Una versión más breve de esta entrevista aparece publicada en la versión impresa de nuestro número de julio.
David Grossman, uno de los grandes novelistas de nuestro tiempo, publica Gran Cabaret (Lumen, 2015). En conversación telefónica, Letras Libres conversa con él sobre su novela, sobre el sentido de la esperanza.
Gran Cabaret es la historia de un hombre con una doble vida. Una vida secreta llena de soledad y dolor, y otra de un humor despiadado. ¿Su novela es una forma de reconciliar estas dos vidas paralelas?
Dovaleh es un hombre solitario. Tiene una personalidad muy agresiva, pero también es frágil y cariñoso. Se acostumbró tanto a ocultarse tras sus bromas que vive esa vida paralela y no la suya propia. Cuántas veces hemos visto a gente que, después de conocerlas un poco, nos damos cuenta de que no viven su vida sino la que les fue impuesta por su padres, sus maestros, el espíritu de su época. Esa persona vive una vida equivocada quizá porque eligió a un conyugue, profesión o incluso el género equivocado.
Hay momentos cuando Dovaleh actúa frente al público en que de pronto roza su auténtica vida: ve que podría ser un gran artista pero ha elegido ser sólo la caricatura de un artista.
Usted ha dicho que ha logrado comprender los eventos más importantes de su vida a través de la escritura. ¿Qué verdad acerca de sí mismo lo hizo descubrir la escritura de Gran Cabaret?
Cada uno de mis libros me ha enseñado algo, me ha hecho madurar de alguna forma. En este caso se trata del poder de la amistad. Después de tantos años de desapego y negación, Dovaleh y el juez por fin logran tratarse con honra. Para mí ese es un momento significativo. Por otro lado, el libro trata acerca de un artista –Dovaleh- que actúa frente al publico. Cuando escribo, lo hago en soledad, no quiero ver a nadie. Cuando un libro sale a la luz lo acompaña una campaña de publicidad, se genera una vida pública que se contradice con mi carácter, con mi profesión de escritor. Puedo advertir los mecanismos que, como un actor, me hacen flirtear con el público para tratar de captar su atención y mantenerlos alerta.
¡Me sentí muy orgulloso cuando algunas personas me dijeron que habían leído el libro al borde de su silla! Es un libro muy desafiante, que exige mucho emocionalmente. Todos mis libros son emotivos pero a la vez graciosos. Este libro tiene humor, es muy agudo pero conmueve y enternece. Los libros siempre son más ingeniosos, valientes y generosos que el escritor.
Para usted la escritura es una forma de redimir el dolor. ¿El humor redime la soledad de su personaje?
Sin duda, pero creo que a veces Dovaleh no distingue entre contar chistes y tener sentido del humor. Dovaleh tiene humor en el sentido en que tiene la habilidad necesaria para moverse con libertad entre distintas situaciones, pero hay que recordar que los chistes no necesariamente son una forma del humor. El poder redentor del humor consiste en hacernos sentir que no estamos a la deriva, que aún somos dueños de nuestro destino, que podemos bromear al respecto, que no somos por entero pasivos ante la arbitrariedad. En las peores situaciones de mi vida he mantenido el humor porque me da aire para respirar. En el caso de Dovaleh creo que su sentido del humor mejora a medida que avanza el libro. Me resulta interesante que ahora que el volumen ha aparecido en cinco o seis idiomas, los lectores no cesan de enviarme chistes para que los incorpore a la siguiente edición. Yo sólo sé contar uno o dos chistes, pero ahora tengo un gran repertorio. En el libro, todos los chistes tienen un sentido, un significado.
¿El humor es la máscara tras la cual Dovaleh oculta su dolor y abandono?
Es un remedio para muchos de sus problemas. Para mí el verdadero remedio llega cuando Dovaleh deja de tratar de ser graciosos y se permite sentir tristeza. Quizá la tristeza nos permite estar más en contacto con la tragedia que hay en nuestra vida. Kafka afirmó que la tristeza no es el peor de los sentimientos humanos. Coincido con él. Entre más envejezco más aprendo sobre la tristeza y más contacto tengo tanto con la vida como con la muerte, esto es lo que significa ser humano, ¿no es cierto?
Dovaleh se burla de sí mismo sin caer en el cinismo, uno de los grandes males de nuestro tiempo. ¿Logra esto al recurrir al tradicional humor judío, que es a la vez auto denigratorio y catártico?
El humor judío es un humor pasivo-agresivo. Dovaleh se ríe de sí mismo pero al hacerlo se siente incómodo porque sabe que la broma también recae en él. Al inicio Dovaleh es muy cínico pero luego se vuelve más humorístico e irónico. En lo personal no me gusto como persona cuando me vuelvo cínico. Conozco los puntos en los que recurro al cinismo, ocurre cuando necesito desapegarme de cierta realidad. El cinismo evita que tomemos responsabilidad por lo que ocurre frente a nosotros. Los programas satíricos que pasan en la televisión israelí siempre se ven sobrepasados por el carácter surrealista y absurdo de la realidad. El sentido del humor judío es una forma de enfrentar el dolor.
