“Las novelas maximizan el potencial creativo de quien las lee.”

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“ANARKALI SIGNIFICA EL FLORECER DE LA GRANADA. Es un nombre muy bonito pero nadie lo lleva en Pakistán: así se llamaba una bailarina cortesana que fue mandada a emparedar por Akbar, el tercer emperador Mughal, por enamorar a su hijo, Jehangir.” Con la narración de esta leyenda, Mohsin Hamid comienza a guiarme por el caótico mercado del viejo Anarkali, en la ciudad de Lahore, considerada la capital cultural del país. En esta especie de tianguis callejero se encuentra todo tipo de ropa, zapatos, cd piratas y garnachas. Hay que andar con mucho cuidado para no ser arrollado por una de las motocicletas que pasan por ahí y también hay que tener mucha fuerza de voluntad para no sucumbir ante la tentación de los dulces pakistaníes que nadan en almíbar.

Es una tarde de primavera, justo como la que imaginó Hamid en este mercado como escenario de su segunda novela, El fundamentalista reticente, cuando la escribía desde Londres. Hamid recuerda que sus padres lo traían de pequeño a pasear y comer o tomar té en estos restaurantes callejeros a los que los meseros tratan de atraernos. También pasó muchas tardes aquí en 2004, acompañando a un fotógrafo americano que ilustraría un texto suyo sobre el renacer del arte en la ciudad para la revista del museo Smithsonian.

En su novela, en uno de estos puestos del mercado, Changez, un pakistaní de larga barba, envuelve a un americano en un monólogo sobre su vida, de cómo pasó de ser un exitoso joven en el mundo corporativo estadounidense a desengañarse del sueño americano –tras los ataques terroristas del 11 de septiembre y un amor inconcluso– y decidir volver a Lahore. Pero Hamid también envuelve al lector y lo hace cuestionarse: ¿Quién es en realidad Changez? ¿Qué es verdad y qué no lo es de sus confesiones? ¿Cuáles son sus intenciones con el americano?

Ya instalados en la cafetería en la terraza de una galería de arte desde la que se ve el ajetreo de Anarkali desde arriba, y tomando jugo de manzana y té verde, Hamid me habla de la obra que lo ha hecho uno de los escritores pakistaníes más reconocidos. En su opinión, la belleza de una novela, comparada con otras formas de contar historias, como pueden ser las películas, es el poder de despertar la imaginación del lector. “Me gusta la idea de que las novelas maximicen el potencial creativo de quien las lee. Por eso creo ambigüedades, huecos que tienen que ser llenados. En ese sentido El fundamentalista reticente es una invitación”, explica.

La pregunta sobre qué pasa después del final de la novela es una de las más recurrentes que se le hacen a Hamid después de leer su obra. Él siempre contesta: “No hay un después del final. Todo el sentido de la novela eres tú, el lector, que existes, y quién eres tú antes y después de leer el libro.”

El proceso de escritura duró siete años. Empezó en 2000 y tuvo el primer borrador en el verano de 2001, antes de los ataques terroristas a Nueva York. En ese entonces era una especie de fábula sobre un hombre de origen musulmán desilusionado con el mundo corporativo estadounidense. Pero su agente no estuvo tan seguro: ¿Qué le creaba esa tensión a un hombre que estaba triunfando? Entonces llegó el 11 de septiembre y cayeron las torres gemelas. “Durante dos o tres años me resistí a meter los atentados en mi novela. Pero después fue imposible no tratarlo: ¡El mundo había cambiado tanto!”

En uno de los borradores el narrador era un joven americano, pero finalmente llegó a la idea de que fuera la historia de un musulmán que se acerca a este americano en Anarkali. Un thriller en el que en realidad no pasa nada, pero el lector se imagina todo. “Vivimos en un mundo que está lleno de imágenes de violencia, así que las traemos con nosotros cuando leemos. En la novela se presenta un pequeño espacio en el que puedan verse reflejados nuestros sentimientos de un mundo aterrador y violento.” Da otro ejemplo: si en la televisión vemos un plano medio de dos vaqueros con sombrero, aunque no veamos sus manos asumimos que traen pistola.

 

El lector como juez

A Hamid también le gusta explorar historias realistas en marcos irreales. En eso se parece El fundamentalista reticente a su primera obra, Moth smoke, que había escrito en sus tiempos como universitario en Harvard. “La novela se trata de crear una ilusión de la realidad, el lector tiene que creerse el mundo que tú escribiste, aunque es obvio que es inventado. Yo no hago esto como parte de un juego posmoderno de deconstruir la novela, lo hago porque creo que realza lo que es en esencia el género.”

