Pequeño país, grandes dilemas

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Julio María Sanguinetti

El cronista y la historia

Montevideo, Taurus, 2017, 315 pp.

En los primeros años del siglo XXI se ha cumplido el bicentenario de las gestas de independencia de la mayoría de los países latinoamericanos. Esas efemérides han reavivado el debate sobre la historia nacional, sus epopeyas y sus hitos, sus héroes y sus documentos fundacionales. El tema ha ocupado a los historiadores académicos, pero no solo a estos: políticos y periodistas, escritores y congresistas también han tomado parte en la discusión sobre las líneas maestras de los relatos nacionales.

En Uruguay, una de las más pequeñas naciones suramericanas, el debate ha alcanzado una intensidad particular. Allí el día de la independencia se celebra el 25 de agosto por la Declaración de la Florida de 1825, en que las Provincias Unidas del Río de la Plata liberan a la banda oriental del imperio brasileño. Pero la soberanía definitiva no se alcanzó entonces sino en 1828 o 1830, con la primera Constitución, cuando Uruguay se separa de Argentina. La lucha separatista que José Gervasio Artigas, el prócer indiscutido de la nación, había iniciado en 1811 resultó muy accidentada: Uruguay se separó de España para caer en manos de Brasil y luego de Argentina.

Uno de los intelectuales que más activamente ha intervenido en el debate de los orígenes de la nación uruguaya es el expresidente Julio María Sanguinetti. Abogado y periodista de formación, Sanguinetti militó desde muy joven en el histórico Partido Colorado y llegó a ser diputado por Montevideo en los años sesenta. Luego fue ministro de Industria y Comercio y de Educación y Cultura, en los gobiernos de Jorge Pacheco Areco y Juan María Bordaberry, antes de la dictadura, y, más tarde, presidente de la República en dos periodos, durante la transición democrática de los ochenta y noventa.

En 2005, cuando inicia el debate sobre el bicentenario, Sanguinetti era senador de la República. El político propuso entonces un cambio en la liturgia cívica de la nación uruguaya: que la independencia no se celebrase el 25 de agosto sino el 13 de abril, en alusión al día de 1813 en que Artigas dicta las “instrucciones” para una Asamblea General Constituyente que buscaría el establecimiento de una república independiente en la provincia oriental. La Comisión de Educación y Cultura del Senado uruguayo desestimó la propuesta de Sanguinetti, pero coincidió en que el 25 de agosto no representaba, históricamente, el día de la independencia nacional.

La participación del expresidente en aquella polémica fue un buen reflejo de las viejas preocupaciones de este periodista y político en torno a los dilemas de la historia y la memoria en Uruguay. Un libro reciente, El cronista y la historia, reúne buena parte de su producción intelectual: desde sus primeros artículos para el periódico Acción sobre la Revolución cubana, la Primavera de Praga y los países del socialismo real, hasta los más recientes, en La Nación de Buenos Aires y El País de Montevideo, sobre los nuevos populismos y los abusos de la memoria.

Hay en toda la trayectoria intelectual de Sanguinetti una reflexión básica: las democracias latinoamericanas no se sostienen por su propio peso institucional, es precisa una cultura política democrática y, dentro de esta, una narrativa incluyente y plural de la historia nacional. En sus artículos juveniles, el periodista advertía los orígenes del autoritarismo en Cuba, justo cuando figuras importantes del propio proceso revolucionario, como el presidente Manuel Urrutia y el comandante Huber Matos, eran acusadas de ser “traidores a la patria”. O en Checoslovaquia, cuando el proyecto democratizador de Alexander Dubček era aplastado por los tanques soviéticos.

Pocos años después a Sanguinetti le tocará enfrentar el ascenso del autoritarismo en su propio país, cuando en junio de 1973 el entonces presidente Juan María Bordaberry disuelve el Parlamento y crea, con el ejército, una dictadura cívico-militar. Sanguinetti, que ya había renunciado al Ministerio de Educación desde fines de 1972, renuncia también a la dirección de la Comisión Nacional de Artes Plásticas y se opone pacíficamente a la dictadura. Su “Crónica íntima del golpe uruguayo”, una serie de artículos publicados en La Opinión de Buenos Aires, Excélsior de México y O Estado de S. Paulo en Brasil, y censurada por las dictaduras del Cono Sur, es un documento fundamental para comprender el ascenso del autoritarismo de derecha en la Guerra Fría latinoamericana.

Sanguinetti, un socialdemócrata laico, de centroizquierda, se opuso siempre a la dictadura en Uruguay. Su recuento de los años previos y posteriores al golpe del 73 propone una visión muy crítica de la derecha, pero también de la izquierda más violenta, incluido el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, al que pertenecieron Raúl Sendic y José Mujica, y que ahora forma parte del Frente Amplio que hoy gobierna. Sin embargo, Sanguinetti, quien no duda en reconocer que la línea oficial del comunismo uruguayo, por simpatía con el militarismo progresista de Velasco Alvarado en Perú, favoreció el golpe, es sumamente respetuoso en sus alusiones a Sendic, Mujica y otros exguerrilleros, así como en su valoración de la apuesta pacífica y constitucional de Carlos Quijano y Marcha, la principal publicación de la izquierda uruguaya en aquellos años.

El cronista y la historia de Julio María Sanguinetti es la bitácora ejemplar de un demócrata en la Guerra Fría latinoamericana. Su recorrido termina en años recientes, cuando detecta un “agotamiento del ciclo populista”, a partir de la crisis de los regímenes bolivarianos luego de la muerte de Hugo Chávez. La emergencia de liderazgos como el de Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil podría contrariar dicha tesis: el populismo no se agota sino que se desplaza a la derecha y desde allí replantea su asedio a la democracia. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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