Las músicas prohibidas del siglo XX

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El siglo xx fue una era de extraordinario progreso técnico y científico, pero también de violencia y destrucción sin paralelo. La música no podía ser un islote de paz durante un siglo tan turbulento. Hubo periodos durante los cuales la música, la música clásica, fue considerada una amenaza tal en varios países que fue literalmente prohibida.
     Me referiré a los casos de Rusia, Alemania y China, y aludiré brevemente a mi relación personal, aunque indirecta, con cada uno de ellos.
     Empezaré por la Rusia soviética de 1929 y principios de los treinta, cuando Stalin acababa de consolidar su poder al eliminar a todos sus enemigos reales e imaginarios. El Partido Comunista redobló la severidad de su vigilancia y censura de las artes. En el campo de la música, se le dio un fuerte impulso a un grupo llamado “Asociación de Músicos Proletarios”, que hacia 1932 alcanzó un poder monopólico.
     Los conservatorios atravesaron épocas nefastas de intolerancia musical y de discriminación de clase. Todo estudiante con antecedentes burgueses debía ser expulsado. La mayor parte de los compositores del pasado quedaron incluidos en una lista negra. Se pidió a los jóvenes intérpretes dejar de tocar obras de compositores como Beethoven y Liszt, “autores ajenos al proletariado”; Chaikovsky, “espíritu degenerado, parásito de la aristocracia rusa”; Schumann, “antisocial y ultra individualista”; Chopin, “esteta de salón”; Scriabin, “oscurantista y místico”; Bach, “hombre de la Iglesia”, o Rajmaninov, “bandido guardia blanca”.
     Al final sólo se salvaron Beethoven, “porque su música expresaba la esencia democrática de la Revolución Francesa”, y Mussorgsky, por ser el fundador de la tradición popular y revolucionaria en la música rusa.
     El político fanático B. Psibyshevsky fue nombrado director del gran Conservatorio de Moscú. En su primera reunión con los profesores, les dirigió unas palabras que los sumieron en el desconcierto:

Los solistas salen sobrando. Debemos acabar con el inútil sistema de educación musical que despierta en el estudiante el malsano deseo de competir y el impulso subconsciente de destacar personalmente a expensas de la colectividad. A partir de hoy quedan eliminadas las calificaciones, así como todos los exámenes. No son más que estúpidas reliquias burguesas pasadas de moda.

El efecto de este novedoso y “progresista” enfoque educativo se percibió con claridad durante el II Concurso Internacional de Piano de Varsovia, celebrado en 1932. La Unión Soviética envió a tres jóvenes pianistas cuya preparación ideológica era envidiable, pero no sólo no ganaron premio alguno, sino que fueron eliminados en la primera vuelta.
     En los años siguientes se evitaron tan burdos extremos, pero los compositores que no se ajustaron a las normas del Realismo Socialista, los que compusieron música formalista, fueron objeto de castigos y críticas. El caso de Dmitri Shostakóvich es de sobra conocido y no es menester examinar aquí los detalles de su trágica vida. Sólo mencionaré lo sucedido con su ópera Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk, estrenada con notable éxito en 1934 y calificada por los propios censores del Partido como una obra maestra. Stalin asistió como espectador a tan comentada ópera en diciembre de 1934. A los pocos días aparecieron furibundas críticas contra Shostakóvich y todas sus obras fueron retiradas de los escenarios soviéticos durante muchos meses.
     Stravinsky —que emigró de Rusia antes de la revolución bolchevique— fue objeto de toda clase de ataques y fue calificado como “desvergonzado profeta del modernismo burgués” y “músico de alma castrada”.
     Tuve la fortuna de estar en Moscú con Stravinsky en 1962, durante su inesperado retorno a Rusia tras una ausencia de cincuenta años, y fui testigo del servilismo y abyección con que lo trataron sus antiguos críticos. También estuve con Shostakóvich, a quien había conocido en México dos años antes, y pude comprobar los estragos que en su sistema nervioso ocasionó la opresión comunista.
     La lista de los compositores cuya música fue prohibida durante varias décadas incluyó a Mahler, Krenek, Stravinsky, Schönberg, Alban Berg, Webern, Hindemith…

