Las tres rupturas de Chile

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“Las pasiones que agitan mรกs profundamente a los americanos son las pasiones comerciales y no las pasiones polรญticas; o, mejor aรบn, ellos transportan hacia la polรญtica los hรกbitos de los negociosโ€. Asรญ describรญa Tocqueville las diferencias entre los norteamericanos y los europeos. Esto mismo permite representar de forma extraordinariamente adecuada el sentido del cambio que Chile ha experimentado en las รบltimas tres dรฉcadas.

Durante los aรฑos sesenta y hasta comienzos de los setenta, la clase dirigente chilena soรฑaba con alguna revoluciรณn. Pues bien, รฉsta se realizรณ, aunque probablemente en un sentido diferente al esperado por sus mรกs ardientes propulsores. Lo que ocurriรณ fue un dramรกtico cambio de rumbo hacia un capitalismo liberal inspirado en el paradigma estadounidense, y la eliminaciรณn gradual pero sistemรกtica de todos los vestigios del โ€œmodelo europeoโ€ (o, mรกs estrictamente, francรฉs) impulsado por las elites chilenas durante gran parte del siglo XX.

Parรญs, Chicago, Boston

Fue bajo Pinochet que el capitalismo chileno dio un vuelco radical desde el modelo europeo al estadounidense. Se instaurรณ un capitalismo fuertemente liberal, con un orden institucional orientado a proteger la propiedad privada y los derechos individuales antes que los bienes llamados pรบblicos. Un sistema pรบblico de protecciรณn social que se concentrรณ en respaldar a los mรกs pobres, dejando la movilidad social como materia privada, ligada al esfuerzo y mรฉrito individual. Una cultura en que la libertad y el prestigio de los individuos se obtienen en el acceso a la propiedad y al consumo, con el consiguiente culto al enriquecimiento personal y al crecimiento econรณmico, y una exigente รฉtica de trabajo, con jornadas tan prolongadas que sitรบan a Chile entre los paรญses del mundo donde mรกs horas se dedican a actividades laborales. Paralelamente, una cada vez mรกs baja disposiciรณn de la poblaciรณn acomodada a distribuir los recursos en beneficio de los pobres. En fin, la persistencia de los altos niveles de fragmentaciรณn y desigualdad social que ha mostrado Chile a lo largo de su historia, con un sistema educacional altamente discriminatorio, un mercado de trabajo que no promueve la meritocracia, y sofisticados sistemas de segregaciรณn urbana.

Desde otra perspectiva, la democracia chilena se ha consolidado, pero con instituciones y prรกcticas que la alejan de la tradiciรณn anterior a 1973, acercรกndola otra vez al modelo estadounidense: un sistema bipartidista, con dos bloques polรญticos que compiten fieramente pero que cooperan entre sรญ, pues ambos respetan las reglas democrรกticas y comparten la adhesiรณn a los principios del sistema econรณmico y social imperante. Quedan marginalizadas del escenario institucional las fuerzas polรญticas mรกs crรญticas al sistema, que podrรญan galvanizar una oposiciรณn mรกs frontal al mismo. En forma paralela, se refuerzan poderes independientes (como el judicial, el Tribunal Constitucional y el Banco Central), que actรบan como contrapeso de los รญmpetus reformistas de eventuales mayorรญas polรญticas. Y como en Estados Unidos โ€“y a diferencia de Europaโ€“, todo esto coincide con la persistencia de una elevada tasa de religiosidad.

El modelo descrito se estructurรณ inicialmente, bajo el rรฉgimen militar, como un capitalismo y una democracia liberales en el estilo de los sectores mรกs conservadores de Estados Unidos, encarnados en el Partido Republicano; para ponerlo en tรฉrminos geogrรกficos, el del Medio Oeste. Sin embargo, desde 1990, los gobiernos de centro-izquierda de la Concertaciรณn de Partidos por la Democracia, sin pretender revertir la matriz liberal del modelo, han cambiado su hoja de ruta, introduciendo diversas reformas orientadas a favorecer la inclusiรณn social. Han incorporado nuevos objetivos al sistema econรณmico, como la equidad, el incentivo a la competencia y la protecciรณn del medio ambiente. En lo social, se ha mejorado y ampliado la red de protecciรณn social y reintroducido el apoyo del Estado a los esfuerzos de movilidad social, lo que va en ayuda especialmente de las clases medias. Las reformas tambiรฉn han apuntado a potenciar los espacios pรบblicos y darle un lugar mรกs preeminente a la cultura. Con lo anterior, la Concertaciรณn ha representado otra versiรณn del sueรฑo americano, aquella mรกs social-liberal que se representa en el Partido Demรณcrata y se encuentra de preferencia en las costas, especialmente en la Costa Este.