Sus dos libros son muy diferentes entre sí, sobre todo por la voz que los narra. Si para El fundamentalista reticente la inspiración formal de monólogo fue La caída de Camus, para Moth smoke tomó algo de Pulp fiction, de Tarantino. Allí múltiples personajes cuentan su historia desde una muy particular narrativa.

En las dos ficciones el lector tiene que intervenir. En la primera debe juzgar un crimen que no se le dice, en la segunda tiene que decidir si cree –y qué tanto– al narrador. Ahora Hamid prepara una tercera novela que intenta ir más allá. “Más que juzgar a un personaje, quiero que el lector se juzgue ahora a sí mismo, que el personaje sea un desdoblamiento de sí”, dice.

El escenario será también Pakistán, pero esto nunca se aclarará. “Es una historia complemente sobre Pakistán, pero que puede ocurrir en cualquier lugar de mundo: la idea es escribir una historia muy particular que se pueda universalizar.” Asegura que quiere explorar separándose de
preconcepciones, por ejemplo,
de qué es ser musulmán, y dejarlo simplemente en qué es ser humano. Lleva trabajando cuatro años en este proyecto y espera terminarlo en dos más. “Me lleva tiempo inventar todo un nuevo vocabulario, estructura, soluciones a problemas. Pensaba que escribir sería más rápido ahora que no trabajo en consultorías, pero no. De todas formas tengo dos trabajos: soy escritor a medio tiempo y padre a medio tiempo.”

 

Pensar como actor

Para crear sus personajes Hamid asegura que se pone en el lugar de un actor: “Imagino que soy esa persona y pienso en cómo camina, cómo se ve, pero sobre todo en cómo se expresa,  cómo suena, porque lo que vamos a ver es su voz.” ¿Para eso hay que tener múltiple personalidad? “Sí, bastante. Pero todos la tenemos de alguna forma”, dice sonriendo. El Hamid que contesta ahora a esta entrevista es diferente al que jugará con su hija esta noche, explica. “Creo que la personalidad no es una noción unitaria. No tenemos una personalidad, sino una constelación de facetas: por eso podemos responder a una provocación de una manera muy violenta cuando estamos de mal humor y ser más pacíficos cuando estamos de buenas.”

También por eso los humanos caemos en tantas contradicciones. Así, alguien puede ser un esposo amoroso y tener un affaire. “Estas cosas pasan todo el tiempo.” Como escritor puede imaginar aspectos muy diferentes: “Puedo crear en mi mente, por ejemplo, una mujer que no ama a su hijo. No soy yo, pero puedo ver cómo es ella, cómo camina o cómo habla.” Otro recurso que toma de la actuación es que cuando interviene un personaje, para él, aunque se trate de un pequeño papel, debe convertirse en el protagonista. “Cuando un actor entra en escena, aunque esté junto a Angelina Jolie, en ese momento debe concentrarse totalmente en dar vida al personaje que interpreta. Así, un escritor debe preocuparse por imaginar a cada personaje completamente, para no perder perspectiva ni terminar dibujando bien a la figura principal y haciendo de los demás solamente bocetos.”

 

¿Boom literario en Pakistán?

Junto a Mohsin Hamid se oye hablar de otros escritores que podrían estar creando un “boom literario pakistaní”. Por ejemplo Mohammed Hanif con A case of exploding mangoes, o Daniyal Mueenuddin, con In other rooms, other wonders, o H. M. Naqvi, que ganó con Home boy el premio del festival de literatura de Jaipur, en India.

Hamid considera que es difícil predecir si seguirá surgiendo buena literatura en Pakistán, porque “más que un deporte en equipo, es una actividad individual”. Pero sí encuentra algunas ventajas para que vaya bien, como que muchos pakistaníes tienen el inglés como primera lengua y escriben directamente en ese idioma, lo que les da una exposición internacional inmediata. También, la crisis de violencia en que está sumido el país hace que, por una parte, los pakistaníes quieran contar lo que pasa y, por otra, que el mundo esté interesado en oírlos.

Para el escritor, que ha sido traducido a treinta idiomas, es extraño “pensar que tu sueldo está pagado sobre todo por extranjeros, porque no se gana mucho en Pakistán de la literatura. Me pregunto: ¿Estoy sirviendo de guía turístico para este lugar? Eso no es lo que quiero personalmente, pero es lo que soy de acuerdo con el dinero. No sé la respuesta a esa pregunta, pero es algo que está en mi mente y creo que es importante pensarlo. La convicción que tengo ahora es la de ser honesto conmigo mismo y con lo que estoy haciendo”.