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En Alemania, poco después de la toma del poder por los nazis en 1933, el gobierno empezó a dictar medidas tendientes a sujetar el arte y a los artistas, de manera parecida a lo que ocurría simultáneamente bajo Stalin en la Unión Soviética.
     Wilhelm Furtwängler, director de la Orquesta Filarmónica de Berlín, se negó ese año a acatar la orden de expulsar a los cinco músicos judíos de la orquesta. La música de Mendelssohn fue prohibida en 1934. Afortunadamente, antes de 1938 lograron salir o fueron expulsados miles de intelectuales y artistas judíos y no judíos, entre los que se contaban músicos de la talla de Schönberg, Alban Berg, Hindemith, Krenek, Kurt Weil, Fritz y Adolf Busch, Feuermann, Artur Schnabel, Bruno Walter, Otto Klemperer, Erich Kleiber y muchos más.
     En 1937, Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, organizó en Múnich una exposición titulada “Entartete Kunst” (“Arte degenerado”), que incluyó obras de Picasso, Kokoschka, Kandinsky, Paul Klee y otros pintores “de semejante ralea” y, al año siguiente, organizó una exposición-audición de “Música degenerada”, para ilustrar cómo elementos “decadentes” habían atentado contra la música de Alemania. La exposición mostraba partituras y programas, y los visitantes podían, además, escuchar grabaciones de obras de Mendelssohn, Mahler, Schönberg, Krenek, Hindemith y otros “degenerados” en interpretaciones de los igualmente “degenerados” Bruno Walter, Otto Klemperer, Emanuel Feuermann y Fritz Kreisler. Esta exposición-audición tuvo un éxito extraordinario, pero en sentido diametralmente opuesto a los objetivos perseguidos, tanto que el propio Goebbels emitió una orden terminante que prohibía a la prensa mención alguna del evento.
     Mi relación con aquellos acontecimientos tuvo lugar a través de mi violonchelo, como ustedes verán. Se trata de un instrumento hecho en 1720 en Cremona, Italia, y cuya vida he investigado tan detalladamente que escribí un libro titulado Las aventuras de un violonchelo. Al iniciarse el período nazi, este instrumento pertenecía al violonchelista Francesco Mendelssohn, sobrino nieto del gran compositor. Cuando Francesco decidió emigrar de Alemania en 1936, se encontró con que podía hacerlo libremente, pero no así su violonchelo. El gobierno nazi decomisaría sin contemplaciones tanto su violonchelo como cualquier obra de arte que intentara llevar consigo.
     Francesco se fue a vivir temporalmente a un pequeño pueblo alemán, próximo a la frontera suiza y a la población suiza de Basilea. Allí vivía la familia Busch, cuyos integrantes —el violinista Adolf Busch y el violonchelista Hermann Busch— habían sido, en mejores tiempos, huéspedes frecuentes de los Mendelssohn en Berlín. Francesco se las ingenió para que lo invitaran a tocar música de cámara, pero no podía pasar la frontera con su violonchelo de 1720. Por un precio irrisorio, Francesco compró un violonchelo de fábrica, malo y feo, una bolsa de lona particularmente burda y una bicicleta. Con tal cargamento intentó una primera vez pasar la frontera. Los guardias fronterizos examinaron con atención su horrendo violonchelo y lo dejaron pasar. Por la noche, Francesco regresó a su pueblo. La escena se repitió numerosas veces hasta que los guardias juzgaron innecesario seguir examinando el contenido de la bolsa de lona y se contentaban con saludar, un tanto burlonamente, a su estrafalario amigo. Un día, Francesco metió su cello de 1720 en la bolsa y, disimulando a duras penas su intenso nerviosismo, saludó como siempre a los guardias y pasó la frontera en su bicicleta. Ya en Suiza siguió pedaleando pero lo vencieron los nervios, pues empezó a temblar de tal manera que por poco se cae con el violonchelo a cuestas. ¡Fue así como salió mi violonchelo de la Alemania nazi!