Dovaleh es un feroz e indefenso comediante que tiene elementos del provocativo humor de Lenny Bruce, pero también tiene algo del payaso triste de Heinrich Böll. ¿Qué significa este cambio de registro?
Los comediantes que hacen stand up coquetean con el público, lo provocan y lo insultan, como lo hace Lenny Bruce. En el caso de Dovaleh llega un punto en que ya no puede controlar su humor. Se vuelve más íntimo, más frágil en el momento en que logra contar el secreto que ha guardado durante tanto tiempo. Se vuelve evidente que la personalidad agresiva y vulgar que muestra de forma habitual es sólo una máscara. De pronto, tiene la rara oportunidad de hablar en su propio idioma. Sólo entonces se vuelve un auténtico artista. Creo que todos los procesos creativos son el viaje del artista para encontrar su propio lenguaje. No importa cuántos libros haya publicado: el proceso de hallar un lenguaje propio recomienza con cada obra que se emprende. Es un proceso muy intenso de ir quitando capas para encontrar la voz adecuada.
Los extremistas nunca ríen. ¿El humor es una forma de libertad?
Los extremistas son personas herméticas, completamente fosilizadas en sus posiciones. Carecen de movimiento interior. Esta es una de las características del fanatismo. Para tener sentido del humor se necesita la habilidad de ser capaz de moverse con libertad dentro de cualquier situación. Incluso en la peor de ellas con humor uno no está pasivo, no está fosilizado, no es la víctima. En situaciones colectivas terribles como el Holocausto, la gente no perdió su sentido del humor. Esto les permitió, tan sólo por un segundo, ser libres. Dovaleh tiene la habilidad de moverse entre opiniones contradictorias. Se libera cuando deja de contar chistes obsesivamente y empieza a contar la verdadera historia de su infancia.
Hacia el final del libro Dovaleh grita: “Muerte, mándame un hijo!”. ¿Cree usted, como Walter Benjamin, que la esperanza sólo puede surgir de la desesperación?
En toda esperanza hay duda. Son muchas las cosas que deben coincidir en el momento correcto para crear esperanza. Así como la desesperación engendra desesperación, la esperanza engendra esperanza. Dovaleh flirtea todo el tiempo con la muerte porque es una persona muy enferma, vive al filo. El arte es uno de los pocos lugares donde podemos observar simultáneamente la vida y el temor a perderla. Todo arte verdadero se desarrolla en el punto de encuentro entre la vida y la muerte.
Usted no es creyente pero sí es un hombre espiritual. Si “Dios es el nombre damos a nuestros temores”, en qué basa su esperanza?
Creo que lo único sagrado es la vida. No podemos atribuir sacralidad a un templo, santuario o sinagoga. Respeto la necesidad de la gente de creer en algo, sobre todo a medida que el mundo se vuelve cada vez más peligroso, caótico, amenazante. Es natural que la gente acuda a la religión porque todos necesitamos respuestas, aunque sea sencillas. En lo personal prefiero pararme frente a la dureza de la vida sin la comodidad de la idea de Dios, y sin embargo me siento muy judío. No hay que ser creyente para ser judío. La mayoría de la gente en Israel no es ortodoxa. Cada vez más veo a mi alrededor a personas que siempre han sido seculares, de izquierda que, después de tantos años de vivir encadenados, de presenciar tanta brutalidad, de vivir la inestabilidad del Medio Oriente, se refugian en la religión e incluso, algunos, en el fanatismo. Esto es muy peligroso porque es imposible alcanzar la paz con fanáticos. Los fanáticos no hacen compromisos. No hablo de justicia absoluta para palestinos e israelitas. Justicia absoluta significaría que ninguno de los dos debería estar aquí. Yo quiero que ambos estemos aquí, que tengamos el mayor contacto posible, que empecemos a tener curiosidad el uno del otro en vez de estar atrapados en el temor y la asfixia.
Todos necesitamos un hogar. Un sitio al que podamos pertenecer. Por siglos al pueblo judío esto se le ha negado. Hoy Israel está asediado por sus vecinos y tiene muy mala prensa en el mundo. ¿Cuál piensa que sea el camino a seguir para que palestinos e israelitas puedan tener un hogar y ser vecinos al mismo tiempo?
Una definición de lo que es ser judío, como individuo y como pueblo, es la de alguien que nunca ha sentido realmente que tiene un hogar, incluso en los sitios más benignos. Siempre surge una sensación de peligro, de amenaza. Israel tendría que ser ese hogar, y en cierto sentido lo es, pero no es un lugar seguro. Si los palestinos no tienen un hogar en Palestina los israelís tampoco podrán tener uno en Israel. Podremos tener una fortaleza, pero eso no es un hogar. Sólo cuando ambos pueblos sientan que lo tienen, así como un sentido de seguridad, podremos vivir la vida que deberíamos y que merecemos tener. Muy pocas veces podemos vislumbrar esta opción. Muchos ni siquiera creen que pueda haber posibilidad de paz y viven su vida en una existencia paralela de odio, temor y racismo.