Es posible que, durante años, este blog haya abusado de la paciencia de sus pocos lectores con la mismas ideas una y otra vez, en el mejor de los casos dichas de manera diferente. Una recurrente: que mientras no cambiemos la manera como hablamos de literatura, la mayoría de las campañas de fomento a la lectura están condenadas al fracaso. En general, el fallo consiste en normalizar prejuicios contra la lectura, en reproducir lugares comunes sobre “el valor” y “la superioridad” de los lectores y en confundir, insistentemente, la lectura con una transacción monetaria. Ahí están, por ejemplo, las fotografías de famosos de la televisión posando con libros o las publicidades chistosas de la librería amarilla.
(Aclaración: nada contra las librerías, habría que aclarar. Qué bueno que todavía existan y ojalá que hubiera más, porque algo que sí hace bien la librería amarilla es generar comunidad, convertir sus edificios en algo más que bodegas de libros, y en eso acierta.)
Por supuesto, nada es tan simple como despertarse temprano un domingo y escribir la entrada de un blog. Cambiar la forma en que hablamos de libros implica cambiar la forma en que pensamos sobre libros: allí está la verdadera dificultad.
Aquí hay un ejemplo que me llega gracias a dos buenos amigos de tuiter:
“Vivimos en un entorno de crisis de lectura que va acompañado con una crisis de la competencia básica para la productividad, dependiente de una deficiente alimentación”.
Así se presenta una nueva campaña publicitaria de fomento a la lectura llamada Tulunchbox1. Obviemos la deficiente redacción, que falla en conectar los tres elementos de la frase. Se trata, al parecer, de que si la gente come y lee, entonces produce más: “Preocupémonos por formar lectores bien alimentados. Lo demás nos será dado por añadidura”, dicen.
(Paréntesis sobre ideologías: hay que notar las similitudes entre este discurso empresarial de la productividad y el religioso: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura”. Mateo 6:33).
Esta idea genial para formar lectores bien alimentados consiste en lo siguiente: vender manteles de papel (“manteletas”, les llaman) en donde los comensales de los restaurantes encuentran poemas y pequeñas narraciones: “la manteleta LEE engancha al comensal en una lectura que puede continuar en un libro”. O no, parece sugerir la propuesta.
Hay más:
“Desgraciadamente para fomentar la lectura no se requiere solo hacer programas de fomento a la lectura y presentar los libros de manera muy atractiva.”
Es muy difícil resistir el chiste de que, evidentemente, los creadores de esta campaña jamás han estado en la presentación de un libro; igual de difícil que no preguntarse de dónde vienen estas grandes ideas para cambiar el mundo.
¿Cómo es posible saber del interés de estos emprendedores por los libros? Ayudaría, por ejemplo, que en la campaña dedicara un momento a hablar del tipo de lectura que piensan incluir, a cómo las seleccionan y a quién piensan que pueden ir dirigidas. Algo parecido, digamos, a una estrategia de fomento a la lectura. Lo que hay, sin embargo, es lo siguiente: “Con esa premisa el grupo de editores de Organización Riga decidió presentar la Mantelete LEE con fragmentos de libros como contenido”.
Eso es todo. Este genuino interés por la lectura se resumen en la palabra “contenido”, como si un libro fuera una cosa de papel o electrónica –el mantel simula ser una tableta– que adentro tiene otras cosas: contenidos.
¿Cómo es posible saber del interés de estos emprendedores porque la gente coma bien? Muy fácilmente: se dedican a vender manteles. Según esta lógica, basta con vender casas para combatir el problema de la gente que vive en la calle, o con vender muchos más coches para solucionar el problema de la movilidad pública.
Pero lo reconozco, estas preguntas son abusivas. El problema es la palabra “vender”. A nadie se le ocurría preguntar si el dueño de una cervecería es alcohólico, pero sí queremos que las personas que deciden fomentar la lectura sean lectores. ¿Por qué? Porque leer no es un producto, sino una práctica. Nuestra época neoliberal requiere que toda práctica tenga un fin útil, es decir, que genere dinero; de allí que el discurso empresarial esté interesado en relacionar la productividad con la lectura: mira, ven, lee un libro, siéntete mejor y produce más.
El problema, insisto, no es la idea en sí misma: qué bien que cuando va a la fonda de la esquina, el mantel nos reciba con versos de Nicanor Parra, sino el maquillaje ideológico y el disfraz de la preocupación porque otros lean.
De repente todos los libros se han convertido en literatura de superación personal, lo que obliga a volver a principio de todo esto, es decir, a lo difícil que es cambiar la manera en que hablamos y pensamos la literatura. A pesar de todas estas confusiones, una de las justificaciones de este proyecto es cierta: que las librerías, las editoriales y los medios de comunicación “ofrecen sus libros con un marketing que va dirigido a los que gustan por la lectura”.
¿Para quién se escribe una reseña?, ¿para quiénes se organizan los encuentros de escritores y las ferias del libro?, ¿en quiénes está pensando uno cuando escribe, un domingo, su blog?, ¿para quiénes se editan los suplementos culturales? Detrás de estas preguntas están los críticos que se sienten superiores por leer, supuestamente, más y mejores cosas que los otros, los que destrozan libros porque pueden, los que descreen de todo lo que no se parezca a lo que piensan; también los escritores preocupados por mantener y promover la cofradía de los elegidos, los que representan –en su sentido performativo– tan bien su papel de escritor que a veces ni siquiera escriben, los que publican sólo porque pueden, los que descreen y se mofan de la crítica y la teoría aunque ellos mismos sean incapaces de argumentar una idea en más de dos párrafos; también los profesores de literatura que no leen, los editores que se sienten dueños de la literatura, los lectores que leen para humillar a otros.
La pregunta que hace la gente de las manteletas tiene cierta relevancia y demuestra que, más que la enfermedad, ellos son un síntoma: ¿Y el resto?
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1. En su sección de “alianzas”, Tulunchbox.com menciona a: 1) la campaña “Leer para descubrir”, cuya cara más aparente consiste en inundar las ciudades con fotos de famosos posando con libros, 2) Una guía de restaurantes en internet; y 3) el Conaculta.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.