Esto es lo que explica el รฉxito de la Concertaciรณn: representรณ el cambio, la reforma, pero no la ruptura del capitalismo liberal de sello estadounidense. Otra versiรณn del mismo modelo, una mรกs incluyente; si se prefiere, un poco mรกs europea. Y el resultado es un paรญs muy diferente al Chile de la dictadura. Dicho de otro modo, si Pinochet trasladรณ el imaginario chileno desde Parรญs a Chicago, la Concertaciรณn lo desplazรณ desde Chicago a Boston. No es poca cosa.

Rupturas modernizadoras

ยฟCรณmo se produjo un cambio tan radical? Visto en perspectiva, Chile ha experimentado un proceso de modernizaciรณn de corte liberal que se fue consolidando a travรฉs de tres rupturas, cada una de las cuales significรณ un nuevo impulso al cambio.

La primera ruptura, impuesta en la segunda mitad de los aรฑos setenta y que reciรฉn vino a madurar a mediados de los ochenta, fue el quiebre con el orden econรณmico-social de tipo europeo, que tenรญa como centro al Estado y como vehรญculos de movilidad a los partidos polรญticos, los sindicatos y los gremios. Dicho orden, que desde el segundo tercio del siglo xx habรญa contado con el respaldo de la izquierda, del centro e incluso de la derecha, prevaleciรณ hasta 1973. El gran protagonista de su ruptura fue Pinochet, con mรฉtodos como la supresiรณn de las libertades bรกsicas y la violaciรณn masiva de los derechos humanos. Fue รฉl quien introdujo un modelo econรณmico basado en mercados libres, en la apertura comercial, en el rol subsidiario del Estado y en el papel central de la empresa privada incluso en campos que parecรญan prohibidos por su carรกcter estratรฉgico, como la previsiรณn, salud, educaciรณn, telecomunicaciones y energรญa, entre otros.

El efecto sociolรณgico de esta ruptura fue la consolidaciรณn paulatina de una sociedad de mercado. En รฉsta, el individuo sรณlo confรญa en su esfuerzo, del cual depende el triunfo, como tambiรฉn la derrota. El trabajo y la educaciรณn (en la que los individuos invierten fuertemente, para ellos mismo y su descendencia) son visualizados como las รบnicas palancas del progreso personal. La condiciรณn de consumidor se impone a la de ciudadano, y a รฉste se le trata con las mismas tรฉcnicas utilizadas para dirigirse al consumidor: la promesa de una maximizaciรณn de su interรฉs individual. La construcciรณn de la biografรญa e identidad de cada cual se autonomiza de la pertenencia a grupos o corporaciones. La energรญa individual se destina a defender los derechos e intereses propios antes que a promover causas o fines colectivos. Lo que se reclama es la falta de transparencia del mercado o la falta de oportunidades para el despliegue de las capacidades individuales, antes que la injusta distribuciรณn de beneficios por parte del Estado. Una sociedad, en fin, donde el fracaso es un problema de cada cual y no de un sistema frente al cual se puede protestar, y ante el cual sรณlo se cuenta con la familia como red de protecciรณn. Este nuevo tipo de sociedad ha experimentado muchas mutaciones, especialmente con la refundaciรณn de la democracia en 1990; pero sus coordenadas bรกsicas se han mantenido desde su instauraciรณn hasta hoy.

La segunda ruptura que dio impulso al proceso de modernizaciรณn de tipo liberal fue la experimentada por Chile entre 1988 y 1990. Se trata del quiebre del orden polรญtico autoritario y transiciรณn a la democracia, que tomaron una forma pacรญfica, institucional, negociada, lo que evitรณ traumas como los que creรณ la ruptura anterior. Pinochet creรณ una sociedad mรกs liberal, y la misma terminรณ expulsรกndolo del poder a partir del referรฉndum de 1988. Ahora bien, la agrupaciรณn de centro-izquierda que se hizo del gobierno en 1990 (y que lo mantiene hasta hoy) tuvo el pragmatismo (o la sabidurรญa) de asumir que la reinstauraciรณn de la democracia habรญa sido posible por la maduraciรณn del nuevo orden, no por su fiasco ni su ruina; en consecuencia, no rompiรณ con el modelo creado por Pinochet, sino que le introdujo cambios significativos.

