Chavela Vargas volvió a España con tres presentaciones en el Teatro Albéniz dentro del programa Madridencanto. El Martes 17 de junio fue su última aparición, y antes de comenzar el concierto comentó que se sentía muy desasosegada y triste. Sin decirlo, había en su voz un ánimo de despedida que el público le contestó demostrándole su admiración y pidiéndole que vuelva; alguien incluso le rogó que no se muera nunca. Comenzó el concierto con “La Macorina”, de Alfonso Camín y la propia Chavela. Continuó con el bolero cubano “Sombras”, de Carlos Brito, y “Las cosas simples”, de Armando Tejada Gómez. Siguió con “El andariego” y “Luz de luna”, de Álvaro Carrillo, y con “Se me hizo fácil”, de Agustín Lara, e interpretó “Un mundo raro”, “Vámonos”, “El último trago” y “Volver”, de José Alfredo Jiménez, así como “Cruz de olvido” de Juan Zaizar, “Soledad”, de Chava Flores y “La noche de mi amor”, de Consuelo Durán. Terminó su presentación con “La llorona”, un clásico de la cultura popular mexicana que la cantante ha convertido en su obra maestra. La cantidad de matices y emociones que su voz de mujer de más de ochenta años es capaz de convocar en esta canción no tiene igual en la música mexicana; una voz que, enmarcada en largos y oscuros silencios, crea una atmósfera de intimidad, de proximidad, que hace posible que cada fraseo sea dicho como un susurro, como un secreto pronunciado al oído, como si entre el espectador y Chavela Vargas se creara una intimidad tan próxima que hiciese desaparecer de pronto al resto del auditorio.
Algunos días antes de sus presentaciones en Madrid, Chavela asistió al programa Hora México, que se transmite la noche de los lunes por Radio Círculo de Bellas Artes, en el 100.4 de fm. Ahí conversó con quienes formamos parte de la mesa de redacción, Alejandro Aura, María Cortina, Enrique Helguera y yo mismo, así como con Toya Arechavala, quien en más de una ocasión ha acompañado a Chavela en la guitarra en sus presentaciones españolas, y productora artística de su último trabajo discográfico.
Chavela Vargas no nació en México, sino en Costa Rica y, sin embargo, es una artista imprescindible de la cultura mexicana del siglo veinte. ¿Tú cómo te ves?
Como una vieja loca que ama su tierra, que ama México, que ama lo hermoso, que ama la verdad. ¿Que soy un ser medio raro? Sí. Creo que estoy bastante loca, pero hay locos lindos y locos desgraciados, y yo soy de los bonitos. Estoy muy orgullosa, he llevado un mensaje de México por el mundo, y muchos mexicanos de verdad, nacidos ahí, no lo hacen.
Cuando hablas de México lo haces con orgullo, pero también con nostalgia y amor a un México que ya no existe. ¿Cuál es el México de entonces y cuál es el de hoy?
El México de antes era un México para enamorarse de él, de su gente, de sus noches, de sus cosas. El de hoy es un gigante inmenso que está dormido, está quieto. El día que despierte que se encomienden todos, yo no sé a quién, pero van a volar patadas que pa’ qué describo. Y ése es el México que estoy esperando que despierte.
Un nombre de ese México del que te enamoraste: María Antonia Peregrino, Toña La Negra.
Doña Toña La Negra era lavandera en Veracruz, en el barrio de La Bombilla. Ahí cantaba lavando ropa, y se oía la voz de la señora en el río cuando cantaba boleros y era de parársele el pelo a las compañeras con aquella voz de la jarochota preciosa, una voz divina. Alguien le dijo a Agustín Lara que había una muchacha en Veracruz que cantaba como los dioses y Agustín fue a conocerla. Habló con ella, la oyó cantar y se la llevó para México, y lo paró de cabeza con su voz increíble. El bolero cubano era un poco sensual y un poco sexual. Cuando llegó a México lo suavizaron, lo hicieron más dulce y lo cantaba, como digo, Toña La Negra. Luego apareció un charro cantor, don Jorge Negrete, que cantó un bolero y se le vino el mundo encima. ¿Cómo un charro va a cantar “Flor de azalea”? Lo cantó y se lo comieron. Luego vino Javier Solís, e hizo del bolero el bolero ranchero, y fue muy hermoso. Y Jorge siguió cantando boleros, también Pedro Infante, y el bolero se hizo una música de casa.
