Desde la ventana de su despacho en el hospital psiquiátrico Miguel Bombarda hay una vista del jardín en el que recuerda haber oído una de las mejores frases de su vida, una auténtica enseñanza. Se la escuchó decir a un paciente. Se aproximó con aire misterioso y le dijo: “¿Sabe usted? El mundo ha comenzado a ser hecho por detrás…” António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) reflexionó sobre esa frase y la aplicó a la escritura: “Así es la escritura. Cuando empiezas escribes por delante, hasta que comprendes que tienes que escribir por detrás, por el revés”. Comenzó imitando a Hemingway, escribiendo historias sobre pilotos de automóviles, boxeadores y cosas por el estilo. También leía con devoción a Blasco Ibáñez. Hasta que descubrió a los poetas (Quevedo, Dylan Thomas, Cavafis…) y comenzó a escribir por detrás.
“En el delirio está la creatividad, y esto lo he comprendido poco a poco, una cosa es corregir y estructurar el discurso, pero en las primeras versiones de un libro tienes que delirar”. Desde Memoria de elefante, su primera novela, la historia narrada no es tan importante como las sensaciones, los estados de ánimo. De manera constante, libro tras libro, los núcleos temáticos se originan desde la memoria y las vivencias personales desplegándose por medio de la voz sonámbula de personajes enfrentados a sí mismos y a su propia experiencia de manera inconexa. A su vez, la preocupación por las palabras, y la importancia del cómo escribir por encima de la historia contada, origina desafíos técnicos que suponen, en cada libro, un ensanchamiento de los límites de la novela. Un interés obsesivo por el estilo, por la depuración formal, que le mantiene catorce horas diarias frente a la cuartilla. Define Antunes el conjunto de su obra como una “epopeya lírica” en la que resulta muy difícil establecer una secuenciación. La singularidad de la mirada de Antunes consiste en apropiarse de la realidad desde una sensibilidad estética muy poco común, elaborando una compleja arquitectura verbal en la que exorcizar ciertas emociones, describirlas, vivirlas de algún modo.
¿Cómo se enfrenta el lector a las quinientas o seiscientas páginas de las novelas de Antunes, en las que la delgada línea que separa el sueño de la realidad parece haberse difuminado? Su escritura, de cuyo proceso confiesa no ser consciente, al menos en las primeras versiones, exige un tipo de lectura distinta, semejante al requerido por Peter Handke a raíz de su última novela, La pérdida de la imagen o Por la Sierra de Gredos, cuando habla de una experiencia lectora que se olvide de los materiales bien elaborados y tenga lugar como expedición interior. Atrás queda el seguimiento cronológico de un hilo narrativo bien estructurado, atrás el interés por las cosas que pasan. “Caminad por mis páginas como por un sueño porque en sus claridades y en sus sombras se irán encontrando los significados de la novela”, escribe Antunes. El lector será entonces un actor secundario cuya presencia sólo toma relevancia en las sucesivas correcciones de la primera versión, fruto del delirio: “Si logro que esto funcione, en un instante os encontraréis tan lejos que no os veréis a vosotros mismos”.
Los editores españoles, a diferencia de los europeos, sobre todo los alemanes, tardaron en asumir el riesgo de aceptar esta apuesta narrativa, razón por la cual Lobo Antunes no ha sido conocido en España hasta finales de los noventa, cuando Siruela inicia una biblioteca particular dedicada a él y de la que Mondadori toma ahora el relevo. Precisamente con Buenas tardes a las cosas de aquí abajo (título procedente del famoso Bartleby y compañía de Vila-Matas), inicia Mondadori la publicación de las novelas inéditas del autor portugués, al tiempo que irá recuperando en ediciones revisadas las publicadas anteriormente.
El mapa vital y temático de Lobo Antunes está conformado, junto con el hospital Miguel Bamborda, por el barrio lisboeta de Benfica, donde se desarrolla su infancia, y Angola, el país al que fue enviado por el ejército durante la guerra colonial. Buenas tardes… viene a engrosar el ciclo de novelas que Antunes dedica a la guerra de Angola, iniciado con En el culo del mundo y continuado con Esplendor de Portugal, la novela que le procura el reconocimiento internacional. Cada una de ellas supone un ensanchamiento de los límites, un desafío técnico. En el culo del mundo, publicada en 1979, presenta la novedad formal de una acción que avanza a través del diálogo entre un hombre y una mujer, diálogo del que realmente sólo escuchamos la voz masculina. Esplendor de Portugal, a través de planos superpuestos de tiempo y estrategias discursivas desarrolladas desde una autoconciencia de la voz y el oído, pone al descubierto la degradación sufrida por una familia de colonos retornados tras el plan de descolonización que Portugal aplicaría en 1975. Ahora, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo intensifica el procedimiento introspectivo al surgir todo su magma narrativo de la memoria absorta de los personajes mediante un ejemplar ritmo musical, con temas y frases que vienen y van envolviendo motivos subyacentes con premeditada intención sinfónica. Antunes ha manifestado repetidamente que la guerra de Angola supuso el descubrimiento de los otros, de ahí que las descripciones del paisaje angoleño supongan la revelación de su paisaje humano. El paisaje cobra una dimensión de pesadilla y los personajes se pierden en la selva sufriendo un proceso de degradación que recuerda al sufrido por el grupo de Arturo Cova, “devorado por la selva” en La Vorágine, de José Eustaquio Rivera, buque insignia de las llamadas Novelas de la tierra.
Si la guerra de Angola supone un acontecimiento capital en la vida de Lobo Antunes, marcando su biografía, su propia ética y su estética como escritor, de ella le ha quedado, según ha reflexionado en Conversaciones con A. Lobo Antunes, de María Luisa Blanco, una nueva concepción del tiempo que impregnará toda su obra: “En África no existe ni pasado ni futuro, sólo el inmenso presente que lo engloba todo”. La historia explícita de Buenas tardes… está aún más difuminada que en casos anteriores. En el marco de la Angola poscolonial deambulan como espectros Seabra, Miguéis y sucesivos agentes o espías que el Servicio de Inteligencia de Portugal utiliza para reactivar el tráfico de diamantes. Sus identidades se confunden con un paisaje de enormes extensiones de campos de algodón y girasoles de pétalos desgastados, blanquecinos, y mezclan el recuerdo de sus vivencias familiares, de su infancia, sus deudas afectivas, con la experiencia que están viviendo. El pasado se integra en el presente conformando un tiempo abolido, detenido, cuya textura es puramente verbal y en el que conviven la tierra roja de Angola y, a través de la memoria de los personajes, el horror al vacío de las superficies planas en las casas familiares llenas de tapetes, figurillas de porcelana, tiestos de geranios sobre un plato de aluminio o el jersey viejo puesto a secar en el tendal que da al patio. Si Angola fue una fuente de sufrimiento para Lobo Antunes, a través de su obra narrativa ha vivido ese sufrimiento como desdoblamiento: “El hombre está sufriendo, y el escritor está pensando en cómo aprovechar este sufrimiento para su trabajo”. –
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