La transiciรณn chilena, cuya principal figura es su primer presidente, Patricio Aylwin, supo manejar notablemente bien las expectativas y tensiones de esa รฉpoca, en especial las vinculadas a la violaciรณn de los derechos humanos bajo la dictadura militar. Al mismo tiempo, supo legitimar, reformar y proyectar el nuevo orden socioeconรณmico liberal, que ha revelado mucha mรกs solidez de la esperada. No se ha sostenido รบnicamente en una institucionalidad creada bajo la dictadura, sino en una cultura polรญtica nueva, mรกs proclive al acuerdo pragmรกtico entre los diferentes actores polรญticos que a la confrontaciรณn ideolรณgica propia de los aรฑos sesenta. Este nuevo orden tiene como rasgo central en lo polรญtico una estructura bipartidista que, en vez de diluirse a medida que la transiciรณn queda atrรกs, se ha acentuado al punto de que ha dejado un espacio muy estrecho para una tercera fuerza, sea de izquierda o de derecha.

El actual esquema bipartidista es muy diferente a los tres polos (derecha-centro-izquierda), altamente diferenciados social e ideolรณgicamente, en torno a los cuales estuvo organizada la democracia chilena antes de 1973. Tal estructura, que acercaba Chile al patrรณn polรญtico europeo, se basaba en un sistema proporcional que promovรญa la representaciรณn de fuerzas minoritarias, las cuales ejercรญan presiรณn a favor de polรญticas redistributivas. Lo que hay ahora, en cambio, se parece mรกs al esquema norteamericano, basado en un sistema mayoritario con un gran Partido Demรณcrata (la Concertaciรณn), por un lado, y por el otro un gran Partido Republicano (la Alianza). Y al igual que ocurre entre las agrupaciones estadounidenses, las diferencias entre las dos coaliciones chilenas no son abismales, como lo eran entre la izquierda y la derecha antes de 1973.

Muchos supusieron que la estructura bipartidista era producto de la oposiciรณn a la dictadura militar, y que desaparecerรญa junto con la extinciรณn del peligro autoritario y la consolidaciรณn de la democracia, lo que llevarรญa de vuelta al esquema histรณrico de los tres tercios. Pero las coaliciones creadas bajo la dictadura han resultado duras de matar. Es cierto que su existencia se ha visto facilitada por el sistema electoral de carรกcter binominal, pero la fuerza del bipartidismo va mรกs allรก de un esquema jurรญdico-legal. Ambas coaliciones โ€“y en especial la Concertaciรณnโ€“ han producido en la poblaciรณn una identificaciรณn que supera la que generan los partidos que las constituyen; sumadas, han conseguido regularmente el respaldo de mรกs del noventa por ciento de los electores, sin que haya logrado emerger una tercera fuerza poderosa, sea comunista, ultraizquierdista, verde o altermundista.

El tercer impulso modernizador se produjo a partir de 2000, con la elecciรณn de Ricardo Lagos, que significรณ el quiebre del orden oligรกrquico-conservador, aquรฉl que permitรญa a las elites de todo tipo โ€“polรญticas, econรณmicas, espiritualesโ€“ gozar de un alto grado de inmunidad ante el escrutinio pรบblico, mantener ciertos rasgos culturales ajenos a un orden moderno liberal, y convivir con una relativa indiferencia frente al tema de la desigualdad social.

Todos somos socialdemรณcratas

La ruptura con el orden oligรกrquico-conservador es el hilo que une muchos de los episodios que caracterizaron el gobierno de Lagos (2000โ€“2006): el amplio acuerdo alcanzado para la aprobaciรณn de una ley de divorcio y el fin de la censura cinematogrรกfica; la atenciรณn prestada a zonas oscuras de la sociedad, como la pornografรญa infantil y el abuso de menores; la desacralizaciรณn de las elites, sometidas a una evaluaciรณn cada vez mรกs inquisidora por parte de los medios de comunicaciรณn; la disposiciรณn de la sociedad chilena a incorporar el pasado (incluyendo sus episodios mรกs traumรกticos, como la violaciรณn de los derechos humanos bajo la dictadura) en la memoria de la naciรณn; la fuerte reacciรณn pรบblica ante casos de corrupciรณn, que condujo a implantar mecanismos mรกs transparentes en la gestiรณn del Estado; el restablecimiento de la supremacรญa civil sobre las Fuerzas Armadas y la eliminaciรณn en la Constituciรณn Polรญtica de los รบltimos resabios no democrรกticos; y, last but not least, la elecciรณn como presidenta de la Repรบblica de una mujer socialista e hija de militar, madre soltera y vรญctima directa de la represiรณn pinochetista.