Y Cuco Sánchez…
Él tenía esa cosa de que no era gente de pachanga. Decir José Alfredo era decir pachanga; y con Álvaro Carrillo junto, pachanga y a ver qué pasa: balazos y de todo. Cuco no. Se acostaba temprano, y tenía ese defecto ante el pueblo mexicano: ser decente.
Nunca cerró las persianas del Tenampa….
…y creo que yo no le caía muy bien por borrachota.
Esos amaneceres en el Tenampa, ¿eran parte de la música, del corazón interpretativo de la música mexicana?
Eran parte de México. El México con el que la gente se quedaba deslumbrada. El México de Frida Kahlo, el México de Diego Rivera y Guadalupe Amor, el de los cantantes. Estaba entonces el movimiento de los pintores jóvenes, a los que les gustaba tocar la guitarra. Un día fui a una fiesta en casa de Diego Rivera. Estaban tocando los jóvenes pintores, y Diego les dijo: “Así me gusta verlos, de mariachis, porque de ahí no pasarán.”
¿En esa misma fiesta estaba Frida Kahlo?.
Sí, ahí estaba. Esa misma noche la bajaron en su camilla; venía vestida de tehuana, muy hermosa. Presidió la fiesta y todo era en honor de Frida, todo: Diego mismo, todo giraba alrededor de ella, porque era una mujer excepcional. Como ser humano y como artista dejó de ser ella para engrandecer a Diego, a mí me consta, lo viví muy de cerca. Se negó su propia genialidad. Pero era una mujer excepcional como artista, como esposa, como compañera, como revolucionaria, como todo. Y a veces le inventan romances, como con Trotski. Yo me divertía mucho con Trotski, y, como no les creía nada, le preguntaba a Frida: “¿Ustedes son comunistas o no?”, y me decía: “Pues ya ni sé, es tanto el enredo que ya no sé si somos comunistas o qué somos”. Ésa era Frida Kahlo.
¿Qué fue para ti participar en la película Frida?
Salma Hayek estaba en México de visita en una casa y preguntó quién le podía cantar en la película Frida una canción. La dueña de la casa me conoce y le dijo que Chavela Vargas. Salma preguntó si me podían localizar y nos reunimos al día siguiente a comer. Estando yo en la casa de visita llamó a la directora de la película, Julie Taymor, y le dijo: “Conocí a Chavela, está aquí y pienso que es la indicada para cantar en la película”. Julie, pues fascinada. Luego me preguntaron qué quería cantar y, como desde hace mucho tiempo traigo a “La llorona” detrás de mí, en todas partes la veo, pues esa canté.
¿Cómo comenzó tu relación tan fuerte con España?
España y yo nos enamoramos desde que nos vimos. Hubo un extraño maridaje de España conmigo, y le decía: “Señora España, qué tarde te conocí. Si no estuviera casada me enamoraba de ti”. Yo siento por este país una gran admiración, un gran respeto y un gran cariño; me parece tan culto, tan hermoso… Yo pienso que España es la hembra de Europa y México el macho de América, y de ahí la relación que tienen…
Chavela Vargas desapareció de la vida pública por razones personales. Muchos años después, más de los que se acostumbran para la reaparición de una artista, volvió una segunda Chavela Vargas a conquistar el mundo.
Es como un milagro. Si hay milagros en la vida ése es uno de ellos, porque hay cantantes que se retiran un año o dos y no vuelven, no pueden. Yo me retiré durante quince, volví y se me abrieron las puertas: esperaban que yo volviera. Es un caso hermosísimo.
¿Cómo fue el regreso?
Llegó alguien a mi casa y me dijo: “Conozco a las dueñas del bar El Hábito, Jesusa y Marcela Rodríguez”, y que me las iba a presentar porque tienen un lugar en Coyoacán en el que podía cantar. Llegué, canté en ese lugar y fue otra dimensión, otro público, otro mundo, otro todo.
