Escribo la palabra libertad,
la extiendo
sobre la piel dormida de mi patria.
¡Cuántas salpicaduras, ateridas
entre sus letras indefensas, mojan
de fe mis manos, las consagran
de olvido!
¿Quién se sacrificó
por quién?
Este poema de José Manuel Caballero Bonald, “Blanco de España”, fue publicado en la revista Mito de Bogotá, en su número 24, de 1959. Allí se decía que el autor nació en Jerez de la Frontera el 11 de noviembre de 1926 y estudió astronomía y filosofía y letras. Mario Laserna, rector entonces de la Universidad Nacional, lo había invitado a Colombia para ejercer como profesor a tiempo completo en el Departamento de Humanidades. Pasará aquí tres años, entre 1960 y 1962, tendrá su primer hijo, escribirá su primera novela, Dos días de septiembre, hará un viaje antológico por el río Magdalena y colaborará en el suplemento literario de El Tiempo. En sus dos tomos de memorias, Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001), recuerda muy bien aquel periodo y concluye con palabras muy reveladoras:
Tengo la inequívoca convicción, en
cualquier caso, de que ese viaje a
Colombia reglamentó mi futuro, lo
hizo transitable y hasta cierto punto
estabilizó, fijó las pautas de una
halagüeña sucesión de despedidas
juveniles y anticipos de la madurez.
Tres serían sus amigos colombianos entrañables, que conoció en Madrid y cuyo diálogo prosiguió en Colombia animado por muchas copas de vino: Jorge Gaitán Duran, Eduardo Cote Lamus y Hernando Valencia Goelkel. Reconocería la importancia de Mito, y, en 1961, con un dibujo de Augusto Rivera que lo mostraba como un Quijote demacrado y con barba, apareció un libro suyo, El papel del coro, que reunía sus poemas de 1955 a 1960. Allí uniría las aguas del Magdalena y del Guadalquivir, “juntas al fondo de mis años”. Había vivido los años del franquismo y en Colombia polemizaría con “Eduardo Carranza, raro espécimen de falangista colombiano, que experimentaba un grave proceso de ablandamiento óseo a medida que aumentaba su consumo de alcohol” (Tiempo de guerras perdidas).
Renovaría sus amigos con figuras como Pedro Gómez Valderrama, Ramón de Zubiría y el padre Camilo Torres, y padecería la imposibilidad de comprender la barbarie de aquella época donde masacres y cortes de corbata lo aterrarían. Pero el poeta no cejaba en su empeño y sus textos de entonces buscaban exorcizar, en poesía seca y muy precisa, los fantasmas de la Guerra Civil española y su encuentro con un mundo que no le era ajeno, dado que su padre tenía también un origen tropical: había nacido en la isla de Cuba.
Colombia tiene, por lo tanto, varias razones para celebrar este premio Cervantes.
(Bogotá, 1948-2022) fue poeta, periodista y diplomático.