 

Volver a Pakistán

Hamid es reconocido por un grupo de chicas estudiantes de arte que toman también té en la terraza. Se acercan para pedirle su autógrafo. Él se lo da sonriente. Luego cuenta que después de vivir desde el colegio en el extranjero y tener varias novias de distintas nacionalidades conoció a quien sería su esposa, también de Lahore. La pareja decidió volver a su ciudad tras el nacimiento de su hija. “Queríamos que nuestra niña creciera en un entorno rodeada de sus abuelos, tíos y demás familiares, porque creemos que eso forma mucho a las personas. También quisimos volver a nuestro país ahora que todavía lo podemos imaginar: desde fuera la situación se ve cada vez más peligrosa.”

Las guerras en Afganistán han sido desastrosas para Pakistán. La de los ochenta contra los soviéticos creó un comercio masivo de heroína, un aumento de grupos yihadistas y el dictador militar Zia ul Haq comenzó un proceso de islamización del Estado. La guerra actual de Estados Unidos ha creado una situación “parecida a una guerra civil”: ataques de drones (aviones no pilotados de la cia) contra la población en la frontera y terroristas suicidas que son cada vez más comunes, incluso en Lahore, que antes era relativamente segura, cuenta Mohsin.

Esta ciudad también fue el escenario de un incidente que puso en seria tensión las relaciones de Pakistán con Estados Unidos. A poca distancia de aquí, en otro concurrido barrio de Lahore, el pasado 27 de enero un americano, Raymond Davis, mató a tiros a dos pakistaníes que viajaban en motocicleta. Davis, que, según trascendió después, trabaja para la cia, confesó el crimen, aunque alegó que fue en defensa propia porque los hombres intentaban robarle. Por su parte la policía de la ciudad afirmó que se trataba de un asesinato “a sangre fría”. El propio Obama ha presionado para que se le dé inmunidad diplomática a Davis y el débil gobierno de Islamabad tiene una gran presión pública para que sea juzgado por las leyes nacionales. Este altercado trastocó el ya difícil equilibrio de dependencia entre ambos países: Pakistán es un aliado clave para Estados Unidos en la guerra de Afganistán y el principal territorio de paso para llevar los suministros a sus tropas. Pakistán, por su parte, recibe ayuda económica de Estados Unidos: más de 7,500 millones de dólares hasta 2014, y se ha amenazado con cancelar este apoyo debido a la crisis política.

 

Pakistán: un “Estado mercenario”

“Lo más interesante del caso de Raymond Davis es que ilustra lo que somos: un coto de caza. Aquí creamos, financiamos, entrenamos, armamos a militantes islamistas y, al mismo tiempo, tomamos dinero de otra gente para matar a estos fundamentalistas. Las dos cosas pasan porque se extraen ganancias económicas de ello”, opina Hamid.

Dice que Pakistán es un “Estado mercenario” que se alquila para quien lo necesite por cualquier razón: “si China nos quiere para ser contrapeso de India, estamos felices de hacerlo. Si Arabia Saudita nos quiere para ser contrapeso de Irán, también estamos felices. Y si Estados Unidos quiere que ayudemos contra los talibanes en Afganistán, también lo hacemos. ¿Pero qué hay de nosotros? Con este modelo de país no se puede evolucionar”.

En el centro del problema está “la nefasta alianza” entre Estados Unidos y Arabia Saudita, en opinión de Hamid. En teoría estos Estados son completamente opuestos y tienen muchas contradicciones: “Osama Bin Laden es saudí, los secuestradores de los aviones de los ataques del 11 de septiembre en Nueva York eran saudíes. Es un país sin democracia, que no respeta los derechos humanos y sin embargo es el aliado número uno de Estados Unidos en el Oriente Medio después de Israel. Es muy extraño…”

Hamid explica que muchas de las madrazas (escuelas musulmanas) que adoctrinan fundamentalistas religiosos en Pakistán están financiadas por Arabia Saudita, y luego Estados Unidos está en guerra en contra de estos extremistas. “Tendríamos que quitar los dos lados de la ecuación:dejar de recibir ayuda de ambos lados. Lo que surgiría en Pakistán sería probablemente una sociedad más pluralista, semejante a Turquía: con un gobierno un poco orientado al islam, pero razonablemente bueno en derechos humanos, democracia y derechos de las mujeres.”

 

Fundamentalismo y pobreza

En los últimos meses la “ley de la blasfemi”a ha dividido al país musulmán. Esta ley, impuesta por el dictador Zia ul Haq en los ochenta, castiga con muerte a quien hable mal del profeta. En diciembre pasado una mujer de la minoría cristiana, llamada Asia Bibi, fue condenada a la horca por este supuesto crimen. Esto enfrentó gravemente a la sociedad, levantando un torbellino de terror que ha terminado con la vida de dos de sus voces más liberales: Salmaan Taseer, el gobernador del Punjab (estado del que Lahore es capital), y el ministro para la defensa de las minorías, Shahbaz Bhatti.