Todos esos acontecimientos, aparentemente desvinculados entre sรญ, apuntan en la misma direcciรณn: la emergencia de una sociedad mรกs horizontal y transparente, dispuesta a sacar sus fantasmas de los armarios, a enjuiciar a sus grupos dirigentes sin la inhibiciรณn de las invocaciones morales, y a enfrentar conflictos sin el temor a la amenaza de un retorno autoritario. En lรญnea con esa voluntad de destapar temas que parecรญan tabรบ, surgiรณ en la arena pรบblica el debate en torno a la desigualdad social. Hasta entonces las elites hablaban de pobreza โ€“vista como un fenรณmeno que se podรญa enfrentar con las herramientas institucionales disponibles y de manera relativamente exitosa en el corto plazoโ€“, pero no de desigualdad. Esta รบltima siempre fue considerada un fenรณmeno social extraordinariamente complejo frente al cual las polรญticas pรบblicas sรณlo podรญan obtener resultados en el largo plazo, mientras cualquier ansiedad al respecto implicaba el riesgo de provocar un descalabro en otras รกreas, como la econรณmica o la polรญtica. La nueva visiรณn ayudรณ a reponer la lucha contra la desigualdad social como un mandamiento รฉtico, no sรณlo como un imperativo polรญtico o ideolรณgico. La cuestiรณn social o, mejor aรบn, la cuestiรณn de la moral social, retomรณ asรญ derecho de ciudadanรญa. Asรญ, en la รบltima campaรฑa presidencial (2005) ocurriรณ algo curioso: de la izquierda a la derecha, la promesa de una mayor protecciรณn social desalojรณ a la oferta de crecimiento econรณmico, que habรญa marcado todas las contiendas electorales desde la reinauguraciรณn de la democracia.

Lo que se ha producido en Chile, entonces, es un deslizamiento geolรณgico de proporciones: todos, izquierda, centro y derecha, son ahora socialdemรณcratas. Esto quiebra completamente la estructura de pesos y contrapesos a partir de la cual el sistema se habรญa conformado desde 1990 en adelante.

Pero los cambios de los รบltimos tiempos no se han limitado a los postulados programรกticos. La clase polรญtica tambiรฉn se renovรณ. Esto se expresรณ principalmente en la Concertaciรณn, donde figuras jรณvenes, con identidad popular y regional, han comenzado a desplazar a la aristocracia polรญtica de la transiciรณn. Hoy emerge una nueva generaciรณn polรญtica. Y, como ya se seรฑalรณ, la ruptura con el viejo orden se revela especialmente en el hecho inรฉdito de tener a una mujer como Presidenta de Chile.

Nuevas preguntas

Chile quebrรณ con la identidad europea que lo marcรณ durante casi un siglo en un proceso que no por continuo fue menos desgarrador. El mercado estรก diseminado en todos los intersticios de la vida (empleo, educaciรณn, salud, previsiรณn). Esto tiene muchas virtudes, que no viene al caso mencionar aquรญ, pero es indiscutible que el imperio del mercado vuelve la vida de las personas menos previsible, mรกs precaria. Junto con el mercado, en Chile se ha multiplicado la competencia: ambas cosas, de hecho, van de la mano. Consecuencia de ello es la tendencia a que todas las relaciones (incluso aquellas entre las personas o, mรกs aรบn, entre familiares) estรฉn regidas โ€“o al menos teรฑidasโ€“ por la dimensiรณn utilitaria, por la ilusiรณn de aprovecharlas para โ€œhacer un negocioโ€, para โ€œestablecer un contactoโ€, para โ€œcrear redesโ€.

