: más que limitar a los candidatos por respeto a la autonomía, los candidatos mismos deberían de abstenerse de averiarla, demandando hacer campaña en la UNAM.
En tanto que substanciales al Estado, las campañas caen en una zona ajena al espíritu y funcionamiento de la Universidad. Gaos agregaba con lucidez sus reservas ante el hecho de que “las masas estudiantiles y ciudadanas criticantes de la inadaptación a la sociedad y demandantes de la readaptación” metieran la política a la Universidad para lograr tal adaptación, y más aún que se pertrechasen detrás del principio “de la autonomía como medio para llevar a cabo esa politización.”
Esto, desde luego, no era ni es una apología de la indiferencia: “Prefiero ver a un joven protestando que a un joven con desesperanza; prefiero ver a un joven que se expresa, que se manifiesta, incluso rompiendo cánones y reglas”, dice el rector Narro con razón. Pero no al interior de la Universidad.
Las universidades autónomas no deben prestarse a los usos e intereses de la propaganda política y a los partidos. Para aumentar su clientela o garantizar su incondicionalidad, un candidato puede ofender la naturaleza esencialmente apolítica de la UNAM (como hizo Cárdenas en 1988 y en 2000, cosechando ovaciones por ordenarle a la UNAM cómo debía comportarse). La discusión puede ser válida, pero no bajo la especie del mitin en una universidad a la que, a diferencia del político interesado, la mueve el desinterés.
Ya se acusa al rector Narro de carecer de ese desinterés y de haber negado el uso del Estadio Olímpico al candidato López Obrador para llevar a cabo en él un mitin electoral. Ignoro si es cierto. En caso de serlo, celebro la actitud del rector. La Universidad no es una plaza, y dudo que la legislación universitaria permita ese empleo de sus inmuebles. Pero celebro también que el candidato López Obrador haya escuchado, al parecer, el llamado del rector a los candidatos en el sentido de que “consideren cuál es la naturaleza y cuáles las condiciones de la UNAM.”
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.