Los dos políticos fueron asesinados a manos de radicales por defender a la mujer condenada y pedir que se cambiara la ley, que consideraban era utilizada para venganzas personales y acoso de las minorías. Tras los crímenes, las conciencias liberales tienen más miedo de hablar. ¿Quién está a salvo si mataron al propio gobernador? En cambio, los fundamentalistas religiosos atraen a decenas de miles por las calles para gritar que nadie toque la ley, y consideran al asesino de Taseer un héroe.

El homicidio del gobernador fue muy duro para Hamid porque “era un amigo de la familia”. A diferencia de la mayoría de los analistas en el país, Hamid, además del aspecto religioso, donde un hombre mata a otro por blasfemar, ve también otra dimensión: “hay un hombre muy rico que es asesinado por uno de origen humilde”. Para el novelista, Pakistán necesita muchas cosas, pero una de las fundamentales es “que mejoren las condiciones de los pobres”. Si los fundamentalistas han ganado tanto poder entre las masas es porque no se les ha dado a los ciudadanos una vida decente y “los islamistas se aprovechan de ello por medio de la religión”.

Dice que la gente que puede hacerlo debería pagar muchísimos más impuestos, mismos que deberían ser invertidos en educación, salud y mejora de calidad de vida, para tener una sociedad más igualitaria. “Muchos ricos tienen valores liberales y en principio también quieren una redistribución del dinero, pero no hacen nada para que eso suceda. Pertenecemos a una parte de la sociedad que no ha retribuido justamente a su país.”

 

“Ni positivo, ni necesariamente negativo”

A pesar de los problemas que ensombrecen a su país, Hamid se considera “no necesariamente negativo”. Cree que las cosas pueden cambiar. Aunque los fundamentalistas han ganado terreno y matan a quienes se expresan en contra a sus ideologías, “hay gente valiente que habla. Se necesitó el sacrificio de mucha gente para detener la discriminación hacia los afroamericanos. Martin Luther King, Malcolm X o Bobby Kennedy fueron asesinados. Es un gran riesgo hablar, pero hay quien lo hace y gracias a eso está habiendo un debate. Y aunque hace falta tiempo, el debate tiende a encontrar un equilibrio”. El país ya está cambiando de todas formas: ninguna institución tiene el poder absoluto, asegura: ni el ejército, ni la policía, ni el gobierno, ni las cortes, ni los ricos, ni los religiosos tienen tanto poder como tenían.

Hamid cree que Pakistán debe salir de la guerra de Estados Unidos contra Afganistán. Los miles de millones de dólares que son gastados en esta guerra son una economía falsa: “muy pocos de los grupos armados se podrían mantener a sí mismos, tal vez el comercio de la heroína, pero para los demás el dinero parará y la gente tiene que buscar otra forma de ganarse la vida”.

 

El humor nos hace fuertes

Hamid ríe cuando escribe, si no está llorando o gritando. “En un cierto punto las cosas se vuelven tan absurdas en este país que te das cuenta de que lo único que puedes hacer es bromear.” En las áreas tribales, por ejemplo, la forma de desear suerte al despedirse de un amigo es decirle “ojalá un gran ataque aéreo te llene de sorpresas”.

Para Hamid el humor ayuda a que la vida siga y es esencial en los libros. Es una posición irónica para los que creen en los valores considerados occidentales, tales como el secularismo, el feminismo, la democracia o la libertad de expresión; ahora se dan cuenta de que nadie ha sido coherente ni los ha practicado cabalmente, ni siquiera Estados Unidos. “Para mí y muchos liberales en Pakistán es como haber sido abandonados por sus padres.”

Cuando escucha los debates estadounidenses o europeos sobre el mundo musulmán le parecen una locura: “Solo puedes llorar o reír. Soy mucho menos optimista que diez años atrás. Pero cuando pienso en mi hija, creo que es importante enseñarle a reír aun cuando esté asustada o herida. Eso te hace más fuerte. Y lo necesitas para vivir en este país.” Hamid quiere reírse más en su próximo libro, aunque reconoce que desde la década pasada le ha sido más difícil conservar el buen humor.

Con el comienzo de los cánticos de las mezquitas se da por finalizada tácitamente la entrevista. Abajo, en el viejo Anarkali, los vendedores cierran la calle para convertirla en peatonal. Las tiendas de té y comida invaden el asfalto con sus mesas. Los edificios de arenisca de Lahore van tornándose más rojizos y el sol va formando sombras cada vez más alargadas. ~

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