¿Y ahora de cuál fumó?

Hay razones legítimas para esgrimir a uno lado u otro lado del debate sobre la legalización de la marihuana. Lo que no se vale es intentar silenciar la discusión, como quiere López Obrador. Para eso ya tenemos al gobierno de EEUU y a los narcos.
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Andrés Manuel López Obrador siempre ha creído que él -y solo él- tiene la facultad de nombrar a los aliados y adversarios de su movimiento, aunque para ello tenga que hacer malabares discursivos. Así, por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari es el enemigo público número uno, pero varios de sus colaboradores más cercanos, Manuel Camacho, Ricardo Monreal, etcétera, son o fueron adalides de la democracia;  Gerardo Fernández Noroña es ahora un paria entre los lopezobradoristas, mientras que Manuel Bartlett se sienta a la derecha del líder. Adicionalmente a ese poder de nombrar al amigo y al enemigo -a la Carl Schmitt-, López Obrador acaba de arrogarse el derecho a decidir cuáles políticas públicas son un legítimo tema de debate y cuáles no. El truco para realizar la operación anterior es también schmittiano; consiste en invocar al Enemigo, ante cuya maldad toda buena intención palidece, como patrocinador de la política pública que se desea ningunear.

Esa es la estructura del último argumento de López Obrador: la propuesta de legalizar la marihuana es una iniciativa de Salinas de Gortari, operada a través de su personero Vicente Fox, para distraer a la opinión pública de los planes de cobrar IVA en alimentos y medicinas y privatizar el petróleo. Y así, de un plumazo, décadas de discusiones y propuestas de colectivos de jóvenes y organizaciones de izquierda para despenalizar el consumo de la marihuana, y así arrebatarle al Estado un pilar jurídico para el acoso y criminalización de los jóvenes e iniciar una ruta más humana y realista para combatir el narcotráfico, quedan reducidas a una estratagema del genio del mal Salinas para “distraer” a los aguerridos mexicanos de la defensa del petróleo.

¿Qué se imaginará López Obrador? ¿Que luego de la legalización de la marihuana todos los mexicanos vamos a estar tan pachecos que reaccionaremos a la privatización de PEMEX con un letárgico “chaaaale, qué mala ooooonda, carnal, pero ya corre ese tooooque”? ¿Pensará que luego de tantos años de fumar mota de mala calidad a los promotores de la legalización que a la vez son defensores a ultranza del status quo de PEMEX ya sólo les funciona un hemisferio cerebral y no pueden procesar más de una política pública a la vez? ¿Por qué se afana en describir a la opinión pública como una bola de gatitos que se entusiasman con cualquier madeja de estambre que se les arroje?

Concedámosle un punto a López Obrador; la irrupción de Vicente Fox en la discusión -tanto en México como en Estados Unidos– sobre la legalización de la marihuana fue menos que bienvenida. El expresidente tiene una curiosa variante del don del Rey Midas que convierte en bufonería todo lo que toca. No sólo se esforzó Fox en defender la legalización desde el punto de vista del combate al narcotráfico, sino que también se apuntó alegremente como futuro empresario de la marihuana. Sin embargo, por muy variopintos que sean los argumentos de Fox y sin descartar el enorme grado de responsabilidad que le cabe a su administración por el desastre actual de la política mexicana de combate a las drogas, su intervención ilustra un punto fundamental en el debate sobre la marihuana: los argumentos de mayor peso para su legalización son razones de mercado.

Un reportaje reciente de la Radio Pública Nacional de Estados Unidos (NPR, por sus siglas en inglés) ilustra el argumento capitalista a la perfección. La reportera sigue las peripecias de un dealer que decidió mudarse de California, donde se ha despenalizado el consumo médico de la marihuana, a Nueva York, donde su venta, posesión y consumo siguen siendo completamente ilegales. Su razonamiento es de libro de texto sobre teoría de precios: “Hay mucha mota en Nueva York; solo existe una ilusión de escasez, de eso es de lo que me aprovecho (para incrementar las ganancias)… Este es un mercado negro, no hay suficiente información para los consumidores". En contraste, California se ha convertido en un mercado más “simétrico”, en el cual el flujo de datos sobre precios, calidad, oferta y demanda les permite a los consumidores tomar decisiones más informadas y, por ende, las ganancias y el poder de los dealers se reducen.

El debate sobre la marihuana se ve cada vez más dominado por este tipo de razonamientos y, por ello, el espectro del apoyo a la legalización se ha ampliado considerablemente, a tal punto que ahora la figura central ya no es el joven bohemio o marginado que defiende su derecho a consumir un producto injustamente estigmatizado (si lo comparamos con el alcohol y el tabaco, por ejemplo) libre de acoso policial, sino crecientemente el empresario hipster que puede compensar las reducidas ganancias de la venta legal de marihuana con la oferta de valor agregado (el bar, la música, la variedad del producto) en su consumo.

He ahí un posible argumento de izquierda para oponerse a la legalización: la eventual emergencia de una poderosa clase empresarial que lucre legalmente con la adicción de millones de personas y reproduzca patrones de explotación en la producción de marihuana, como ocurre en la industria del alcohol o el tabaco. He aquí otro: informes de Holanda, país pionero en la legalización de la marihuana, indican la existencia  de un “turismo de drogas” acompañado de mayores niveles de delitos menores y dependencia económica de ese tipo de turismo de excesos que bien conocemos en la frontera y en las playas de México.

Hay razones legítimas para esgrimir a uno lado u otro del debate sobre la legalización de la marihuana. A mí me entusiasma particularmente la imagen de la legalización como un acto de afirmación de la soberanía de los mexicanos, cansados de poner los muertos mientras los estadounidenses no hacen nada serio para combatir su inmenso apetito de estupefacientes y nos exigen seguir pagando los peores costos de su fallida “guerra contra las drogas”.

Lo que me parece extremadamente deshonesto es escudarse en una nueva teoría conspirativa barata, tal y como lo acaba de hacer López Obrador, para descalificar los esfuerzos de quienes llevan años buscando abrir un debate cerrado por la mojigatería y por los intereses de quienes más tendrían que perder con la legalización de la marihuana. Si uno no tiene nada que opinar en una discusión, ya sea por un legítimo desconocimiento del tema o por tener una postura propia ambigua, bien vale ejercer el derecho al silencio. Lo que no se vale es intentar silenciar la discusión. Para eso ya tenemos al gobierno de EUA y a los narcos.

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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