Cada chileno y chilena ha tenido que adherir, en los hechos, a este nuevo mundo. La mayorรญa ha debido pagar โ€“y sigue pagandoโ€“ un alto precio por esta adaptaciรณn, y los resultados para muchos son mรกs bien mediocres, muy alejados de las expectativas que suele despertar el mercado. Hasta hace un tiempo, el dolor, la angustia, la frustraciรณn ante tales resultados se trasladaban al รกmbito privado. Esto cambiรณ en los รบltimos aรฑos, cuando comenzรณ a surgir un sordo pero creciente malestar con el nuevo capitalismo de corte liberal, que ha empezado a encarnarse en movimientos que se despliegan en el รกmbito pรบblico, principalmente en torno a materias relativas a la igualdad de oportunidades o el combate a la desigualdad. No es casual que, hoy en dรญa, en el discurso de todas las corrientes polรญticas tengan prioridad esos temas, como antes la tuvo el crecimiento econรณmico.

Pero brotan tambiรฉn otros dolores, malestares y sinsabores acumulados en el rรกpido proceso de cambio al que han estado sometidas la sociedad chilena y las vidas individuales de cada uno de sus miembros. Muchos de esos dolores tienen su origen en la erosiรณn de los vรญnculos comunitarios y en el sentimiento de aislamiento, soledad y desprotecciรณn que genera esa pรฉrdida.

El debilitamiento del espรญritu comunitario fue uno de los costos que se pagaron por un capitalismo liberal que extendiรณ desenfrenadamente las relaciones de mercado. Quizรก esto era inevitable. Pero en la medida en que รฉste se ha estabilizado y se pueden apreciar con mรกs rigor sus luces y sus sombras, los chilenos sienten el malestar que les produce la carencia de vรญnculos desinteresados que mitiguen la incertidumbre en que viven, los acojan y reconforten en caso de dificultades. Una primera fuente de protecciรณn a la que se recurre es la familia, a la cual en Chile se le sigue otorgando โ€“otra vez siguiendo el patrรณn estadounidenseโ€“ un lugar central como factor de bienestar.

En el mismo registro comunitarista hay que comprender el hecho sin precedentes de que una mujer haya sido elegida presidenta de la Repรบblica. Los chilenos y chilenas andaban en bรบsqueda de un liderazgo menos utรณpico y mรกs cotidiano, menos dirigista y mรกs acogedor, menos estructurante y mรกs compasivo, menos autoritario y mรกs participativo, menos volcado a la reforma de las estructuras o sistemas y mรกs inclinado al bienestar de las personas. Esto fue lo que encontraron en Michelle Bachelet. Ahora que ya ejerce la primera magistratura, ยฟno comenzarรกn rรกpidamente a echar de menos un patrรณn de liderazgo mรกs convencional, mรกs autoritario, mรกs masculino, especialmente ante la amenaza de una alteraciรณn al orden pรบblico? Es temprano, todavรญa, para tener una respuesta.

Y aรบn otras preguntas, todavรญa mรกs fundamentales, se han abierto camino en el รบltimo tiempo. En su carrera por alcanzar un capitalismo y una democracia de corte liberal, Chile rompiรณ con el orden econรณmico burocrรกtico en los ochenta, con el orden polรญtico autoritario en los noventa y con el orden oligรกrquico-conservador en los 2000, y dio nacimiento a una nueva sociedad. Ahora bien: ยฟera รฉsta la tierra prometida?; ยฟquiere la sociedad chilena hacia delante mรกs de lo mismo, o algo diferente?; en el afรกn por avanzar mรกs rรกpido, ยฟquiere ser todavรญa mรกs flexible, incluso al costo de incrementar el sentimiento de inseguridad de las personas, o prefiere avanzar mรกs lento pero reducir la ansiedad que la corroe?; ยฟquiere seguir el curso de aquellos paรญses industrializados en que la prosperidad entrรณ en conflicto con sus รญndices de felicidad, o prefiere intentar un camino diferente que no conduzca a ese callejรณn sin salida?

ร‰stas son las preguntas que la sociedad chilena, ya mรกs estabilizada, se comienza a hacer. Y no quiere la respuesta de las elites; quiere responderlas ella misma, como lo han revelado las numerosas movilizaciones sociales en los aรฑos recientes, en especial la de los estudiantes secundarios en el otoรฑo de 2006. Las respuestas no estรกn claras; pero el solo hecho de hacรฉrselas parece revelar que Chile ha tenido รฉxito en su camino hacia un capitalismo y una democracia liberales. ~

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