Y otra vez el barrio de Coyoacán.
Siempre Coyoacán. Coyoacán y “La llorona” siempre me acompañan. Todo está escrito.
Y en este renacer, ¿cómo viniste a dar a España?
Aquí ando desde hace rato, no creas que acabo de venir. Vine en 1970 y no pasó nada. Me regresé a México y volví en 1990, y entonces sí. Tengo años de andar con la señora España.
Y en 1990, ¿quién te invitó?
Me trajo Manuel Arroyo, el editor de Turner. Me vio en El Hábito y me dijo: “Vámonos a España”. Yo no le creí, pensé: “Este señor tan raro…” Después hablamos y me vine, y aquí estoy.
Tus primeras presentaciones fueron en la Sala Caracol, que era una sala pequeña aunque tenía el encanto de ser una sala especializada en flamenco.
Y por primera vez viví en la Residencia de Estudiantes, donde Manuel consiguió que no me cobraran. Me enamoré de la Residencia y la Residencia también me quiere. Tengo el privilegio de vivir con todos los grandes del mundo, ahí vivo yo en Madrid, entre vivos y fantasmas. Imagínate: Picasso, Dalí, García Lorca…
A propósito de la libertad, ¿qué nos dices de tu canción “La Macorina”, tan estigmatizada, incluso prohibida aquí, en la España franquista?
Macorina es una mujer de una raza que se da en Cuba, mezcla de sangre china y negra. Esa gente es muy orgullosa, muy alzados, muy altivos. Y Macorina era hija de un chino y una negra. Bellísima mujer, una estatua, a la que los pintores pintaban y los poetas cantaban. Alfonso Camín me invitó una vez a una fiesta y estaba Macorina. Yo le dije: “Señora, algún día yo la llevo de la mano por el monte”. Macorina todavía no había muerto cuando oyó la canción, la logró oír.
Tanto en “Macorina” como sobre todo en “La llorona” llama mucho la atención que tienes cada vez más una forma de cantarlas absolutamente original, como si desestructuraras las canciones para buscar en ellas una especie de nueva coherencia interior, como otro tempo, que tiene más que ver con el espíritu…
Absolutamente. Tiene que ver con eso que llaman alma: eso es mi música. Y yo quiero que algún día se entienda que mi mensaje ya no es de la garganta, ya no es de disco, ya no es de concierto: es la voz inmensa del individuo humano que está callada, que no tiene nombre, que no puede llamársele de ninguna manera. Eso es lo que yo siento, eso es lo que no me deja morir hasta que la gente sepa que mi canto no es canto, que es algo más allá del dolor, más allá de la angustia, más allá del saber, más allá de todo, del arte en sí mismo. Estoy brincando cosas prohibidas, yo lo sé. Pero no me puedo ir hasta que consolide esto, hasta que lleve un mensaje directo a las almas de que yo no canto, de que estoy haciendo una cosa fuera de este mundo. Mucho atrevimiento, pero amo todo esto. Lo amo.
Eso es en parte lo que quisiste compartir en aquel concierto del Zócalo de la Ciudad de México, frente a decenas de miles de personas, en su gran mayoría jóvenes.
Fue increíble. Estaba el cielo de México y estábamos sobre el Templo Mayor. Yo sentía sus vibraciones donde estaba parada. La bandera de México ondeaba como nunca y esa noche fue de gran libertad. Mientras cantaba, oía en los silencios de la música el llanto de la gente, pero el llanto dulce, ese llanto sereno, y era hermosísimo oír eso. Esa noche sentí algo muy extraño en escena. Cuando salí del escenario me avisaron que había muerto mi hermano en Costa Rica. Pero esa noche fue para mí inolvidable: sentí las emociones en los jóvenes, y yo amo la verdad en los jóvenes. ¿Te acuerdas de que les dije: “Me voy. Les dejo de herencia mi libertad, que es lo más preciado del ser humano”? ~
(ciudad de México, 1962) es promotor cultural, editor y poeta. Es director del Museo de Historia Natural y de Cultura Ambiental.