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China, como es bien sabido, fue víctima entre 1965 y 1976 de un terrible movimiento conocido como la “Revolución Cultural”, organizado por Mao para retomar plenamente el poder tras los incipientes intentos reformistas de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping. La esposa de Mao, Jiang Qing y su grupo de ultraizquierdistas, que llegó a conocerse como la “Banda de los Cuatro”, tuvieron un papel fundamental en la Revolución Cultural.
     Una de las primeras intervenciones de la Revolución Cultural en la música ocurrió un día del invierno de 1965, cuando Jiang Qing se presentó inopinadamente en la Sociedad Filarmónica Central de Pekín y anunció que “la sinfonía capitalista está muerta”. A las objeciones de los músicos acerca de su absoluto desconocimiento en el campo, repuso que ella aportaba algo mucho más trascendental: el fervor y la pureza revolucionarios. El repertorio musical permitido quedó reducido a unas cuantas obras, tales como la Sinfonía Shajiabang, que la propia Jiang Qing adaptó de la ópera del mismo nombre y el Concierto del río amarillo para piano y orquesta, basado en la Cantata del río amarillo de Hsieng Hsing Hai y colectivamente adaptado para piano y orquesta por un comité de miembros de la Sociedad Filarmónica Central de Pekín.
     Como uno de los objetivos de la Revolución Cultural era “oponerse a las viejas ideas, las viejas culturas y las viejas costumbres”, y a la penetración de influencias extranjeras, los músicos chinos se volvieron un claro objetivo de ataque. Muchos tocaban música occidental e incluso habían estudiado fuera de China. Estaban, pues, “contaminados” por peligrosos virus. Para curarlos se les envió, en el mejor de los casos, a realizar trabajos manuales en comunas o a cuidar cerdos. Otros tuvieron menos suerte, como el famoso pianista Liu Shikun que, tras haber participado en concursos internacionales y dado conciertos en Europa Oriental y en Hong Kong, fue arrestado bajo el cargo de espionaje. Estuvo seis años en la cárcel y un grupo de Guardias Rojos le provocó una doble fractura de la mano derecha. Todos los conservatorios fueron clausurados, así como las universidades. La famosa Universidad Peita de Pekín estuvo cerrada 51 meses. Las relaciones culturales con el exterior quedaron totalmente rotas. Beethoven y Shakespeare encabezaron la lista de autores prohibidos.
     No fue sino a la muerte de Mao, en 1976, cuando Jiang Qing y la “Banda de los Cuatro” no sólo perdieron su poder, sino que fueron a su vez arrestados y encarcelados.
     En 1985 hice una larga gira de conciertos por China. Para los múltiples recitales que di, conté con la colaboración de la eminente pianista china Bao Huigiao, a quien, por razones desconocidas, siempre llamamos Madame Bao.
     Como todos los músicos chinos a quienes conocí, Madame Bao fue objeto de malos tratos durante la Revolución Cultural. Pero su caso se complicó en virtud de la increíble historia de su marido, Zhuang Zedong, que era un jugador tan extraordinario de ping-pong que ganó el campeonato nacional de China. Dada la importancia de este deporte en China, Zhuang Zedong se convirtió en un personaje famoso. Jiang Qing, la esposa de Mao, lo conoció. Se inició un romance entre ellos y pronto se hicieron amantes. Con igual celeridad Zhuang Zedong fue nombrado nada menos que ministro del deporte de la República Popular China. Madame Bao se encontró, por tanto, en la extraña situación de ser, por una parte, “persona non grata” para las autoridades de la Revolución Cultural debido a su educación musical de tipo occidental y, por otra, “rival” de la esposa de Mao. Madame Bao fue inmediatamente exiliada a una comuna lejos de Pekín.
     Poco después de la muerte de Mao y del arresto de su viuda Jiang Qing, el ministro del deporte cayó también de su alto puesto hasta el más bajo del escalafón del ministerio: encargado de limpieza de baños y letrinas.
     Madame Bao retornó a su carrera de concertista y maestra. No hubo lugar en el que tocáramos donde no fuera saludada con un doble aprecio: como gran pianista y como mujer admirable, víctima de las injusticias del sistema, la cual había sabido rehacer su vida. ~

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