En Contra el fanatismo, el mejor y brevísimo análisis de las relaciones entre Israel y Palestina, Amos Oz defendía como solución al conflicto el divorcio de ambos países, que no sería fácil, como no lo es ningún divorcio, y la constitución de un estado palestino, necesariamente democrático, sin leyes tribales. No ignoraba los problemas que semejante decisión causaría: territoriales, a causa de la disputa sobre algunos lugares; de seguridad, por la amenaza terrorista y por la amenaza de algunos enemigos violentos de Israel, como Irán y Siria; de retorno de refugiados, tanto palestinos como israelíes; de ciudadanía, y las dificultades para alcanzarla de algunos palestinos en Israel; de capitalidad, y la lucha por Jerusalén… Pero ponía de manifiesto las grandes ventajas que traería semejante divorcio: el final de una guerra larguísima y la llegada de la paz, que no significa el amor, por mucho que los eslóganes del siglo pasado que han cruzado a este siglo insistan en ello, sino, más sencillamente, la ausencia de agresiones, de muertes, de violencia.
Incluso, pensaba un Amos Oz henchido de optimismo, la paz favorecería la creación de un mercado común a la europea con una misma moneda y vínculos políticos y económicos.
La autoridad palestina, ya sea representada por la OLP o por Hamás, se ha negado a reconocer el Estado de Israel, con quien de cualquier manera tendrá que negociar para sacar adelante su proyecto nacional. Ha preferido presentarse en la ONU y autoproclamarse teatralmente nación soberana, esperando el refrendo de la Asamblea General. Es una estrategia que prolonga, en un escenario vistoso y lleno de focos, su idea, muy extendida entre la intelectualidad y, por supuesto, en el resto de los países musulmanes, de que los palestinos son los “buenos” en este conflicto y de que los israelíes son los malos, que han olvidado el motor que impulsó la creación de su estado, el Holocausto, y que ahora ellos se han convertido en los nazis: es repugnante, pero es habitual escuchar y leer argumentaciones de este tipo en los medios de comunicación europeos.
Es estúpida esta mirada infantil de buenos y malos, que no cesa. El mundo es complejo y es una estupidez renunciar a su complejidad. “Ya no hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”, escribió Amos Oz en Contra el fanatismo. Y la única manera de alcanzar esa paz es que Israel y Palestina se sienten alrededor de una mesa y negocien, como se negocia en cualquier divorcio poco amistoso. También Israel tendrá que reconocer al otro, asumir el divorcio y ceder, sabiendo que sus cesiones serán muy dolorosas, porque el territorio es muy pequeño: como los colonos, que tendrán que abandonar sus tierras y sus propiedades en lugares ocupados.
Quizá Amos Oz sea para muchos un escritor iluso, pero para mí es quien más lucidamente propone una solución razonable a esta historia llena de violencia y de oscuridad.
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.